Mientras los "ancianos" soldados de las únicas Fuerzas Legales quienes se encuentran injustamente encarcerlados y muchos de ellos ya fallecieron privados de su libertad y que evitaron que el trapo rojo del comunismo internacional flameara en territorio argentino, hoy ese "trapo" se enseñorea por todo el país y sus terroristas han sido y son funcionarios del estado. Cuanta ingratitud la del pueblo argentino, se traga el sapo de la mentira y ahí la tenemos a María Eugenia Vidal aprobando una ley sancionada por el congreso provincial, para que sea obligatorio a todo el personal del estado mencionar a los 30.000 desaparecidos, un número imaginario e inventado en Holanda por el ex guerrillero Luis Labraña en compañía de las ONG(s) que supuestamente defienden los derechos humanos de todos.
Nuestra Constitución Nacional espresa que le Ley es Igual para Todos, sin embargo existen numerosas denuncias sobre las "aberraciones jurídicas" en los llamados juicios de lesa humanidad, ante tribunales nacionales e internacionales y nadie investiga nada. La impunidad en la República? Argentina es total.
Nuestro grupo a peticionado que se efectúe una Auditoría sobre todo lo actuado en esos juicios, se ha elevado la misma ante el Poder Ejecutivo y Judicial de la Nación, el primero no contestó absolutamente nada y segundo solo con evasivas, no nos han otorgado ni siquiera una audiencia, la que venímos solicitado reiteradamente y respetuosamente. Ya no sabemos que hacer!
Por favor su aún no ha firmado nuestra petición haga clic AQUÍ y colabore en la difusión de la misma. Muchas Gracias!
En 1964, un grupo de ex estudiantes universitarios con militancia obrera trotskista y peronista decidió lanzarse a la lucha armada después de reunirse con el Che Guevara en Cuba. Antes de instalarse en Tucumán, el departamento que alquilaron en el barrio de Retiro estalló. Marcelo Larraquy relata en su libro “Los Días Salvajes”, el origen y el final de los líderes de un grupo guerrillero olvidado
21 de Julio de 2021
Periodista
e historiador (UBA)
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De arriba hacia abajo. Un corte transversal |
Fue el intento frustrado más trágico de la guerrilla argentina. Ocurrió en una tarde apacible de invierno en el barrio de Retiro a mediados de los años sesenta. A las 15:23 una explosión reventó en la atmósfera y todos los vidrios de puertas y ventanas de la calle Posadas se deshicieron. Una nube de polvo cubrió la cuadra. La onda expansiva alcanzó quince manzanas a la redonda. Llegó hasta los jardines de la mansión de los Álzaga, sobre la calle Cerrito, donde hoy se levanta el hotel Four Seasons, edificios y palacios adyacentes.
“En ese momento, yo trabajaba en un local de Arenales y Libertad, a tres cuadras, y quedé impactado por la explosión. Fuimos corriendo a ver qué había sucedido. La recuerdo con la misma nitidez que la explosión en la embajada de Israel (de 1992, en Arroyo y Suipacha). Lo primero que se comentó fue que había sido un escape de gas. La mampostería de los frentes de Posadas quedó intacta. Pero se derrumbaron los siete pisos de la cara posterior del edificio de Posadas 1168. Como el contrafrente daba a un baldío que había sobre la calle Libertad, desde allí se pudo iniciar el rescate”, afirma José Estévez, dueño de una cerrajería en la misma cuadra.
El edificio, literalmente, había sido cortado en dos. De arriba hacia abajo.
Un corte transversal. Se desplomó.
Los reportes de prensa dieron cuenta de que a la primera explosión la sucedió
otra. Una señora que intentaba tirarse por el balcón, por temor al derrumbe,
logró ser socorrida por los vecinos. Consiguieron una lona para que se
lanzara. Un obrero municipal que estaba trabajando en la cuadra fue el primero
que ingresó en forma solitaria y logró rescatar a nueve heridos. Otra señora
pudo ser auxiliada por una escalera humana de bomberos. Luego comenzaron a sacar de debajo de los escombros a
hombres y mujeres ensangrentados, mutilados, algunos con fierros clavados en el
cuerpo.
A las cinco de la tarde, la pala mecánica de una máquina topadora que ingresó por el terreno baldío golpeó un objeto que provocó otra explosión. Se temió un nuevo derrumbe. Entonces comenzó a sospecharse que el origen de la tragedia no había sido un escape de gas. Supusieron que podría haber explotado la caldera, pero el administrador del edifico informó que la había apagado a las dos de la tarde.
Según el peritaje policial, la suposición más firme era
que los ocupantes del departamento manipulaban granadas de mano sin
conocimiento suficiente
Cinco
dotaciones de bomberos habían llegado a la zona de rescate; más de cien
hombres trabajaban en el lugar. En una de
las primeras acciones de salvamento, uno de ellos, que buscaba a una persona
atrapada en el cuarto piso, acompañado por un grupo de vecinos, fue golpeado
por la caída de una losa. Se llamaba Enrique Gorlier. Lo sumaron a la lista de
muertos.
Durante toda la noche, dos usinas de la División Parque iluminaron el edificio derrumbado. Los bomberos continuaron extrayendo restos humanos. A la mañana siguiente, miércoles 22 de julio, rescataron el cadáver de un hombre. Y luego aparecerían otros cuatro cuerpos, de una familia completa: Zaki El-Mangabadi, su esposa argentina María Isabel Falcón, su hijo Dan, de 2 años, e Ivone, hermana de Zaki.
Poco más tarde encontraron carcasas de explosivos cargadas con pólvora negra. También había mechas, detonantes, caños cilíndricos acomodados en cajas de madera, ametralladoras PAM y cartas topográficas de cinco provincias: Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, entre otros objetos.
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Entonces entendieron que la explosión no había sido originada por un escape de gas ni por un defecto de la caldera. |
Comenzó a
intervenir la División de Coordinación Federal de la Policía Federal.
Indagaron sobre la identidad de los ocupantes del departamento 108. La
explosión de la calle Posadas pasó a considerarse un asunto de Estado.
Un informe de la Sección Pericias de la Policía Federal
estimaría que había entre 150 y 200 kilos de pólvora negra aluminizada,
guardada a menos de un metro de una de las columnas del edificio.
Un año antes, Daniel Tinayre había utilizado el
edificio de Posadas 1168 para filmar la película La
cigarra no es un bicho. En ese momento era un hotel. Sweet Home Hotel se llamaba. Había sido propiedad de Juan Duarte, el hermano
de Evita, que a su vez había construido otro más imponente a la vuelta de
la manzana, en Libertad 1559.
La Razón habla de la investigación sobre “el arsenal” que
los guerrilleros tenían en el departamento de Posadas
Al momento de la explosión, el edificio de la calle
Posadas pertenecía a los hermanos Alvarez Saavedra, quienes cerraron el Sweet Home y ofrecieron las unidades
como vivienda.
Eran siete
pisos, con departamentos de uno y dos ambientes. Cuatro departamentos por planta; dos con orientación
al frente y dos al contrafrente. Ya había nueve unidades vendidas. Todavía no
se habían escriturado. Una de ellas pertenecía al actor y comediante Adolfo
Stray.
Retiro era uno de los barrios predilectos de la comunidad
artística. En el edificio de enfrente al de Posadas 1168, sobre la esquina de
Libertad, vivía la actriz Hilda Bernard junto a su marido, el productor Jorge
Gonçalvez. También era usual ver en la cuadra a Mariano Mores o a Rosita
Quiroga, la cancionista compañera de Carlos Gardel en muchos de sus
espectáculos. Ella vivía en Posadas 1165. La puerta se le desencajó del
marco de su departamento la tarde de la explosión.
En esa época, la calle Posadas vivía un proceso de
transformación. Aunque se seguía utilizando como acceso a los fondos de las
mansiones de la avenida Alvear, para el ingreso del personal de servicio, y el
pasaje Seaver -que conectaba Posadas con Avenida del Libertador- se mantendría
por otros tres lustros, la inauguración del Edificio Sudamérica marcaba el
tiempo de la modernidad. El edificio fue construido sobre la esquina de Posadas
y Cerrito, con dos bloques independientes de 13 y 31 pisos, este último con
fachada curva.
El impacto de la explosión se sintió en el Edificio
Sudamérica. Los cristales del hall de entrada estallaron, y el techo de la
cochera quedó curvo, con una “panza” marcada, tras la caída de los escombros.
En junio de 1964, cuando el Sudamérica comenzó a
ocuparse, hacía dos meses que el grupo
guerrillero estaba instalado en el edificio de al lado. El departamento 108 era
su centro logístico. El dueño de ese departamento era Isaac Tesler, un
comerciante de La Plata. A fines de abril había alquilado su unidad por tres
meses a una persona que se identificó como Perfecto Bustamante. Le dijo que lo
utilizaría junto a un grupo de ingenieros mientras desarrollaba un trabajo
temporario en una empresa.
Clarín con una tapa que revelaba la historia detrás de
estallido: "En la finca de la calle Posadas funcionaba un cuartel
extremista"
De Retiro
hacia el monte
Ese mes de abril de 1964 todavía permanecía en el monte
salteño la columna organizada por Ernesto “Che” Guevara desde Cuba, la primera
que se lanzó para el proyecto de
revolución continental. Era el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP).
Lo conducía el “Comandante Segundo”, el periodista
argentino Jorge Masetti. Se había internado en el monte junto a un grupo de
militantes universitarios y otros combatientes cubanos para instalar la
guerrilla rural.
El grupo fue infiltrado por dos hombres de la Policía
Federal.
Después de algunos meses de travesía y un único
enfrentamiento con soldados de Gendarmería, el “foco rural” ya estaba cercado.
Varios guerrilleros fueron detenidos, delatados en el llano, pero la búsqueda
del resto continuaba monte arriba. Algunos
miembros de las Fuerzas Armadas de la Revolución Nacional (FARN) -el grupo
guerrillero en formación que ocupó el departamento 108 de la calle Posadas-
se habían entrenado durante siete meses en una escuela militar de Cuba.
Habían llegado a ese país en julio de 1962 por gestión del ahora ex delegado
de Juan Domingo Perón, John William Cooke.
En el campamento, Ángel “Vasco” Bengochea, líder de las
FARN, conversó con el Che Guevara sobre las condiciones para instalar un foco
rural en la Argentina. Nunca llegó a establecerse si FARN lo haría como
fuerza de apoyo al EGP o como una columna guevarista autónoma, independiente
de la otra.
El libro de Marcelo Larraquy donde se relata, entre otras
historias, el origen y el final de los líderes de un grupo guerrillero olvidado
que quedó reducido a cenizas en el barrio de Retiro
Sólo
existía un lazo en común entre las FARN y el EGP: Luis Stamponi, un combatiente que acababa de ser detenido en abril en
Jujuy mientras esperaba armas de contrabando -fusiles, pistolas ametralladoras,
proyectiles- para trasladarlas al monte salteño. Se había entrenado en Cuba
con Bengochea y otros tres militantes, cuando la lucha armada era sólo una
posibilidad. Fue el único que se desprendió del grupo Palabra Obrera (PO), al
que pertenecía el Vasco, cuando regresaron en febrero de 1963. Su detención
generó incertidumbre por la seguridad del departamento.
Quizá los planes se modificaron, pero no se detuvieron.
Al momento de la explosión se estaban resolviendo los
detalles finales para el traslado a Tucumán.
El contrato de alquiler vencía el 25 de julio. Faltaban
cuatro días para irse. Sin embargo, el hecho de que uno de los miembros de las
FARN ya hubiera alquilado otro departamento en el pasaje Virrey Melo, del
barrio porteño de Vélez Sarsfield, dejó abierta la posibilidad de que
mudaran la sede logística o que dejaran una base en Buenos Aires mientras se
instalaban en Tucumán.
Antes o después, como plaza transitoria o como destino
final, el grupo viajaría a esa provincia. Hubo testigos que recordaron que
habían visto a los ocupantes del departamento haciendo despachos de
encomiendas en la oficina postal de Vicente López 1650. Aun más: bajo los
escombros se rescató el listado de llamadas telefónicas a Tucumán hechas
desde el departamento 108. El edificio contaba con una sola línea (41-0086).
Jorge Masetti junto a Ernesto Guevara de la Serna
El equipo intercomunicador estaba ubicado en el subsuelo
y desde allí se pasaban las comunicaciones a los departamentos. El operador
telefónico Ángel Miranda permaneció varios días en el hospital Rivadavia,
herido y con una crisis de nervios. Logró sobrevivir.
La estadía del
grupo guerrillero ya generaba inquietud entre los vecinos. Pero eran signos
aislados. Nada hacía predecir el final.
“Eran muchachones que se hacían ver muy poco. Cuando
alguien requería su presencia, abrían la puerta sigilosamente, y se
desconocía su profesión”, diría el administrador, Walter Krumbein.
Nunca se pudo establecer qué sucedió en el departamento
en los momentos previos al derrumbe.
Un dato confirmado por testigos es que Lázaro Feldman,
luego de estacionar un auto frente al edificio, ingresó en el departamento. E
instantes después sucedió la tragedia. Murieron
todos. Feldman, Raúl Reig, Carlos Schiavello, Hugo Pelino Santilli y Ángel
Bengochea. En su caso, la particularidad fue que ningún resto fue hallado. Se
supone que su cuerpo se desintegró.
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Jorge Masetti junto a Fidel Castro |
La historia
antes de la explosión
Las FARN habían sido gestadas por Bengochea luego de su
ruptura con Palabra Obrera en agosto de 1963, seis meses después de su regreso
de Cuba. Se calcula que al momento de la explosión había reclutado alrededor
de veinte militantes.
Bengochea se había iniciado en el Partido Socialista en
la década de 1940, primero en el Colegio Nacional de Bahía Blanca y luego en
la Facultad de Derecho en la Universidad de La Plata. Pronto
le resultaría más atractivo el Grupo Obrero Marxista (GOM), una agrupación
trotskista liderada por Nahuel Moreno que impulsaba a los suyos a
militar en organizaciones obreras e intervenir en conflictos de clase.
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El "Vasco" Bengochea |
Entonces, en la década de 1940, el GOM entendía al peronismo como un defensor
del sistema burgués, con mecanismos totalitarios y represivos, que había
“estatizado” a la dirigencia de la Confederación General del Trabajo (CGT) y
cerraba el camino a las minorías.
Los intentos de competencia en elecciones obreras
resultaban infructuosos. Cuando Bengochea trató de disputar la dirección del
sindicato de Químicos, fue despedido por la empresa.
Esta visión
sobre el peronismo se modificó a partir de la crisis económica de 1952. El
Partido Obrero Revolucionario (POR), heredero del GOM, defendió las conquistas
sociales del movimiento obrero y reclamó su profundización. Era
la hora del “entrismo”, una táctica de acercamiento del trotskismo a las masas
peronistas, pero manteniéndose crítico con la CGT y el Partido
Justicialista.
El GOM aspiraba a que, en un futuro todavía impreciso, los obreros rompieran con sus direcciones sindicales y partidarias, radicalizaran sus posiciones y se sumaran al camino revolucionario que les ofrecía el trotskismo.
A partir de la caída de Perón en 1955 y en medio de la orfandad en que quedó sumido el
movimiento obrero, ahora sin cobertura estatal, el trotskismo se uniría a las
bases peronistas. Con el paradigma de “unidad en la acción”, enfrentaban a
la Revolución Libertadora.
Ángel “El Vasco” Bengochea fue una de las diez víctimas
del derrumbe
Dos años más tarde, Bengochea fue designado director
del semanario trotskista Palabra Obrera. Se asentó en Berisso y comenzó a
moverse “como un compañero más” entre comandos y grupos de resistencia
peronista. Poco después fue detenido: la referencia a Perón en el semanario
violó el decreto oficial que impedía mencionarlo. Permaneció nueve meses en
la cárcel de Devoto.
En tanto, el trotskismo, fiel a su táctica “entrista”,
apoyaría, no sin algún desvelo, la candidatura presidencial de Arturo
Frondizi, en lealtad a la orden de Perón.
Después de un tiempo en libertad, Bengochea volvería a
prisión durante la revuelta insurreccional organizada por John W. Cooke,
quien, junto a otros organismos obreros y las 62 Organizaciones Peronistas,
intentó impedir la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre
decidida por Frondizi. Fue
el inicio de la decepción del peronismo por parte de Cooke. Y también de
Bengochea.
Concluiría que el “entrismo” era una vía muerta. Las bases peronistas se mantenían prisioneras
de la lógica burocrática de sus dirigentes y no tenían el potencial
revolucionario que había imaginado. Peor aún, el trotskismo, como
vanguardia ideológica, tampoco tenía capacidad para “implantar” una
“conciencia revolucionaria” en los trabajadores peronistas.
Bengochea creyó que esa conciencia sólo podría
alcanzarse por la lucha armada, una alternativa que también apoyaría Cooke,
pero en forma menos explícita. La revolución cubana se convirtió en un nuevo
faro para los dos.
Este nuevo giro político -que implicaba un salto al
guevarismo- tensaría la relación de Bengochea con su jefe de PO, Nahuel
Moreno. Pero para que esa ruptura fuese definitiva faltaría todavía el viaje
de Bengochea a Cuba en febrero 1962 junto a otros cuatro militantes de PO.
Fueron días de entrenamiento intenso en la zona de Escambray.
Bengochea aceptó integrarse a ese plan, pero lo hizo sin
una convicción plena. El “foco rural” de Guevara omitía el potencial que
podrían tener para la lucha armada los centros industriales en la Argentina.
Pero siguió adelante.
La explosión acabó con las vidas del núcleo central de
las FARN, de los cuatro miembros de la familia egipcia y del bombero Carlos
Gorlier, fallecido durante el rescate
Nahuel Moreno no apoyaba la lucha armada. Creía que la
formación de un partido obrero revolucionario consolidado tendría mayor
perspectiva que los “focos guerrilleros elitistas”, dirigidos por “aventureros
de la pequeña burguesía”. Sus críticos, en cambio -entre ellos Bengochea-,
criticarían a Moreno por su “verbalismo revolucionario” y por la inacción en
la que había sumido a PO.
La ruptura fue inevitable.
El 5 de agosto de 1963, luego de diecisiete años de
militancia trotskista, Bengochea firmó su renuncia a esa corriente. Mantenía
sus dudas sobre el estereotipo foquista, pero tampoco quería postergar su
compromiso armado. Creía que peor era esperar. Aunque la infraestructura y la
logística fueran deficientes, pensaba
que la propia dinámica de la guerrilla resolvería las limitaciones e iría
generando simpatías políticas.
Bengochea conformó las FARN con algunos ex PO con los
que había militado en la Universidad de La Plata y en la zona fabril de
Berisso y Ensenada, durante su incursión “entrista” en el peronismo: Hugo
Santilli, médico; Raúl Reig, estudiante de Ingeniería; Lázaro Feldman, de
Medicina; Carlos Guillermo Schiavello, estudiante de Ingeniería y ex titular
de la FULP (Federación Universitaria de La Plata).
Tenían entre 25 y 30 años. Todos ellos se habían
proletarizado en fábricas y frigoríficos de la zona sur y luego militaron en
Tucumán, en apoyo a las luchas de los trabajadores de los ingenios, que
intentaban defenderse de las rebajas salariales y los despidos. Santilli fue
médico de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (FOTIA).
Aquella experiencia decidió a Bengochea a preparar la
instalación de la guerrilla de las FARN en Tucumán para unir la lucha obrera
con la lucha armada.
Mario
Roberto Santucho, también instalado en Tucumán con el Frente Revolucionario
Indoamericano Popular (FRIP), criticaría a Bengochea por su “militarismo”. En 1965, Santucho conformaría el Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT) junto a Nahuel Moreno. Por entonces,
Santucho no participaba en la lucha armada. La iniciaría pocos años después,
en 1969, en el mismo territorio.
El edificio de la calle Posadas en el barrio de Retiro
tenía siete pisos y cuatro departamentos. de uno y dos ambientes. en cada piso
La muerte
accidental
Las caídas de Stamponi en Jujuy y del EGP en el monte
salteño no aquietaron los planes. El grupo de Bengochea continuó acumulando
armas en el departamento de Posadas 1168 y enviando encomiendas, probablemente
de ropa que compraban en distintos locales de Buenos Aires. Ya habían
conformado con seudónimos los nombres de los que viajarían, con sus
correspondientes tipos sanguíneos, números de calzado, medidas corporales.
La lista sería encontrada bajo los escombros.
Apenas se derrumbó el edificio de Posadas 1168, Perfecto
Bustamante, que había alquilado el departamento, declaró ante la justicia y
fue detenido. También había provisto una oficina y un galpón para la
logística de las FARN.
El peritaje policial expresaría que, al momento de la
explosión, los ocupantes del departamento, con un “conocimiento superficial
sobre la peligrosidad de los elementos que se manipulaban”, estaban preparando granadas de mano. Fue la
suposición más firme.
El informe entendió que existió la posibilidad de que “un
manipuleo incorrecto de los detonadores empleados durante el armado del sistema
de iniciación produjera la explosión de uno de ellos, iniciándose la
explosión, en un primer momento una granada, cuyo fogonazo de detonación
produjo la reacción del depósito de pólvora”.
Las circunstancias previas a la explosión nunca pudieron
establecerse. Que alguien hubiera salido o entrado de manera imprevista en el
departamento y alterara la preparación de granadas fue una de las hipótesis
que trascendió. Otra información adicional indicaba que un miembro de FARN,
un momento antes, había salido a comprar cigarrillos y había visto el
derrumbe desde la calle, cuando regresaba.
La
explosión acabó con las vidas del núcleo central de las FARN, de los cuatro
miembros de la familia argentino-egipcia y del bombero Carlos Gorlier,
fallecido durante el rescate. La
ubicación del departamento 108, orientado hacia el terreno baldío de la calle
Libertad, concedió un colchón de aire que evitó una tragedia aun mayor. El frustrado intento del guevarismo liderado por
Ángel Bengochea se autoextinguió aquella tarde en el barrio de Retiro.
Las FARN no sobrevivieron. Sus pocos colaboradores fueron
detenidos o escaparon. La organización era frágil. Los posteriores grupos
armados que tuvieron auge en los años setenta -Montoneros, Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP), Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR),
Descamisados, entre tantos otros- prefirieron olvidar su historia. En parte
porque Bengochea, durante su militancia pública, había abandonado el
socialismo, el peronismo y el trotskismo; porque su lanzamiento a la lucha
clandestina concluyó antes de comenzar, y porque la incursión armada del
propio Che Guevara ya había fracasado en Bolivia.
Bengochea siquiera había iniciado la suya.
Las FARN entonces resultarían apenas una nota perdida en
la historia de la guerrilla argentina.
Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA)Su último libro es “La Guerra Invisible. El último secreto de Malvinas”. Editorial Sudamericana.
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