Se puede afirmar que
Napoleón Bonaparte fue, prácticamente, el último jefe de Estado en ejercer las
funciones combinadas de jefe de Gobierno y de comandante en jefe de sus fuerzas
militares en tiempos de guerra.
Solo algunos años más
tarde, siguiendo los sabios consejos del genio militar de Moltke, El Viejo, el
Kaiser Guillermo aprendió a delegar las tareas del arte de la guerra en hombres
especialmente formados al efecto y que conformaron un cuerpo especial de
oficiales conocido como el Estado Mayor.
Pronto, mucho lo
imitaron y solo fue cuestión de tiempo que el mencionado cuerpo evolucionara
hacia los voluminosos Ministerios de Defensa y Estados Mayores Conjuntos de los
que hoy disponemos.
Sin embargo, el gusto
por lo militar parece haber perdurado en todos ellos sin importarles mucho su
ideología. Como en tantas otras cosas, los romanos sentaron cátedra en esta
materia y todos sus emperadores fueron recordados en estatuas o bustos que los
mostraban en atavíos militares, sin importar si habían ejercido o no el comando
de sus legiones.
En nuestros tiempos,
por ejemplo, líderes de la izquierda rabiosa como Fidel Castro o Yasser Arafat
vistieron durante su vida activa chaquetas militares. También, occidentales,
como George Bush hijo no tuvo reparos de anunciar el fin de la guerra en Irak
vestido como un piloto naval en la cubierta de un portaaviones de ataque
nuclear de su poderosa flota.
Dicen que lo que se
hereda no se roba y este parece ser el caso del uso de determinados atributos
militares por parte de un Presidente de la Nación. No en vano, el inciso 12 del
artículo 99 de nuestra Constitución Nacional le otorga, específicamente y sólo
a él, el nada despreciable título de: ‘Comandante en Jefe de las FFAA’.
Además, en el inciso
13 del mismo artículo se lee que: ‘Provee los empleos militares de la Nación:
con acuerdo del Senado…’
En el 14 que:
‘Dispone de las Fuerzas Armadas, y corre con su organización y distribución
según las necesidades de la Nación…’
Por su parte en el
15, tiene la terrible responsabilidad de: ‘Declarar la guerra y ordenar
represalias con autorización y aprobación del Congreso.’ Y en el 16: ‘Declarar
en estado de sitio uno o varios puntos de la Nación, en caso de ataque exterior
y por un término limitado, con acuerdo del Senado.’
Como vemos, son
varias y serias las responsabilidades constitucionales del Presidente respecto
de las FFAA de la Nación. Y de la síntesis de todas ellas se deduce que tiene
que ser el Presidente quien explique y rinda cuentas sobre su política de
Defensa en oportunidad de su discurso ante la Asamblea Legislativa (Inc.8 Art.
99, Constitución Nacional).
Sin embargo, no
parece ser el caso del ingeniero Mauricio Macri, pues no fue capaz de tocar el
tema de la Defensa ni mencionar alguna tarea relevante para las fuerzas que
comanda en su último discurso ante la Asamblea Legislativa que no fuera para el
triste recuerdo de las 44 vidas militares que se perdieron junto con la
tragedia del San Juan.
Al proceder de esta
manera, los argentinos no podemos más que deducir que nuestro Presidente no
tiene en mente ninguna misión trascendente para sus Fuerzas Armadas.
Creemos que al
hacerlo no solo pierde votos entre la denominada familia militar. Más
importante, es que condena a la irrelevancia a esa fuerzas. Pero, lo realmente
trascendente, desde el punto de vista político, es que desperdicia una
increíble capacidad ociosa del Estado que preside.
Ya lo hemos dicho:
las Fuerzas Armadas son una megaorganización que dispone de profesionales,
equipos y, lo que es más valioso, de una cultura organizacional apta para
enfrentar la ejecución de tareas difíciles.
Por ejemplo, ya lo
hemos expresado en estas páginas, que a estas fuerzas se les podrían otorgar
tareas menores como el hacerse cargo del Plan Belgrano. O subsidiarias como
encontrarse a cargo de la gestión de las tareas de mitigación frente a los
desastres naturales y las emergencias.
Por supuesto, no
habría que olvidar su importante rol, tanto en la Defensa como en la Seguridad
de nuestro territorio, sus habitantes, nuestros recursos y nuestra forma de
vida. En vez de ir a buscar afuera lo que tenemos en casa, tal como parece ser el caso de la adopción de
la estrategia norteamericana en la lucha contra el narcotráfico o la cesión de
soberanía que resultará de la custodia de nuestros cielos y de nuestras costas
por fuerzas armadas extranjeras durante la cumbre del G-20.
Nos dicen que el
ingeniero Macri obra así aconsejado por su gurú, Durán Barba, quien cree,
equivocadamente, que sus Fuerzas Armadas son piantavotos. Puede ser que esto
sea cierto en algún focus group de la coqueta Capital Federal. Más eso no es
cierto, como lo muestran varias encuestas en el interior del país, donde las
FFAA son percibidas como la única o entre las más confiables instituciones que
tiene la Argentina.
También, podría ser
que el ingeniero Macri haga todo esto guiado por la filosofía Zen que lo
orienta en su vida. Pues, de ser así, igualmente, comete un error, ya que eran
los mismísimos guerreros samurais japoneses los que la practicaban. Quienes
comprendieron, lo mismo que tantos líderes políticos, tanto orientales como
occidentales, que las fuerzas militares encarnan al cuerpo vivo de una Nación y
que no está mal reverenciarlas cada
tanto y ejercer efectivamente su conducción.
[1]
Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios
Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El
momento es ahora y El
ABC de la Defensa Nacional.
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