“La
historia argentina es una historia de desencuentros, pero no son desencuentros
kafkianos, producto de una casualidad casi inaudita en la que por instantes,
casi por nanosegundos, la gente no se encuentra. La nuestra es una historia de
desencuentros como resultado de la causalidad definida de no querer
encontrarse.”
Jorge
Milia - Editorial Diario castellanos 9 de junio de 2018.
Hemos convertido a la
argentina en un muladar social, donde el uso de una historia falsa basada en el
único pensamiento permitido en la república a partir de 1983 es el motor
necesario para que el odio se incremente de manera exponencial, odio que ha
permitido, a partir de la aridez intelectual y la cobardía moral de los que se
autodenominan “dirigentes políticos”,
que un sistema basado en lo “políticamente
correcto” prostituyera las normas más elementales de la justicia y
arrastrara por el barro de la indecencia los valores morales que, en su
momento, la Argentina se preciaba de poseer.
Hoy, esta tierra vive
agobiada en una trinchera perpetua donde lo más parecido donde lo más parecido
a encontrarnos con el otro es gritarnos a la cara todo el aborrecimiento que
sentimos olvidando que, como bien decía Camus, “un hombre sin ética es solo una
bestia salvaje soltada en el mundo” y todos, absolutamente todos, nos
hemos contagiado de la inmoralidad reinante. De esta manera, nos es
perfectamente factible aceptar que un argentino, aunque esté en los confines
del mundo, actuará, no en función de su conciencia, sino maquinando de qué
manera puede llevar agua a su molino, aunque esta riada de intereses ilegítimos
genere un mal irreparable a sus compatriotas.
La necesidad de
contar con una red que los salvara del castigo por los robos cometidos y por
cometer hizo que los Kirchner inventaran un relato que convertía en “héroes” a terroristas y delincuentes
caros a la izquierda. No en vano el Supremo Ladrón había acuñado el precepto: “la izquierda te da fueros”. Ello permitió el salvaje saqueo del estado
mientras asistíamos a una etapa de venganza brutal consecuente con la
elaboración de un relato falsificado en el que, asesinos, traidores y
terroristas, se reencarnaban en héroes inmaculados, mientras “progres” y zurdos batían palmas.
Hoy vemos que el
relato, esa manipulación espuria de falsedades y desatinos, no es privativo de
un desquiciado que asaltó el poder en la Argentina en 2003, también el papa
Bergoglio ha echado mano de él y ha sentado las bases para convertir en “beatos” a terroristas y asesinos habilitando el camino del martirio, previo
a la beatificación, para el obispo Angelelli y su banda.
No hace falta ahondar
en quien era el obispo Angelelli; tercermundista radicalizado hizo de su
diócesis el aguantadero de pistoleros del ERP y de Montoneros y el asilo donde
curas suspendidos o renegados, implicados en tenencia de explosivos o
asistencia “espiritual” a
guerrilleros, encontraba cobijo y faena. Persiguió, como un Torquemada
cualquiera a cuanto sacerdote o laico se opusiera a sus designios y privó de
asistencia espiritual a su provincia mientras deliraba con sus sueños
revolucionarios.
Que
el obispo no murió asesinado y si en un accidente de automóvil, lo demostró
Mons. Witte en 1988, pero este accidente no tiene
mayor significado que aceptar que quizás fue la manera que Divina Providencia
usó para castigar a quien exaltaba la indisciplina y la violencia. Pero la
verdad es que nada hay que pueda decir que transitó el camino del martirio.
Cabe preguntarse por
que hace esto el papa Bergoglio. ¿Por política? ¿Por maquinación “jesuítica”? ¿Por qué decidió salir de
su catacumba montonera? Todas estas preguntas solo sirven para abonar teorías
conspirativas que a nada llevan; quizá lo único que puede ser tenido en cuenta
es la pertenencia del Vicario a una iglesia, la argentina, insubstancial como
pocas y especializada -más allá de las
honrosas excepciones que esta generalización conlleva- en producir
administradores y no pastores, más preocupada en mostrar la vidriera de unos
pocos curas “comprometidos” con una “ideología”, que en considerar por igual
a todas sus ovejas, y que ha perdido a manos de los evangelistas el poder de
convocatoria que otrora tuvo, porque si algo es cierto, es que las masivas
manifestaciones contra el aborto lo fueron por la decisión de los laicos más
que por la llamadas de los curas. Una
iglesia que, siendo parte de un pueblo que se volvió acomodaticio y timorato y
lo siguió en este camino por no tener el coraje de cambiarlo. Una iglesia
que, bien a la argentina y hablando de cantidades, no se conforma con poco -al
fin y al cabo el santo Cura Brochero es solo uno- y procura inventarse beatos
de ocasión aún cuando esta oferta fraudulenta de “santos” solo sirva para banalizar la Sanctitas, esa perfección que
emana de una estrecha unión con Dios.
Si hubiera algo de
caridad, si la misericordia primara en las acciones de los “administradores” que componen la conferencia episcopal y por un
solo momento tuvieran ellos el corazón abierto al dolor de sus ovejas, sabrían
que si de algo estuvo sobrada la Argentina en los setenta fue de caminos de
martirio. Pero claro, sería una incorrección política atroz beatificar a un
coronel, secuestrado, torturado y finalmente asesinado.
No desfallezcamos, el
papa Bergoglio no es Pío XII ni san Juan Pablo II, pero tampoco es el
anticristo o el papa Borgia. En unos años será uno más en la larga lista de
papas que nos muestran los libros de historia y será esta quien lo juzgue. Nada
de lo que pasa hoy es más grave que lo que la Santa Madre Iglesia tuvo que
soportar en 1054 o a partir de 1517. Los graves errores, conscientes o
inconscientes, de este pontificado se sumarán a todos los otros cometidos por
los hombres que, para bien o para mal, rigieron los destinos de la Iglesia
desde Pedro en adelante; errores, muchos de ellos gravísimos pero que solo
demuestran la fortaleza eterna de la Roca. Los papas, con sus aciertos o
errores, pasan pero la Iglesia queda.
Pehuajó (zona rural),
11 de junio de 2018
Jose
Luis Milia
NOTA:
Las imágenes, referencias y destacados no corresponden a la nota original.
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