lunes, 10 de septiembre de 2012

DE AMOS Y SOMETIDOS

“Nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por voluntad y elección de las provincias que la componen…”  encabeza la redacción del Preámbulo de nuestra Carta Magna. Tan pocas palabras, tan poca importancia que se le prestado. La Nación como entidad geográfica no existe, como no sea el ocupado por la totalidad de los estados provinciales y más el de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde la reforma de 1994. Las que fueron preexistentes han sido  las provincias, muchas de ellas antes de la Revolución de Mayo. La ciudad de Buenos Aires fue la capital política del Virreynato y de hecho se transformó en el centro del poder durante el proceso de gestación de esa nación que tendría vida institucional a partir de 1853. Sin ninguna medida que demarcara su condición, se sentó como centro de un poder unitario, feudal, dominante Las provincias y Buenos Aires. Federales y unitarios. El interior y la capital conformaron una dualidad signada por una frontera de luchas fraticidas, odios y rencores que ni la propia Constitución de Alberdi pudo franquear. Perón, Frondizi, Illia, Alfonsín, Menem, De la Rua, Kirchner, hombres originarios de alguna de las provincias “que la componen”, ocuparon el sillón de Rivadavia en los últimos setenta años. Sin embargo, una vez pisada la alfombra del despacho presidencial de la calle Balcarce, desoyeron el clamor de sus orígenes, para actuar como dueños de un país unitario, autoritario, rayano en lo monárquico, en lo que fue y sigue siendo, el manejo de los recursos políticos, financieros y económicos. Desde el principio de nuestros tiempos como Nación, los Estados provinciales quedaron sojuzgados al poder de este superlativo Estado-nación que, sin tener identidad territorial, desde un pequeño espacio geográfico de escasas ciento cincuenta manzanas más el refugio de Olivos en la vecina Provincia de Buenos Aires, se decide la vida, la salud, el bienestar y el malestar, la fortuna y la pobreza, de los unos y de los otros. El marco de poder de las provincias que acceden a la conformación de ese avasallado poder legislativo, se compone por delegados destinados a —valga la redundancia— delegar las facultades de los pueblos que los designaron, en favor del estado absoluto.  El interior trabaja para llevar el producido de la riqueza a la estado Nación y ésta, cada vez con mayor inequidad, redistribuye el sobrante de sus descomunales y desenfrenados gastos en relación directa a las aportaciones de favores de finalidad política partidista entre obsecuentes y pusilánimes gobernadores, salvo una honrosa excepción, por ahora. Se puede graficar como a las provincias arrodilladas a la planta del gran león. Y la Patria soñada? La de Moreno, la de Belgrano, la de San Martín, la de Alberdi, la de Sarmiento, la de Mitre, la de Palacios, la de Irigoyen… solo en la piedra de sus monumentos.


   ¡Lázaro, levántate y anda! …por ahora, Lázaro está sordo y dormido.

Juan Carlos Guarnaschelli, setiembre  de 2012.
estudioguarnas@gmail.com

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