por Enrique Guillermo Avogadro (Nota N° 790)
"Nos habían suicidado los
errores del pasado".
Homero Expósito
El regreso de Cristina Fernández al ruedo público después de un año de
silencio, me dejó una certeza: tiene miedo. Pese a su cinismo, la noté
deformada por el pánico a perder las elecciones precisamente en el lugar en que
está el núcleo duro de su innegable poder. Su base electoral ha tomado
conciencia de que la falta de vacunas se debe su posición ideológica, a la
corrupción de su Gobierno y a la vocación por instaurar un capitalismo de amigos
que esta vez se pasó de la raya. Las coimas de la obra pública o las valijas de
Guido Antonini Wilson eran, para los ciudadanos menos informados, una discusión
difícilmente comprensible y siempre lejana. Pero ahora, la criminal complicidad
entre funcionarios y ladrones industriales farmacéuticos se ha trasladado al
interior de los hogares, en muchísimos de los cuales la pandemia ha dejado
lugares vacíos en la mesa.
Por primera vez, las encuestas le están informando que, tal como sucedió en
las últimas elecciones celebradas en el estudiantado de la Universidad de
Buenos Aires, en las cuales el kirchnerismo prácticamente desapareció de los
claustros, los jóvenes están dando la espalda a su proyecto populista
totalitario y prefieren la independencia y la libertad. Sucede que el precario
tinglado del relato oficialista ha dejado de enamorar porque los datos duros y
la errática gestión del Gobierno desnudan su absoluta falsedad, y muchos ya han aprendido a pensar.
Amén de los delitos de lesa humanidad cometidos en la gestión de la
pandemia y el proceso vacunatorio, y de la bomba neutrónica que el Gobierno
detonó sobre la economía con el encierro más prolongado (según Bloomberg, la
Argentina es el peor país en la gestión de la crisis) creo que el campo en el
que los Fernández² se han comportado con mayor infamia es la educación en todos
sus niveles y, en especial, en el infantil y primario. La complicidad oficial
con los gremios ¿docentes? ha infligido a los niños un daño enorme, y tendrá
ciertamente consecuencias gravísimas en el futuro; por si eso fuera poco,
porque las escuelas están cerradas hace tanto tiempo, en el Conurbano los
chicos viven en las calles, asoladas por la droga. Además, tal como sucedió con
la sanidad, tampoco se aprovechó el tiempo ni hubo previsiones administrativas
y presupuestarias para equiparlas y paliar el espeluznante frío. Y para colmo,
ahora el Gobierno ha suspendido las imprescindibles pruebas de evaluación de
maestros y alumnos, y éstos últimos son promovidos automáticamente sin
comprobar siquiera si han aprendido.
La ignorancia que todo esto produce no es involuntaria o no prevista; por
el contrario, ha sido buscada y planificada para incorporarla a la panoplia de
armas de las que el kirchnerismo dispone para su proyecto dinástico de
perpetuidad y dominación. Otra, claramente, es el pobrismo; a esta altura, ya
nadie puede dudar que un populismo sin dinero sólo es factible cuando todos se
convierten en pobres y dependen del Estado; Cuba, Venezuela y la Provincia de
Formosa son claras pruebas de esta afirmación.
Ahora, el Gobierno anuncia que avanzará contra los sistemas de salud
privados, algo que los argentinos de clase media pagamos por los déficits sólo
en hotelería y equipamiento (como bien saben todos los funcionarios y sus
familias, que nunca recurren a él) de los prestadores públicos, ya que sus
profesionales son excelentes; o sea, otra vez se nivelará hacia abajo. El
método es el mismo que utilizó Néstor Kirchner para robar -a nombre de los
Eskenazy- el 25% de YPF: estrangular al sector congelando sus tarifas, con
inflación galopante y en plena pandemia, que encarece los costos. El próximo
zarpazo serán las ART, otra caja apetecible, como lo fueron en su momento las
AFJP, expropiadas por inspiración de Amado Boudou, lo cual le valió ser
escogido para secundar a Cristina Kirchner en 2011.
La lengua española es de las más ricas de Occidente (no se preocupe, que no
exhibiré filminas para probarlo) y, sin embargo, a veces falla en la provisión
de suficientes adjetivos. Eso sucede hoy en la Argentina, donde los
calificativos disponibles no alcanzan a describir con total precisión la
gestión del Gobierno y la moral de sus principales líderes. Esa carencia se
manifiesta frente al asesinato de 86.000 compatriotas, la expropiación de
empresas y propiedades, la sociedad con los grandes cárteles narcos, los
ataques a la Justicia y la Procuración, los avances contra la libertad de
prensa y la persecución a opositores y periodistas de investigación, la
alineación con regímenes autoritarios y violentos (Rusia, China e Irán) y la
sumisión a sus intereses, la política nacional e internacional de derechos
humanos, la probada hipocresía en el uso de la teoría de “no intervención”, la rampante corrupción, la inflación y la
inexistencia de moneda, y la devaluación de la palabra presidencial, que ya ha
convertido a Alberto Fernández en ridículo. Tarde o temprano, muchos deberán
pagar por todo esto, sin esperar a que Dios se los demande.
El descontento que reina en el Conurbano, derivado de la suma de hambre,
pobreza, inseguridad, narcotráfico, desocupación y falta de clases, debiera
haber convertido en orégano el campo de la oposición; sin embargo, ésta no
aparece por allí -a menos de un mes del vencimiento del plazo para presentar
alianzas y, poco más, candidatos- porque está más dedicada a disputas bastardas
por egoístas personalismos. En lugar de centrar sus críticas en la economía, la
salud y la educación, se pierde en discusiones inconducentes. Y deja de cumplir
así su democrático deber de explicar claramente a la sociedad qué se juega la
Argentina en esta cita electoral de medio término: nada menos que la República
y la Constitución porque, sin 2021, no habrá 2023; y que, como dijo el Diputado
Mario Negri, estamos a sólo siete diputados de ese pavoroso abismo.
Bs.As., 19 Jun 21
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
E.mail: ega1avogadro@gmail.com
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