Hace unos años tuve la oportunidad de dialogar
largamente con un prestigioso general europeo que, ya retirado, asesoraba a su
gobierno en temas de defensa. Una de las anécdotas más interesantes que me
relató fue la ocasión en que se dirigió a una de las máximas autoridades
políticas de su país para alertarlo acerca de la amenaza que significaba una
inevitable guerra en los Balcanes y las medidas de prevención que recomendaba
para evitarla.
Lamentablemente - me
dijo- su consejo no fue atendido y nada
se hizo hasta que efectivamente se desencadenó la guerra que requirió la
intervención de su país y que generó
miles de víctimas y enormes daños materiales.
Políticamente
incorrecto, el general no se privó de enrostrar al jefe político el hecho de
que por no adoptar sus propuestas para prevenir el conflicto se habían
producido finalmente muchas más bajas y sufrido mayores costos. La respuesta
que recibió fue que a nadie le daban una medalla ni le atribuían un mérito por
prevenir una crisis sino por solucionarla.
Si hubiera movido fuerzas y medios antes de la guerra –dijo el político-
hubiéramos tenido menos bajas y menos costos pero no hubiera tenido forma de
justificarlo porque el conflicto nunca se hubiera desencadenado.
Cuando la guerra
estalló, la opinión pública aceptó y justificó las consecuencias. Es más,
alabaron mi decisión y firmeza para terminar con el conflicto.
Con el tiempo aprendí
que esta anécdota real no constituyó una circunstancia aislada sino una
paradoja que se repite con notable frecuencia. La cuestión es que, si actúas
eficazmente para prevenir una catástrofe o una crisis y la evitas, raramente
podrás demostrar fehacientemente que sin tu accionar la catástrofe o la crisis
se hubiera producido. Sucede tanto si te gastas el presupuesto de salud en
prevenir epidemias como si no dejas salir a tu hija de noche por los riesgos
percibidos. Siempre habrá quien te enrostre que gastaste o prohibiste sin
razón. Que no hubo epidemias o que a tu hija nunca le pasó nada. El problema es
que, si para evitar estas críticas dejas que el hecho perjudicial suceda,
quizás después sea tarde o irreversible para evitar sus consecuencias.
Los altos mandos
militares que tomaron el gobierno en el 76, apreciaban que si dejaban seguir
creciendo a la guerrilla esta podría tomar el poder como en Cuba. Actuaron
antes, pero ahora la sociedad descree que ese riesgo fuera real. Se dio la
paradoja de la prevención. Evitaron una situación crítica y al hacerlo, hoy no
pueden demostrar que tal situación se hubiera producido.
El presidente Menem
pudo haber flexibilizado la convertibilidad, pero no lo hizo. Luego tampoco lo
hizo su sucesor, De la Rua, pero a éste el problema le estalló en las manos y
provocó la caída de su gobierno. Cuando le tocó el turno al presidente Duhalde,
encontró una sociedad ya resignada a pagar los costos del desastre. El dilema
es prevenir la catástrofe, cuya ocurrencia después no se podrá demostrar, o
esperar a que estalle y luego actuar con consenso, pero con el riesgo de que la
situación sea irreversible.
Esta cuestión está en
el núcleo de la política actual del gobierno de Cambiemos. Macri asumió con la
convicción de que si no tomaba medidas drásticas y urgentes, una insoportable
crisis económica se precipitaría sobre el país. Con esa certeza aumentó
servicios y transportes, dejó flotar el dólar y generó un ajuste de
proporciones. Ahora la oposición, particularmente la que encarna el “kirchnerismo rabioso”, juega con la
acusación de que no había crisis en puerta y que las medidas adoptadas por el
gobierno responden a una concepción propia de un capitalismo deshumanizado que
vino a romper un panorama económico idílico. Estamos convencidos de que esto es
una falsedad grosera y más de la mitad de los argentinos acompañan esta
convicción y ha aceptado el remedio amargo con resignación. Pero no se puede
ignorar la forma en que este discurso perverso cala en las capas más
vulnerables y menos educadas de la sociedad que no parece dispuesta a una larga
postergación de sus necesidades inmediatas.
Como muestra de este
pensamiento les comento que la Agrupación Oesterheld invita a una cena el 6 de
junio en el Hotel “recuperado” Bauen,
en que los invitados estelares son Amado Boudou y el cantautor Ignacio Copani.
Del primero destaca que es atacado porque rescató 74.000 millones de los que se
habían apoderado “legalmente” los
bancos para ponerlos a disposición del pueblo y del segundo publica estos “versos”: “Quiero volver a estar mal, /quiero volver al relato /quiero mirar un
canal /que me pueda informar /al menos un rato. /Quiero ese mundo irreal /de
pensadores y artistas /y no esta felicidad /de matones, mediocres, burros y
fascistas.” Finalmente, cierra la convocatoria “En plena Tercera
Resistencia” con una cita de John William Cooke “Con la resistencia no alcanza, sin contraataque no hay victoria”.
Cito este ejemplo
pues la invitación me llega a la casilla de correo, obviamente sin haberla
pedido, y nos permite ilustrar cómo piensa
y actúa parte de ese 49 por ciento que
no votó a Cambiemos y que no
comparte la necesidad de encarar el plan de austeridad y sacrificio que la
Argentina necesita para evitar la caída al vacío.
La realidad es que el
“kirchnerismo” no dejó una herencia,
sino un tumor maligno de odio, corrupción e incompetencia que es necesario
extirpar para poder curar el tejido de la república.
El presidente y su
equipo son conscientes de esta oposición agresiva y de la forma en que trabaja
en vastos sectores de la población que sufre necesidades reales. El oficialismo
avanza y retrocede. Duda. Arma su propio relato justificando un blanqueo con el
pago de la deuda a los jubilados. Oscila entre la dureza y el populismo. Se
equivocan con frecuencia y, aun así, se muestran enormemente superiores a sus
antecesores del Frente para la Victoria porque aquellos eran los peores. El
temor que en buena parte de la sociedad despierta la posibilidad de un regreso
de la señora Cristina Fernández y su corte, le brinda al gobierno actual un
amplio margen de fidelidad y tolerancia. Pero debe comenzar a acertar pronto,
porque cada semana y cada mes que pasa comienza a ser visto más responsable y
menos víctima de la situación. El peor escenario sería sufrir el dolor de las
medidas de prevención y que igual se produjera la crisis, porque las medidas
fueron malas o incompletas. Gobernar no es fácil pero quien lo hace en una
democracia, es porque antes ha convencido a la sociedad de que sabe lo que hay
que hacer y dispone de las mejores respuestas. Ahora hay que probarlo.
Más allá de lo
económico, que se ha situado en el centro de la agenda, surgen otros temas que
requieren seria atención. La credibilidad de las denuncias del gobierno acerca
de la situación recibida, exige que la justicia las convalide con
investigaciones, juicios eficaces, condenas bien fundadas y confiscación de los
bienes mal habidos cuando se trata de casos de corrupción. Claramente el tema
no se resuelve con que caigan los empresarios cómplices. Son los funcionarios,
empezando por la que fuera todopoderosa figura presidencial, los que tienen que
rendir cuentas a la sociedad a través de la justicia. Es cierto que el gobierno
debe dejar que los jueces actúen libremente, pero sería lamentable que la
sociedad intuyera que desde el actual poder se trata de proteger a figuras del
anterior, aduciendo razones de gobernabilidad o cualquier otro temor. Los
argentinos debemos enfrentar nuestro destino y sus consecuencias y no hay
posibilidad de avanzar hacia un futuro promisorio sin cerrar el capítulo de la
corrupción y el asalto al Estado, con castigos justos y ejemplificadores.
También esperamos, en
nombre del sector de la sociedad cuyas inquietudes representamos, que el
gobierno comience a revisar los miles de millones de pesos (cifra nada
exagerada) que el “kirchnerismo”
dilapidó “indemnizando” a miles de
familiares de terroristas pertenecientes a bandas subversivas (en muchos casos
asesinados por sus propios compañeros), a exiliados y a organizaciones que se
dedican a promocionar y defender las acciones violentas ejecutadas contra el
Estado nacional. Que se ocupe de una vez por todas de atender las demandas de
las víctimas ignoradas de aquellos terroristas. Que se atiendan con urgencia
las violaciones a los derechos humanos de los detenidos acusados por delitos de
lesa humanidad en cuyo juzgamiento y detención no se atiende a los Códigos de
Procedimiento y a las leyes vigentes y que cesen los nuevos y aberrantes
juicios que, como en el caso de Tucumán, se sustancian contra militares que
actuaron durante un gobierno constitucional y en su defensa, con el agravante
de tener como querellante a la actual Secretaría de Derechos Humanos de la
Nación.
Largo y espinoso es el camino que deben recorrer quienes hoy nos gobiernan. A pesar de todos los inconvenientes, confiamos en que día a día aprendan, mejoren y atiendan las voces de quienes queremos que tengan éxito, porque apostamos a que a todos nos vaya mejor. Mientras tanto, seguiremos apoyando lo bueno y criticando los errores recordando que el tiempo apremia, sobre todo para los que están injustamente presos y para los que se ven agobiados por las necesidades básicas insatisfechas y el flagelo de la inseguridad.
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