Cuando un dirigente
va ocupando cargos de mayor responsabilidad y complejidad durante su carrera
puede darse el caso de que al alcanzar determinado nivel comience a fallar
porque ha llegado al límite de su competencia. Entonces se hace evidente que su
capacidad y sus talentos eran apropiados para cumplir las exigencias requeridas
por el cargo anterior, pero no más allá. Eso sucede porque los ascensos se
otorgan por los méritos demostrados en la función anterior y no por haber
evaluado si el dirigente contaba con las capacidades necesarias para ser
competente en el escalón siguiente.
Esto puede suceder en
una empresa, en la cual resulta que un eficiente gerente de sucursal fracasa al
ser promovido a gerente general por su inhabilidad para diseñar políticas globales
de largo plazo. Puede suceder en las FFAA cuando un brillante táctico asciende
a General y falla al tener que pensar en términos estratégicos. Y, por
supuesto, puede suceder entre los dirigentes políticos que han sido excelentes
administradores en municipios, en provincias o en ciudades autónomas y que
muestran sus límites cuando tienen que asumir responsabilidades a nivel
nacional pues carecen de preparación como estadistas y estrategas, y de
cualidades para liderar y motivar a un conglomerado diverso de individuos con
intereses contrapuestos con el objetivo
de conducirlos hacia un proyecto y un
destino común.
Al cabo de un año de
gestión del presidente Mauricio Macri, con resultados inciertos y dispares,
este planteo viene a cuento al momento de evaluarlo. Fue un excelente presidente del Club de fútbol
Boca Juniors y un eficiente Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires pero ahora enfrenta el desafío de ser presidente de la nación. Cuando inició
su mandato en diciembre del 2015 lo hizo concitando las esperanzas no solo de
terminar con un régimen de 12 años de oprobio, corrupción y autoritarismo, sino
de iniciar una transformación que nos llevara a un futuro mejor y superador de
fracasos y antinomias. Su desempeño ha sido un compendio de buenas intenciones,
aciertos puntuales y errores técnicos y conceptuales, que dejan abierta una
duda que solo el protagonista podrá resolver con sus acciones futuras.
Analicemos los temas
determinantes. Desde la asunción presidencial se percibió la voluntad de
trabajar con consenso y transparentar las acciones de gobierno. No es un tema
menor haber recuperado la credibilidad de las estadísticas oficiales y haber
desactivado los mayores obstáculos que dejó el gobierno de Cristina Fernández
en el área económica. Son de mención obligada la liberación del cepo, la salida
del default y la desactivación de la trampa de la venta de dólar futuro que aún
es motivo de objeciones judiciales para los que montaron esa felonía. También
es de aplaudir la salida del anacrónico bloque bolivariano y el intento de
lograr una mejor y más fluida
integración con el mundo.
Entre los errores
técnicos más notables se pueden citar el burdo intento de nombrar dos jueces de
la Corte en comisión por decreto y el aumento desorbitado de las tarifas de gas
saltando la obligación legal de realizar audiencias. Esto le marcó al gobierno
los límites del voluntarismo. Sin dudas, el error más notable fue la
innecesaria e imprudente apuesta efectuada al
intervenir en la elección presidencial de una potencia (EUA) eligiendo y haciendo
pública la preferencia por una candidata que, para peor, terminó siendo
derrotada. Actitudes propias de una diplomacia amateur.
Sin embargo, las
cuestiones que han puesto en crisis la esperanza ciudadana se centran en
ciertos errores conceptuales de gran valor simbólico. El día que el gobierno se
resignó a no aplicar su protocolo anti piquetes no solo perdió la calle sino la
confianza ciudadana en que la nueva administración estaba dispuesta a asegurar
el orden y la libertad en el espacio público. Ya no se trata simplemente de la
incapacidad para brindar seguridad ante el imperio criminal en las calles.
Ahora también se manifiesta la imposibilidad de asegurar hasta la libre
circulación, por falta de firmeza y temor a tener que enfrentar las
responsabilidades que emergen del uso racional de la fuerza que debe ser
monopolio del estado de derecho.
Si esto sorprende y
entristece, la actitud de ceder a la extorsión de los grupos piqueteros
organizados y entregarles millonarias sumas para sus “obras sociales”, en un presupuesto deficitario, causó
consternación y quitó fuerza a cualquier argumento en defensa del ahorro
público. Aquí no solo se percibió temor por parte del gobierno sino también
especulación electoral, burda e inocultable.
El acuerdo con el
Reino Unido que involucra la explotación del petróleo y las comunicaciones con
las Islas Malvinas sin incluir la soberanía entre los temas a tratar fue un
cachetazo a los sectores celosos de la soberanía. Aunque en Argentina no hay un
gran partido nacionalista esos sectores distan de ser minoritarios, ya que la
cuestión soberana está entre los postulados básicos del justicialismo y de
grandes grupos independientes y vinculados a las FFAA. Bastó ver la reacción de
la ciudadanía cuando pudo ver desfilar a los combatientes de Malvinas y el
desconcierto que ello causó a los pseudo estrategas gubernamentales que parecen
no comprender qué significan y qué peso tienen los sentimientos patrióticos de
los argentinos.
Otra cuestión muy
decepcionante fue comprobar que el nuevo gobierno no estaba dispuesto a
modificar la línea de explotación del tema de DDHH adoptada por el gobierno “kirchnerista” para perseguir a los
militares que combatieron a la guerrilla setentista y mantener la impunidad de
los guerrilleros y el pago injusto de indemnizaciones millonarias. El candidato
Maurico Macri había expresado en privado que conocía estos temas y en público
habló de terminar con el “curro de los
derechos humanos”. El presidente Mauricio Macri no abordó estas cuestiones y tanto su Ministro de Justicia como su
Secretario de DDHH, so pretexto de proteger al presidente, no solo se
desentienden de las violaciones a los DDHH de los detenidos provenientes de las
FFAA, Policiales y de Seguridad, sino que se constituyen en querellantes,
demostrando su falta de imparcialidad. Nada ha cambiado de fondo en estos temas
y los muertos en prisión se suman en forma alarmante.
La repetición de las
prácticas clientelares, el mantenimiento de las viejas consignas que hablan de “no criminalizar la protesta social”
cuando lo que se ven son encapuchados con palos y pasamontañas que llegan en
caravanas de ómnibus pagados, el desinterés por los temas soberanos que hacen a
nuestro futuro, la falta de valor para dar al tema de los DDHH su verdadera
dimensión y ocuparse también de los crímenes de los guerrilleros y sus víctimas
nunca atendidas, son síntomas de que las cuestiones de fondo no cambian.
Entonces nos preguntamos lícitamente ¿Qué es Cambiemos? ¿Una fuerza renovadora
que llegó para salvar a la Argentina decadente que dejaron los Kirchner o
apenas una prolija administración que
trata de mantenerse a cualquier costo repitiendo errores y desviaciones que
hemos visto tantas veces?
Dicen las encuestas
que la mitad de los argentinos aún tiene esperanzas de cambio. La otra mitad ya
las perdió. La esperanza está en crisis y para superarla se necesita más, mucho
más que una mejora en el consumo o una modesta baja en la inflación. Lo que se
necesita es percibir que se produce un verdadero cambio cultural y estructural, en las actitudes, en la
responsabilidad de los funcionarios, en la aplicación de políticas de
desarrollo y en la expresión de un proyecto que entusiasme. Nadie da la vida
por unos puntos del PBI. La entrega y el encolumnamiento requieren de una
visión que emocione, que despierte las fibras patrióticas dormidas y que nos
haga sentir que un verdadero cambio es
posible.
El gobierno aún tiene
un tiempo pero debe pensar en el país antes que en las próximas elecciones. El
futuro está en sus manos y el tiempo nos dirá si acompañaremos una simple
transición o un verdadero proyecto de país.
Juan Carlos Neves
@NevesJuanCarlos
Primer Secretario
General
Nueva Unión Ciudadana
Argentina
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