El Libro del Eclesiatés, perteneciente al Antiguo Testamento, dice textualmente: "Todo tiene su momento, y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír;…" En nuestra querida Argentina, por obra y gracia de los malos gobernantes, hemos entrado claramente en el tiempo de sufrir.
En la década de los “setenta”, militares, policías y
empresarios eran los blancos favoritos de las bandas terroristas de
ERP y Montoneros que secuestraban, atentaban y asesinaban, en los
lugares y momentos más favorables para su cobarde y criminal accionar. Por las
noches, en las calles en que había comisarías se bloqueaban las esquinas
para prevenir que fueran atacadas con el doble objetivo de generar bajas de
uniformados y robar armas. Los integrantes de los sectores elegidos como
blancos vivían con temor y preocupación cada vez que salían o llegaban a
sus casas. Si concurrían regularmente a su trabajo se recomendaba cambiar los
horarios de salida y las rutas de desplazamiento. Al llegar y salir del
domicilio se tomaban precauciones especiales y se extremaban las medidas de
seguridad personal.
Han transcurrido cuarenta años y
algunas cosas han cambiado. El temor a los asaltos, secuestros y
asesinatos al salir y llegar al domicilio, que
ahora se llaman “entraderas”
y “salideras”, ya no constituyen
situaciones exclusivas sufridas por un grupo determinado. El delito se ha
“democratizado” y ahora toma víctimas
de cualquier sector social. Los ricos, la clase media y aun los más
pobres caen bajo las balas o el puñal de los delincuentes a veces por
objetos tan nimios como un celular o una campera. Las comisarías ya son
asaltadas a la luz del día porque los criminales han perdido la sensación de
peligro y la han reemplazado por la de impunidad. Los delincuentes se pavonean
frente a las cámaras de televisión, son entrevistados, promueven su lenguaje
chabacano y son presentados ora como víctimas de la sociedad, ora como
representantes de una cultura con valores dignos de consideración social.
Constituidos en “batallones
militantes”, arropados por teorías jurídicas abolicionistas y transformados en
símbolo progresista de lo “políticamente
correcto”, los delincuentes han logrado imponer su cultura “tumbera” bajo el perverso paraguas de
poder de un gobierno “kirchnerista”
que nos dejará esta maldición entre sus peores legados.
También el crecimiento exponencial de
la producción, tráfico y consumo de drogas es una marca registrada de esta
década de gobierno K. Hubo una etapa de negación de lo evidente, encabezada por
el entonces Ministro de Seguridad Aníbal Fernández. Luego llegó la clásica
acusación a los opositores sintetizada en el señalamiento a los “narcosocialistas” formulada en el
mismísimo Congreso y ahora se llegó a la etapa de la resignación y el intento
de someternos a la legalización del consumo de cualquier sustancia como propuso
el Director de la SEDRONAR. Nada de cerrar las fronteras al narcotráfico,
de enfrentar y perseguir a productores, importadores y capitalistas de la
droga, y menos aún, realizar masivas campañas de prevención. Es mucho más
descansado y probablemente más remunerativo rendirse y entregar la salud de
nuestros jóvenes a la esclavitud de la adicción y la codicia de los poderes que
manejan el mercado de las drogas. Pareciera que, más allá de la incompetencia o
la complicidad, quienes nos gobiernan odiaran a la sociedad de la que
surgieron y quisieran corromperla hasta sus cimientos.
A pesar de estos probados antecedentes
nefastos en todo lo que respecta a seguridad, la señora presidente pretende en
sus últimos meses de ejercicio modificar toda la legislación judicial, con un
proyecto de Código Penal que ha sido severamente cuestionado por las
facilidades que otorga a los delincuentes y ahora con un proyecto de Código
Procesal que tras la fachada aparente de reflejar un endurecimiento, totalmente
ajeno al sentir “progresista” que siempre animó al oficialismo, parece esconder
el intento de dejar en manos de fiscales afines el irrefrenables pedido
de cuentas que sufrirá este gobierno tan pronto deba soltar los resortes del
poder.
Este extemporáneo y trasnochado
espíritu reformista no solo abarca el ámbito de la justicia sino que ha
avanzado en leyes que aumentan el poder central en el manejo de los
recursos energéticos, en el control del abastecimiento o en cualquier otra área
en que el capricho presidencial pretenda incursionar. Hemos llegado al extremo
de estatizar ese engendro pseudo académico que dio en llamarse “Universidad de las Madres”, escuela de
adoctrinamiento revolucionario, cuyos desaguisados administrativos serán
pagados una vez más con los fondos de los sufridos contribuyentes.
Lejos quedaron las fantasías de quienes
pensaron que el Frente para la Victoria, con la señora presidente a la
cabeza, organizaría un traspaso de gobierno consensuado, dejando
desatados los caminos para el crecimiento y el desarrollo económico e
institucional de nuestra vapuleada república. Esa esperanza desconocía la
naturaleza de un estilo y una personalidad profundamente mezquina y egoísta en
la que solo caben el resentimiento y la confrontación. De alguna manera, parece
que el gobierno no perdona a la ciudadanía que, con su voto, haya cerrado las
puertas a la reforma constitucional y al continuismo y nos castiga
complicando nuestro presente y amenazando nuestro futuro.
Cuenta para ello con el voto atado de
sus legisladores, incapaces de anteponer el interés de sus representados por
sobre los intereses partidarios y la verticalidad absoluta, a quienes les cabe
la responsabilidad histórica de haber convalidado desde un presupuesto
viciado de falsedad hasta el otorgamiento de poderes que exceden el mandato
constitucional. Esta etapa legislativa será recordada como el tiempo en que los
principios y valores republicanos fueron aplastados por imposición del
número de una mayoría circunstancial incapaz de aceptar el debate, las
evidencias y los puntos de vista divergentes.
Sin embargo, esta soberbia política
choca con límites que no puede superar, tal como son las leyes de la
economía. Por mucho que se tergiversen las cifras y se metamorfoseen los
índices de precios, la sistemática reincidencia en gastar mucho más que lo recaudado
y mantener un déficit fiscal elevado han minado las bases del crecimiento y la
credibilidad económica. La Argentina está en recesión. No se trata de un
colapso como el que nos hundió en el 2001 pero si de una presión fuerte y
persistente que nos está llevando a la asfixia. La combinación de alta
inflación, falta de dólares para importación y un dólar oficial por
debajo de su valor real, van quitando competitividad a la economía y provocando
cierre de empresas y suspensiones que el gobierno puede negar pero no
evitar. Como se ha dicho claramente en el coloquio de IDEA, este modelo (si
alguna vez existió como tal) está agotado.
Tampoco ha logrado el gobierno “kirchnerista” asustar a sus
interlocutores fuera de las fronteras nacionales. Sus ataques desmesurados
contra el juez que le dio la razón a los tenedores de bonos impagos en su
litigio con la Argentina y la insistencia en descalificarlos como “fondos buitres”, sin atender razones ni
medir expresiones, nos ha puesto en situación de “default técnico”. Ahora, los poderosos estudios jurídicos que
apuntalan la estrategia de los litigantes, han comenzado a apuntar contra
los bienes presidenciales y de empresarios amigos del poder en su afán por
encontrar fondos embargables, y con ello, podrían llegar a prestar un
servicio inestimable en el develado de las tramas de corrupción que los jueces
argentinos soslayan o dilatan. Lamentablemente todo el descrédito que acumulan
nuestros funcionarios también mancha y enturbia el buen nombre y la
seriedad de la nación misma.
Con estos escenarios externos e
internos el año largo que falta hasta que la señora Cristina Fernández entregue
el poder será un calvario para la Argentina. Es imprescindible
manifestar democráticamente el profundo rechazo que genera esta política
oficialista de dejar tierra arrasada, empresas quebradas, deudas impagables,
exportadores sin mercados y una sociedad desalentada, con la oscura esperanza
de que el fracaso de su sucesor reabra las puertas del poder a quienes
tanto daño le están haciendo al país. En cada tribuna y en cada acto de
campaña, en los medios y en las calles, tenemos que hacer saber que los
argentinos no estamos dispuestos a que nos roben el futuro y que señalaremos
con el dedo acusador a todos los que se presten a esa traición social y moral.
Que el espíritu no decaiga pues eso es lo que desean los perversos. Tengan por
seguro que en nuestra Argentina ningún hombre ni mujer
de bien se rendirá y afortunadamente, todavía existen muchos.
Juan Carlos Neves
Primer Secretario General de Nueva Unión Ciudadana
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