27 de abril de 2017
El teniente coronel (R) Rodolfo Richter presentaba Lucha armada: el PRT-ERP y las condiciones revolucionarias. |
Algo muy curioso
ocurrió el miércoles 19 en esta Ciudad. Lo que en principio parecía la anodina
presentación de un libro terminó suscitando un debate esclarecedor sobre el
pasado violento de nuestro país y sus perspectivas a futuro, a partir de las
opiniones de los protagonistas menos pensados.
Todo sucedió en un
aula de la Universidad Católica Argentina. El teniente coronel (R) Rodolfo
Richter presentaba Lucha armada: el PRT-ERP y las condiciones revolucionarias
(Dunken). Es un volumen que revisa, con criterio desapasionado, los devaneos
doctrinarios que a fines de la década de 1960 llevaron al grupo dirigido por
Mario Roberto Santucho a tomar las armas en contra de lo que indicaban ciertos
preceptos del marxismo-leninismo. El libro es la versión reducida y adaptada de
la tesis que Richter defendió para acceder al doctorado en Ciencia Política.
Aquí un primer dato
llamativo. Richter es paralítico. Perdió la movilidad de las piernas en febrero
de 1975, cuando fue herido en el combate inaugural de la Operación
Independencia que dispuso el gobierno democrático peronista para derrotar al
ERP en el monte tucumano. Entonces tenía 26 años y era teniente de infantería
del Ejército con las aptitudes de paracaidista y comando. Después de una
trabajosa recuperación, logró rehacer su vida. Estudió y se convirtió en
profesor de Ciencia Política. Lo que sufrió a manos de la guerrilla no le
impidió estudiarla con seriedad hasta hurgar en las razones de su derrota
estrepitosa.
Segundo dato curioso.
Entre el público que asistió a la presentación, compuesto en gran medida por
militares retirados, familiares de víctimas del terrorismo y algunos
estudiantes, se destacaron dos personas. Dos miembros del PRT-ERP, ya
septuagenarios: Luis Mattini, quien fue su último jefe máximo, y Carlos
Gabetta, periodista y ex integrante del sector de inteligencia del grupo. Su
ingreso no pasó inadvertido. Hubo miradas de asombro, gestos desconfiados y
murmullos de fastidio, por obvios motivos. Alguna asistente recordó, por
ejemplo, que uno de ellos habría participado en un ataque que provocó la muerte
de su padre.
Pero Mattini y
Gabetta no fueron allí a provocar. Richter los invitó. Ya antes se había
reunido varias veces con ellos, compartieron más de una comida y los entrevistó
para el libro que estaba presentando. Los antiguos enemigos pudieron encontrar
un terreno común para conversar sin dejar de lado sus ideas, pero con la
voluntad de respetarse y, de algún modo, aceptarse. Sólo Dios sabe adónde
conducirá ese esfuerzo, que no se ha interrumpido, ya que Richter y Gabetta
trabajan ahora en un libro conjunto sobre sus visiones diferentes acerca de lo
que sucedió en los años '70.
Hacia el final de la
presentación, a la hora de las preguntas, los dos ex guerrilleros pudieron
expresarse con libertad. Gabetta incluso pretendió reivindicar el sentido de la
lucha armada setentista, aunque a la vez se solidarizó con la situación de los
cientos de militares juzgados por delitos de lesa humanidad a quienes muchas
veces se les niegan los beneficios más elementales de la prisión domiciliaria y
una adecuada atención médica, pese a que son ancianos y sufren graves problemas
de salud. No fue aplaudido, pero tampoco repudiado. Al igual que Mattini se
retiró con la misma libertad con la que había llegado.
Todo el acto fue como
una metáfora de lo que podría construirse en un país desgarrado por la
violencia y la división, y en el que otra vez se agita el fantasma de la guerra
civil. Pero la grieta existe y no todos tratan de cerrarla. ¿Alguien se imagina
a Aldo Rico asistiendo a la presentación de un libro de Roberto Perdía o del
propio Mattini? ¿Podría salir vivo de semejante encuentro?
Jorge
Martínez
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