En diciembre de 2017 el señor Capitán de Navío de I.M. (RE) Eugenio Bautista Vilardo le respondió a la ex senadora Norma Morandini sobre su artículo “Democratizar nuestros corazones”, publicado por Clarín el 5 de diciembre del mismo año. En su respuesta puso en evidencia una de las tantas acusaciones sin pruebas que ha presentado con documentación fehaciente, y que no han sido consideradas por la justicia. También le dijo que más que democratizar los corazones, deberíamos ser capaces de unirlos. Hacía muy poco que el Capitán Vilardo había sido sentenciado a cadena perpetua.
En un nuevo escrito
nos explica el triste destino de un
inocente acusado de cometer delitos inexistentes, él siente que por un “genocidio
virtual” es un condenado muerto político.
Una
nueva categoría de delito se agregará próximamente al código penal argentino:
el genocidio virtual.
País
bizarro el nuestro, con una justicia que no deja de sorprendernos. Casi al
mismo tiempo que en el “Honorable
Congreso de la Nación” juraban dos nuevos senadores investigados y hasta
condenados por múltiples causas judiciales relacionadas con alta corrupción, el
Tribunal Oral Federal 5 me dictaba sentencia a prisión perpetua por crímenes de
lesa humanidad que no cometí y de cuya autoría no hay prueba alguna.
De
las 800 presuntas víctimas y testigos que pasaron por el Tribunal durante los
siete (¡!) años de audiencias y testimonios que se llevaron a cabo durante mi
juicio, ninguna persona declaró conocerme.
A
través de documentación fehaciente que fue oportunamente presentada al
Tribunal, quedó debidamente aclarado y demostrado 1) que nunca estuve en la
ESMA ni destinado, ni en comisión (en el período en el que se me acusa estuve
en el extranjero), 2) que no me desempeñé en ningún grupo de tareas ni
participé en ninguna acción de combate, 3) que por mi jerarquía y función no
tenía ningún poder de decisión y 4) que no figuraba en ningún organigrama que
demostrara mi actuación en actividades de combate antisubversivo.
A
pesar de las numerosas pruebas presentadas en mi defensa, después de once años
de prisión preventiva, fui condenado a prisión perpetua por asesinar y torturar
a cientos de personas con las que jamás tuve contacto, y por apropiarme de
niños de cuya existencia jamás tuve conocimiento.
He
aquí pues la flamante figura del genocida virtual, una nueva especie de
supervillano que puede secuestrar, torturar, asesinar, apropiarse de niños sin
contacto humano ni poder de decisión, mediante algún superpoder extrasensorial
o gestión telepática, o mediante el uso de magia negra, quién sabe, o algún
rito de transposición de cuerpos que me resulta imposible conjeturar.
Lo
más curioso de esta nueva figura es que desde su nacimiento es culpable AÚN
CUANDO (ya ni siquiera “hasta que”)
se demuestre su inocencia.
Así
es como en el interregno hasta mi condena (12 años de prisión preventiva, de
los cuales seis transcurrieron sin juicio ni sentencia) me fueron negadas todas
las garantías constitucionales en todas las instancias: desde la excarcelación
hasta la posibilidad, en un momento dado, de ser atendido por mi propia obra
social.
El
doble estándar con el que actúa la justicia argentina en el tratamiento de los
encausados y en la aplicación de sus sentencias me remite al concepto de “modernidad líquida” desarrollado por
Zygmund Bauman, en el que individuos, acciones e instituciones son “flexibles” y pueden adaptarse al molde
político o social que los contiene. Los valores sólidos (justicia,
constitución, etc.) pueden ser ignorados y reemplazados por valores “líquidos” que se adaptan a la
conveniencia de las autoridades o juristas de turno.
En
esta justicia “líquida”, los jueces y
fiscales fascioderechohumanistas imponen argumentos postmodernistas para torcer
conceptos judiciales básicos del derecho penal argentino y el internacional,
declarar la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad (que no estaba
contemplado en nuestros códigos) y poder llevar adelante una justicia paralela
para satisfacer la sed de venganza de los peores actores que desquiciaron
nuestra República.
Esta
mezcla berreta de conceptos posmodernistas da como resultado lo que yo
denominaría GROUCHOMARXISMO JUDICIAL; "si
esta sentencia no te gusta, no te preocupes, tengo otras mejores".
Así
las cosas, la "líquida justicia
argentina", instrumentó una perversa, aviesa y retorcida "PENA DE MUERTE" o mejor dicho
un "PLAN DE EXTERMINIO",
lento y doloroso para la mayoría de los uniformados que fuimos seleccionados
para montar el patético circo judicial al que estamos sometidos. Un verdadero
bochorno que algún día saldrá a la luz, cuando alguien con convicción y
valentía se anime a auditar la vergüenza que fueron los juicios de lesa
humanidad, avalados por "políticas
de estado" que no hacen sino cortar el hilo moral que establece la
constitución.
Hoy
cumplo 81 años y doce de genocida virtual, privado injustamente de mi libertad
por un poder judicial acomodaticio y servil, que eterniza recursos y procesos
para prolongar la tortura y satisfacer el miserable deseo de venganza de un
grupo.
He
demostrado fehacientemente mi inocencia. He cumplido con cada uno de los pasos
que requirió la justicia. A lo largo de todos estos años no se me ha otorgado
ninguna garantía, ni siquiera la presunción de inocencia. Se prolongan
indefinidamente los plazos de apelación y el tiempo se agota…
Es
por eso que hoy, desde este cadalso de encarnizamiento jurídico al que me
condenan, lanzo un desesperado grito de auxilio a los ciudadanos de la patria y
denuncio un sistema judicial aberrante, maligno y vengativo que me condena a la
muerte en vida.
Eugenio
Bautista Vilardo
Capitán de Navío I.M.
Condenado a Muerte Político
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