“…Pero, ¿quién
puede
hacer entender a
los argentinos que
un país sin una historia
escrita con la verdad,
es un país sin futuro?”
hacer entender a
los argentinos que
un país sin una historia
escrita con la verdad,
es un país sin futuro?”
Jorge Milia
Editorial Diario “Castellanos”
Rafaela, 11/02/2017
Editorial Diario “Castellanos”
Rafaela, 11/02/2017
Debemos reconocer que
la situación fue poco común. Nunca, que yo tenga memoria, el conductor de un
programa de la televisión abierta se había animado a invitar a alguien que
salía del obligado pensamiento, políticamente correcto, del que hacen gala
periodistas y políticos referido a los hechos derivados de la guerra contra la
subversión; reconozcámoslo, esto sucedió dos veces y es probable que el
conductor no la haya pasado bien con quienes manejan el “catecismo de los setenta” por la decisión que tomó. Primero,
Victoria Villarruel y luego Silvia
Ibarzábal venían a denunciar ante el público que durante treinta y cuatro años -políticos
y periodistas- habían ocultado, en nombre de un relato falazmente parcial, a
las víctimas que la subversión había causado en la Argentina.
Ante la solidez de
los argumentos expuestos por ambas mujeres -Victoria Villaruel es presidente
del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv),
Silvia Ibarzábal es hija de un Coronel del Ejército Argentino asesinado luego
de diez meses de estar secuestrado- en el panel que las recibió debería haber
habido, por parte de los periodistas y políticos presentes, una aceptación
veraz de que lo que transmitieron durante años a la sociedad sobre las víctimas
de los años setenta era una media verdad, cosa que al final termina siendo una
mentira completa pero, esperar un mea culpa de aquellos que por miedo,
complicidad o retribuciones espurias cultivaron este silencio raya en la
tontería. Así, lo que hubiera sido un diálogo fecundo que quizás nos hubiera
encaminado, aunque fuera a partir de un programa de televisión, a un nuevo
intento de reconciliación por sobre el dolor que aún nos mueve se convirtió en
una repetición cansina pero machacona de los slogans que zurdos, progres y
cobardes han adoptado como dogma y que a hoy no es otra cosa que una serie de
fetiches pseudo históricos que los ayuda en sus masturbaciones mentales: el “plan sistemático”, los 30.000, el robo
de bebés, el genocidio…, falacias que hicieron posible que la Argentina de
estos últimos siete lustros en lugar de memoria, verdad y justicia haya tenido
omisión, mentira y revancha.
1.-
El “plan sistemático de exterminio”
Quizás, si los
comandantes en jefe que dieron el golpe el 24 de marzo de 1976 hubieran tenido
un plan, estudiado y pensado, para enfrentar a la guerrilla, en especial a la
urbana, hoy no viviríamos el enfrentamiento que divide a la sociedad, ni la
mentira primero, y la venganza después hubieran sido la forma que sirvió para
destruir las relaciones entre el pueblo argentino y sus Fuerzas Armadas.
Con extrema lucidez,
Juan José Gómez Centurión definió como caos la manera en que se llevó adelante
la guerra contra el terrorismo negando la falaz idea de un plan de exterminio
pensado y ejecutado hasta el mínimo detalle expuesto por los perdedores de la
guerra y los lameculos de ocasión que los acompañan.
Con solo leer el
libro de Ceferino Reato, “Disposición
final” (1), uno descubre que, tal cual lo define Gómez Centurión, la guerra
contra el terrorismo se desenvolvió en un ambiente de caos total, no había un
jefe responsable de la misma, cada Fuerza Armada se manejaba de manera
independiente de las otras, que cada zona militar gozaba de una autonomía
increíble y que, según dice Reato que Videla le dijo, “La libertad de acción derivó en grupos que se manejaron con demasiada
autonomía. Había una finalidad, que era lograr la paz, sin la que hoy no habría
una república…”. Sin duda alguna es cierto que sin la eliminación de la
guerrilla hoy no tendríamos República, pero también es cierto que esta falta de
un plan diseñado para llevar adelante no solamente la guerra, sino también la
posguerra, nos ha dejado a un tris de quedarnos sin Fuerzas Armadas.
Obviamente, quienes
se llenan la boca repitiendo esta mentira nunca se hubieran animado, ni, menos
aún les convenía definir lo que pasó, de la misma manera que lo había hecho el “Lider” que, sin tanta parafernalia
lacrimosa dijo: “…que es todo el pueblo
el que está empeñado en exterminar este mal...” y llamó a que “…el reducido número de psicópatas que va
quedando sea exterminado uno a uno para el bien de la República.” (2)
Más allá de lo
creíble o no que pueda ser el libro de Reato, no hubo un plan de contingencia
ni para el combate ni, menos aún, para aquellos que eran considerados “irreductibles”. Dicho en pocas
palabras, el miedo a las implicancias políticas internacionales que traería
blanquear el fusilamiento de unos cuantos guerrilleros hizo que el aparato
militar dejara de ser eficiente y comenzara a manejarse en un sistema
desordenado y confuso que solo un tarambana puede considerar como plan.
Frente a la pregunta
que muchos que desconocen lo sucedido se hacen: ¿hubo un “plan de exterminio”?; lo primero a considerar es que un plan, para
ser definido como tal, debe ser estructurado de manera tal que se alcance el
objetivo a cumplir. Si un plan no es eficiente, si no hay coherencia en los
objetivos, sean estos ganar la guerra o dejar en tal estado de aniquilación al
enemigo que este no pueda moverse nunca más ni militar ni políticamente, ni
siquiera es un plan, es una joda, joda sangrienta quizás, pero joda al fin o,
como dijo más educadamente Gómez Centurión, solo es un caos.
Supongamos por un
momento que hubiera existido un “plan de
exterminio”. La mejor manera de saber si lo hubo o solo fue un caos es
pensando que como objetivo la idea sería eliminar a no menos de un 80% de los
efectivos terroristas, más los simpatizantes que se pudieran prender. Para ello
hagamos algo de números sobre el número de terroristas que se enfrentaban a la
Nación. Dejemos de lado, por imprecisas, el número de combatientes que, según
Anguita y Caparros (3), tenía Montoneros. Me quedo con el número que detallan
los documentos desclasificados del Departamento de Estado norteamericano (4) de
los que se infiere que Montoneros nunca tuvo más de 8.000 combatientes.
Respecto del ERP,
Pablo Antonio Anzaldi (5) hace un cálculo atinado: “si el ERP tuvo cuatro compañías de 200 hombres y un batallón de 400 su
tropa [combatiente] constaba de 1.200 personas”, aunque Paul H. Lewis (6)
sostiene que a fines de 1974 en Tucumán el ERP había desplegado por toda la
provincia 2.500 elementos. De cualquier manera, volviendo a los documentos desclasificados podemos estimar
que la realidad del ERP era una media: 1.500 hombres en armas.
Si a los combatientes
les sumamos los apoyos de retaguardia: reemplazo por bajas, logística, sanidad,
fabricación y mantenimiento de armamentos, etc., tendríamos un promedio de 5
personas de apoyo por combatiente, por lo que puede estimarse que el total de
elementos vinculados militarmente al ERP eran aproximadamente unos 8.000
efectivos. Haciendo un cálculo similar para Montoneros con los números de los
documentos desclasificados del Depto. de Estado de USA -aproximadamente 8.000 combatientes-
para esta “orga” el total de personas
vinculadas estrechamente al aparato militar serían unos 40.000 elementos, lo
que nos daría un total de, más o menos, 48.000 subversivos entre combatientes y
elementos ligados estrechamente a la “orga”
militar.
El Registro Unificado
de Víctimas del “Terrorismo de Estado”
(RUVTE) que depende del Ministerio de Justicia precisó que en la década de los
setenta las víctimas por acción de la contraguerrilla fueron 8.571 personas lo
que nos muestra que si hubo un general que dijo: “deberán morir los que deban morir” -frase a la que atribuyo la
misma verosimilitud que a la cifra 30.000- de los 48.000 que debían morir, y eso sin contar a los simpatizantes,
solo quedaron bajo tierra, o bajo agua, un 17,85%, o sea que, visto desde donde
se vea, más que un plan fue un caos, y así y todo fue un fracaso.
2.-
Los 30.000
Experto en no decir
nada y ver solamente de que manera puede salvar su ropa, Claudio Avruj,
secretario de derechos humanos, dijo: “el
número de desparecidos es un número en construcción porque la Justicia no llegó
en tiempo y forma" (7). ¿Qué quiso decir con esto?, ¿Qué iba a llamar
a licitación para incorporar al Registro Unificado de Víctimas a un número
determinado de difuntos que hubieran aparecido en los obituarios de los diarios
nacionales entre 1976 y 1983?, ¿o que quizás incorporaría a este a los miles de
de muertos violentamente desde que el garantismo -de la mano del pequeño
Alfonso- se entronizó en la justicia argentina?. Avruj no dice mucho de sus
planes pero cualquier desconfiado podría suponer que busca con empuje no exento
de desesperación la manera de convertir las 22.000 mentiras definidas por Gómez
Centurión en algo que fuera más o menos creíble, aunque más no sea para llenar
algunas de las chapitas anónimas del parque de la memoria; como ayuda sería
bueno sugerirle la posibilidad de escribir en las que después de treinta y
cinco años aún no le han encontrado un nombre: “un terrorista argentino muerto (o si prefieren, desaparecido) solo
conocido por Dios” y por aquel que cobró la indemnización correspondiente.
Por el número de
muertos y de desaparecidos, pero también de rajados, lo nuestro no ha sido
ninguna de las guerras mundiales, ni siquiera la Guerra Civil Española. Si yo
me paro frente a la placa que recuerda a los muertos de los setenta en la
Facultad de Ingeniería Química de la UNL donde estudié puedo decir quién era,
que hacía y si fue chupado o lo mataron en algún enfrentamiento y, muertos o
desaparecidos, no hay más que los que están -tanto en esa placa como en el
RUVTE- y nada más, salvo desvaríos, hay para sumar.
Asombra la congoja y
la ira que domina a aquellos que tienen mucho que perder cuando tratan de hacer
callar a quienes no creen en estos números propios del realismo mágico. Hay
mucho de ánimo inquisitorial y cobarde en periodistas y políticos cuando uno
dice no creer en las mentiras del “pensamiento
oficial” -ante el que el oficialismo político de turno ha agachado siempre
la cabeza- ya que hasta no hace mucho, aunque no sabemos si seguirá sucediendo,
el anatema lanzado por una gárgola de cabeza empañolada era la muerte civil del
impío que osaba contradecirlo.
En tanto y cuanto los
30.000 nacieron como un número para timar a europeos “bien pensantes” (8) ese ha
sido el sino de los desaparecidos, un número de altísima rentabilidad cuyos
dividendos han quedado en manos de unos pocos avivados.
3.-
El “plan sistemático” de robo de bebés
El 4 de enero de
1977, fuerzas conjuntas del Ejército Argentino y la Policía provincial santafesina
cercaron la casa ubicada en calle San Martín entre Espora y Obispo Boneo, de la
ciudad de Santa Fe. Cuando se trata de allanar la vivienda, la acción es
repelida mediante fuego de armas automáticas. En la vivienda se encuentran José
Pablo Ventura (a) Rafael a cargo de la secretaría militar de Montoneros,
acompañado dos mujeres conocidas por sus nombres de guerra: Paula y Candela y
el hijo de esta última de seis meses de edad. Antes de iniciado el tiroteo
Candela logra poner a salvo en una casa vecina a su hijo.
Una vez terminado el
tiroteo con la muerte de los terroristas, los vecinos informan al jefe del
operativo de la existencia del menor pero el único documento encontrado, una
libreta cívica Nº 6127322 a nombre de Mara Severini, no permite conocer la
identidad de las mujeres, no así la del “Tala”
Ventura que era a quien habían delatado dos jefes de la regional Santa Fe de
Montoneros. Dos semanas después del enfrentamiento y al no poder determinarse
la identidad del menor, éste fue entregado al Arzobispado de Santa Fe
encargándose Monseñor Zaspe de encontrar a la familia del menor por lo que pudo
saberse, meses después, que la madre -“Candela”- era María Josefina Mujica.
Casos como este hubo
muchos, fuerzas militares que se encontraban con menores desprovistos, al igual
que sus padres de documentos que los identificaran o con documentos falsos.
Quien se tome el trabajo de ver detenidamente el listado de víctimas del RUVTE
va a encontrar una cantidad de mujeres de las que se consigna que al momento de
su detención estaban embarazadas y que sus hijos fueron entregados a las
familias biológicas.
¿Esto significa que
no hubo robos de bebés?, en modo alguno, claro que los hubo pero no en la
dimensión que la “abuela”, dueña de
uno de los negocios de Plaza de Mayo, lo consigna. El robo de un bebé es en sí
una canallada, y en especial en el caso de que los apropiadores supieran que
había posibilidad de contactar a las familias de sangre y no lo hicieron.
Entonces, es correcto caerles a estos con todo el peso de la ley. Lo que no
hubo fue un plan “sistemático” de
apropiación ilegítima pero, la necesidad de hacerse de “los fueros que da la izquierda” (8) hizo que la “abuela”, con la ayuda de su pandilla,
cometiera cualquier atropello con tal de mostrar “nietos recuperados”, nietos a los cuales si fuéramos un país en
serio deberíamos obligarlos a hacerse un nuevo estudio de ADN en laboratorios
serios ya que solo un idiota le creería al banco nacional de datos genéticos
manejado por la banda de la “abuela”.
Han pasado cuarenta
años desde la guerra y aún se clama por 500 nietos “robados”; por miedo o por connivencia espuria, nunca ningún
lameculos cuestionó este número sin importar que, aún suponiendo que los 106 “nietos recuperados” sean verdaderamente
bebés robados, nadie al día de hoy entiende por que aún hay 394 “nietos robados pero no recuperados” a
los que no les importa ni conocer a su familia biológica ni recibir la
indemnización correspondiente.
4.-
El “genocidio” argentino
De todas las falacias
que se han dicho sobre la guerra antisubversiva en la Argentina es esta la más
infame. Su infamia radica en que definiendo como genocidio la muerte de gente
dispuesta al asesinato y a la guerra, banaliza el sufrimiento y muerte de
millones de seres pacíficos que fueron asesinados solo a causa su raza o de su
religión. No obstante debemos admitir que esta falsedad tiene también una base
de necesidad sociológica. En verdad, 8.571 muertos y desaparecidos, entre 1973
y 1983, no dan la altura para definir un genocidio, apenas si alcanza, con
buena voluntad y algo de mentira, para definir una matanza considerable si a
los 8.571 los hubieran puesto a todos de una en el Monumental y los chicos
malos se hubieran dedicado a tirar al blanco durante todo un día y una noche.
Pero no bastaba una
matanza -no olvidemos que una guerra es de por si una matanza- los argentinos
nos merecíamos un “genocidio”, y es
aquí donde entra la mentira máxima que políticos y muchos periodistas repiten
sin cesar, aún antes de abrir el diccionario de la Real Academia Española para
ver cuál es la definición de esta palabra, porque los charlatanes que han
medrado con la mentira de los setenta vieron que ésta palabra se escribía bien
y sonaba mejor y la adoptaron sin preguntar mucho como si fuera una novia rusa
que se vende por internet.
No obstante, de tanto
repetir el sonsonete del “genocidio”
éste hizo carne en muchos argentinos la idea de que éramos tan importantes que,
si los judíos, los armenios y los ucranianos tenían su genocidio, ¡cómo no lo
íbamos a tener nosotros! Y aunque esto fuera banalizar el atroz sufrimiento que
padecieron judíos -el 71% de la población judía de Europa, asesinada- -armenios- el 65% de los armenios que vivían
en Turquía, exterminados- y ucranianos -el 82% de la población rural de
Ucrania, eliminada- bien nos merecíamos, por lo eminentes que nos creemos,
tener nuestro propio “genocidio”. No
importa que el diccionario de la RAE -ese al que nunca consultan los lameculos-
definiera a la palabra genocidio como: “Exterminio
o eliminación sistemática de un grupo humano por motivos de raza, etnia,
religión, política o nacionalidad” y aunque esto fuera para nada nuestro
caso, la adjetivación de “genocida” a
todo el que haya combatido al terrorismo suena bien y le hace creer a muchos
idiotas que en los setenta se escondían, que hoy son el “maquis” de la Argentina.
Que los ocho mil y
pico de muertos de nuestro módico “genocidio”
eran pistoleros que no encarnaban ni a una comunidad, ni a un partido político
ni, menos aún, a una raza o fe determinada y que a diferencia de los judíos,
armenios y ucranianos masacrados -gente de paz que jamás empuñó un arma- solo
eran militantes de facciones armadas que se miraban de soslayo y estaban
prestas a traicionarse (9) e inclusive, llegado el momento, a masacrarse
alegremente entre ellas no tiene mayor importancia, este es nuestro “genocidio” y aquí llegó para quedarse y
quien piense distinto, terminará en cana como ha pedido “Chichita” Copello (a) Nilda Garré, ex funcionaria de Onganía,
Levingston y Lanusse, ex JP y resistente a nada que pasó en completa
tranquilidad los siete años del PRN sin que nadie le hiciera un rasguño y
que, conchabada con el kirchnerismo se
hizo perdonar los rumores de su relación con Massera y el batallón 601
desguazando a las Fuerzas Armadas.
Así se ha escrito la
historia de estos últimos cuarenta años en Argentina, una suma de fraudes y
mentiras contadas hasta el cansancio por lameculos que se han ido renovando
generacionalmente y que le ha hecho creer a la sociedad que lo que vivieron no
fue como realmente lo soportaron, que los asesinados por el terrorismo son un
sueño mal soñado por una derecha vengativa y que el accionar de la guerrilla
era para defender la democracia, esa democracia que los otros lameculos del
setenta y seis -ministros, diputados, senadores, empresarios et alts- se habían
encargado de hacer rodar escaleras abajo.
Esta y no otra es la
verdad de lo sucedido en las Provincias Unidas (?) del Sur. Pero la fábula de
la “juventud maravillosa” y los
militares sedientos de sangre ha promovido y les ha dado de comer a tantos
sanateros, que entonces, ¡qué importa lo que fue verdad!
Jose
Luis Milia
(1).- Ceferino
Reato.- Disposición final
(2).- Tte. Gral. Juan
Domingo Perón.- Radiograma G6777 132/74.
Lunes 21 de enero de 1974
(3).- Eduardo Anguita
y Martín Caparros. “La voluntad”
(4).- National
Security Archive. Electronic Briefing
Book
(5) Pablo Antonio
Anzaldi “Los años setenta a fondo”
(6) Paul H. Lewis, Guerrillas and generals: the
"Dirty War" in Argentina
(7) Claudio Avruj,
Stario. DD.HH. La Nación, lunes 20 de febrero de 2017
(8) Luis
Labraña.- http://tn.com.ar/tnylagente/luis-labrana-ex-montonero-inventamos-30-mil-desaparecidos-para-obtener-subsidios_440275
(9) Hugo Gambini .- “Historia
del peronismo. III (1956-1983). “No se sabe cómo dieron con el departamento [de
Santucho]: hay versiones que hablan sobre una inteligencia previa,… y otras a
una información por parte de Montoneros…”
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