Convengamos en algo; el “vamos
por todo” que se gritó en Rosario no es el chillido de alcoba de una
sesentona menopáusica ni es el grito de tablón de una expresión deseo en la que
sueña que todo sea bueno en el país que deja a hijos y nietos. No, el “vamos
por todo” es un grito de batalla que ratifica una manera perversa de
gobernar; manera que, con excelente resultado, ella y el marido pusieron en
práctica en una provincia con más ovejas que seres humanos pero con el
convencimiento -ratificado en estos once años- que la república no era para nada
diferente, al menos en la calidad de los seres humanos que la pueblan.
Un régimen de once años de ineptitud, amenazas, aprietes y
mentiras sumados a la convicción setentista de una “revolución nac & pop” que se quedó en el tiempo, no se va
porque un acto eleccionario lo diga ni retrocede ante una presunta repulsa popular
porque, desde el vamos, el pueblo en este relato rastrero, son ellos y solo
ellos, no el resto de los argentinos que al carecer de la lucidez necesaria
para entender esta empresa solo les queda por conducta seguir a los iluminados.
Así las cosas, cada día me convenzo más de que ellos no se
van a ir digan lo que digan las urnas. ¿Por qué, además de lo dicho
precedentemente, sucederá esto?; basta analizar ciertas acciones de gobierno y
también algunas declaraciones que a veces se les escapan a la banda de
lenguaraces que según la ocasión el gobierno utiliza. Mientras analistas y
políticos se afanan por saber quiénes están enfrentados con quienes en el
gobierno, la realidad nos golpea mostrando lo que no queremos ver, que el
gobierno es sólo ella y nada más que ella, más el acompañamiento musical de
Kicillof, Zannini, Verbitsky, Pérsicco y Milani y algún que otro más, y no
necesariamente estos últimos en ese orden de aparición. Todos los demás, desde
el Coqui hasta Rossi son, como diría Serrat, muñecos de cartón piedra.
Para saber que el resto de los que presumen de pertenecer al
gobierno -vicetiples de opereta- están pintados basta una sola anécdota: ante
la negativa de la Unión Europea de venderle carne a Rusia, inmediatamente
volaron a Moscú Déborah Giorgi, ministro de no sé qué, y Carlos Horacio
Casamiquela, persona que suele presentarse como ministro de agricultura y
ganadería, con el objetivo de, por lo menos, ligar algo en el reparto de cuotas
de importación de carne, producto con el que, en tiempos mejores, jugábamos en
la ligas mayores. En principio todo iba de maravillas pero nadie les avisó a
ellos, ministros, que el secretario de comercio interior - Augusto Costa, feudatario
del ministro Kicilloff- había decidido prohibir toda exportación de carne hasta
que bajara el precio interno de esta. Si hubo algún trato comercial fracasado
nunca lo sabremos, pero el papelón cometido fue de los mejores de la década.
Es entonces que en las manos de estos pocos personajes -los
que de verdad rodean a la presidente- está el futuro de la República.
Que estén
organizando una “revolución Nac &
Pop” con el auxilio de Milagros Salas, D’Elía, Pérsicco y Milani con su “ejercito del proyecto nacional” o que
decidan convertir al país -en estos últimos cuatrocientos cincuenta y seis
días- en una Cartago devastada a la que luego le echarán sal para que nada
perviva, puede llegar a ser un hecho en el que los argentinos pensamos pero el
miedo a que esto sea inevitable es tan grande que lo que estamos haciendo no es
otra cosa que meter la cabeza en la arena.
Pero bueno, al fin y al cabo el
ñandú es tan criollo como el mate.
Es probable que ambas cosas -la “revolución” y la tierra arrasada- vengan juntas. Ni siquiera habrá
que preocuparse bajo que grito se hará. Si ellos saben muy bien que a los
argentinos, luego del bolsillo, lo que nos conmueve a llanto es el viejo: “Patria o….” y como para completar la
frase nunca faltan sujetos, eso es lo que menos nos debería preocupar, siempre
están a mano los cipayos, el imperialismo, Braden resurrexit o todo el folklore
que supimos conseguir.
Además de las “causas
ideológicas”, hay otro problema que una algarada de este tipo les resolvería
ya que, después de diciembre del 2015 -supuesto cambio de gobierno mediante- seríamos
espectadores de un continuado desfile, y no de modelos precisamente, por las
escalinatas de Comodoro Py, y ellos no
quieren eso. ¿Podríamos, en estas condiciones, no imaginar al vicepresidente
camino de Marcos Paz?, ¿podría alguien suponer que no se pedirá la cabeza de
los ministros de seguridad para que den cuenta de los miles de muertos que su inseguridad
permitió?, ¿se podría pensar que no se le hará rendir cuenta a los ministros de
defensa por los aviones caídos, los buques hundidos, el equipamiento obsoleto,
la munición vencida, el abandono de la campaña antártica y el uso fraudulento
de los sueldos de los militares en el exterior?. Y estos, solo serían los
muñecos del comienzo, porque sin duda alguna hay muchos más, ¡vamos, si son a
hoy, once años de ineficaz gestión y fructífero latrocinio!
No hay mucho que pensar para imaginar cómo llevarían a esto
a cabo; y ni siquiera a nuestras espaldas, sino bien a la vista. ¿Cómo
interpretan, quienes lean esto, el desordenado y fantástico aumento del
presupuesto de inteligencia militar a un año y tres meses de la entrega del
gobierno?, ¿o creen que Milani sueña con
ubicar un “topo” en
Villavicencio 364, de Santiago de Chile
o comprar un “cabloco” para que filme
día y noche a Celso Amorim?, ¿Cuál es, la necesidad de imponer por la fuerza
del número una reforma stalinista a una ley de abastecimiento que de por si era
más que dura?, ¿cuál es la necesidad de actuar como si el mundo conocido
estuviera en una conspiración para destruirnos?, ¿Cuál fue la necesidad de
darle doscientas hectáreas a China para construir una base aeroespacial, base
que fácilmente puede transformarse en misilística, o coquetear sin pudor con
Putin?. Que cada uno piense las
respuestas que quiera, pero la estupidez y malevolencia puesta en juego por el
gobierno en estos once años nos autorizan a pensar así.
Y es a partir de estas suposiciones que creo conveniente que
nos empecemos a hacer una serie de preguntas donde la primera sería: ¿realmente
quieren los llamados presidenciables ganar las elecciones?, o esta perversa
travesura a la que asistimos diariamente de egos quisquillosos que al igual que
Penélope destejen en horas lo que les llevó días urdir no es la manera de
decirnos a los tontos que esperamos de ellos, como si fueran Moisés dándonos el
maná, que en el fondo no quieren hacerse cargo de esta bolsa de gatos que es el
país.
Quizás lo cierto sea que ha llegado la hora de aceptar que
en el fondo, estos “salvadores de la
patria”, se sienten cómodos en su “quintita”,
sea esta la capital, la provincia de los cárteles narcos, los feudos
provinciales donde todo se arregla en idénticas noches de puterío y vino, o
cada uno de los cargos electivos que se rifan y que le regalan al afortunado la
ilusión de tener una -aunque sea mínima- cuota de poder, ya que la parranda
electoral que ellos venden es tan endeble que ni siquiera se animan a
preguntarse si en verdad la comparsa mafiosa instalada en el gobierno aceptará
irse.
Mientras tanto, aunque nada de esto llegara a suceder y
luego de cuatrocientos cincuenta y seis días -días en los que cientos de
argentinos morirán por la inseguridad, las drogas o la desnutrición infantil- nos
encontremos frente a una urna, seamos conscientes que una vez más -por culpa nuestra y solo
nuestra- el futuro se nos fue de las manos.
JOSE LUIS MILIA
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