Plena vigencia del discurso de
Alberto Medina Mendez en el acto de “Libertad Querida”, realizado en 15
de diciembre de 2010 en el hotel Four Seasons:
El mundo se ha vuelto muy
vertiginoso. La velocidad pretende ser un valor y la eficiencia fugaz se ha
convertido en el paradigma del éxito y el fracaso.
La política no es la excepción a
la regla y abundan movimientos partidarios que brotan y aspiran a subirse a esa
ola. Pero no menos cierto es que esos mismos espacios políticos que han nacido
como aluvión y crecido velozmente, tienen demasiado de circunstancial y de
efímero. Así como aparecen con gran rapidez, también se desploman a idéntico
ritmo. Nada bueno puede venir de la mano de hazañas meramente espasmódicas.
Ciertos sucesos casuales pueden
ser funcionales a la aparición de un contexto extraordinario, diferente, que
genere gran expectativa dadas sus singulares características. Pero nada es
mágico en esta vida. El solo hecho de creer en esa fantasía es una muestra de
una dudosa inteligencia.
Las construcciones llevan tiempo,
esfuerzo y sacrificio. No se puede crear algo serio en tan breve lapso. Y en
política mucho menos. Se debe trabajar duro, cultivar relaciones sólidas,
articular ámbitos genuinos de discusión, intercambio y consenso. Pero también
son esenciales los liderazgos criteriosos para lograr que lo que emerge se
constituya en algo respetable.
Lo auténticamente bueno, lo que
realmente vale la pena, es siempre el fruto de una larga serie de aciertos y
también de desatinos, pero sobre todo, de esos cimientos sólidos que se han
edificado a lo largo del tiempo, gracias a la voluntad de aquellos que creen
férreamente en esa posibilidad que permite soñar, bajo la condición de tener
los pies sobre la tierra.
El ilusionismo en política jamás
sobrevive. Las campañas proselitistas profesionales, las brillantes estrategias
de marketing especialmente diseñadas, los candidatos que, desde fuera del
sistema aterrizan en la actividad partidaria, son solo recursos, ardides, que
pueden funcionar en el corto plazo, pero que no garantizan nada suficientemente
sustentable.
Los atajos son trucos que sirven
para acortar camino, pero hacer política no es solo lograr eventuales triunfos,
ni colarse por un resquicio. Eso puede ayudar pero nunca dejará de ser un
simple hito en el complejo y prolongado sendero que conduce hacia la
realización de grandes propósitos.
Por eso, cuando se observa el
escenario político actual, y se percibe con tanta claridad la desmesurada
ambición de ciertos personajes por alcanzar el poder a cualquier precio, no se
puede menos que anticipar que esos intentos culminarán sin pena ni gloria. Lo
grave no es el final de esas instancias, la mayoría de las veces, absolutamente
predecibles, sino el desperdicio de energías y el derroche de ilusiones que
ello implica.
Sumarse eternamente a nuevos proyectos
es una gimnasia demoledora, que desgasta, corroe la confianza y destruye a
quienes deciden hacerlo. En la política, como en casi cualquier ámbito de la
vida, se trata de construir de a poco, con paciencia, consolidando paso a paso,
tropezando a veces, pero asimilando el resbalón, para capitalizarlo y avanzar
nuevamente desde allí.
Para eso resulta imprescindible
disponer de perseverancia para evolucionar, humildad para comprender el
recorrido y capacidad para rodearse de los mejores. La idea no es transitar un
desenfrenado derrotero, repleto de angustias y premuras, sino más bien
dedicarse a colocar ladrillo sobre ladrillo, con la serenidad que ese trámite
requiere para no empezar de nuevo a cada instante.
Quienes pretenden modificar el
curso de los acontecimientos deben entender el sistema y su detallado
funcionamiento. Si ya lo han descubierto, pues entonces habrán entendido que
esto no es para improvisados seriales y mucho menos para ansiosos crónicos.
Los que están en el juego desde
hace mucho saben muy bien como sacarse de encima a los arribistas de siempre.
Es cuestión de tener la templanza suficiente. Entienden que todo lo que escala
rápido, desciende con similar prontitud. Solo se trata de esperar, porque lo
que germina repentinamente, con personalismos y mezquindad, no tiene chance
alguna de perdurar.
Si realmente se desea cambiar el
rumbo, deberán primero comprender que esta no es una carrera rápida, sino una
maratón, una verdadera prueba de resistencia. En esa disciplina se deben
manejar los tiempos con talento, dosificar los ritmos con creatividad, guardar
el aire, apurar el paso cuando sea necesario, pero también registrar que la
meta está bastante más lejos de lo que parece y que apresurarse es sinónimo de
frustración asegurada.
Es una pena que ciertos líderes
que llegaron a la política no lo hayan comprendido en su momento. No solo ellos
perdieron la ocasión de pasar a la historia al darle prioridad a sus urgencias
personales. También arrastraron a muchos ingenuos ciudadanos que se montaron a
esos espejismos, y cuando todo se derrumbó, no solo fueron derrotados, sino que
en ese trayecto quedaron atrás buena parte de sus esperanzas, repercutiendo
además directamente en cualquier futura oportunidad.
Lamentablemente, el presente
reedita esta cuestión y la coloca en el centro de la escena. Muy pronto se
habrá despilfarrado otra chance concreta de transformar el presente. Como
tantas otras veces, se privilegiaron los intereses del corto plazo y el tren pasará
de largo inexorablemente.
Parece difícil imaginarse un
profundo aprendizaje de este nuevo capítulo. Más bien paree que no faltará
quien vuelva a responsabilizar a los "malos de la película" por los
errores propios, sin hacer la autocrítica indispensable. Nada distinto ocurrirá
hasta que no se comprenda acabadamente que en política también, la ansiedad es
incompatible con la construcción.
Alberto Medina Méndez
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