Editorial
Viernes, 24 De
Noviembre Del 2017
El fin del submarino
ARA San Juan no solo marca la posible suerte de 44 marinos, pone en una nueva
perspectiva la hipocresía política de quienes han supuesto que, con solo mentar
la democracia se puede, al mismo tiempo, robar a las Fuerzas Armadas y
prescindir de ellas.
Las dudas y la
certeza no pueden convivir mucho tiempo. Toda la teoría se vuelve frágil cuando
hay algo concreto que la repugna. El discurso de la Marina, que se repetía
sobre la normalidad del silencio de radio, parecía tener como objetivo la
noticia que ayer dio vuelta todo y nos enfrentó con la realidad: la explosión
tan temida se había concretado. Quizás era lo que verdaderamente suponía la
cúpula de la Armada pero que no se podía exteriorizar sin alguna prueba. Y las
pruebas llegaron.
Ahora queda solo la
crónica de quienes fueron, qué es lo que hicieron y – aquí más dolor – a
quiénes dejan, aquellos cuarenta y cuatro marinos. Pero, si es que por una vez
los argentinos nos queremos sacar la careta, la tragedia también es una muestra
clara del estado en que se encuentran nuestras fuerzas armadas. Como en el país
habita una gran cantidad de miserables, no serán pocos los que intenten patear
afuera, poniendo cara de pésame y nada más, intentando confundir – como lo
hacen desde hace mucho tiempo – a las Fuerzas Armadas con el proceso que
lideraron los militares del ’76 al ’83. La fórmula es sencilla: Las FFAA son de
los militares, a los militares los pusimos presos, ergo podemos aprovecharnos
de ellas. Esto, sin vociferarlo, se ha mantenido desde la restauración de la
democracia como si fuera una verdad revelada, lo cual es un robo, porque las
Fuerzas Armadas de un país son patrimonio de su pueblo que las nutre. Ahora
bien, si no somos democráticos y sólo nos disfrazamos de tales, ¿qué mejor que
unas fuerzas armadas débiles y despreciadas por parte de la gente?
El desfinanciamiento
de las FF.AA. viene desde la época de Menem. Durante los gobiernos de Kirchner
y Fernández nada se hizo por recomponer el equipamiento e intensificar la
profesionalización de los cuadros. Por el contrario, Nilda Garré, tuvo a su
cargo como Ministro de Defensa el desguace de las Fuerzas Armadas, luego lo
continuó Rossi. Ahora, en estos dos años de Macri, pueden haber cambiado muchas
cosas pero no existe una vocación por volver a reconocer el lugar que las armas
de la Nación, tienen en la República.
El Presidente
prefiere ser políticamente correcto, aunque eso signifique renunciar a su
propio criterio para intentar la falsa aceptación de una mayoría de imbéciles.
Su ministro de
Defensa, Oscar Aguad, se siente ignorado por la Armada. ¡Y cómo no estarlo si
ha demostrado su ineptitud y su ignorancia en el tema! No tendría que criticar
Aguad a los cargos de la marina, sino hacerse cargo de las fallas del Estado y
de su responsabilidad como Ministro de una cartera que no conoce. Ni Graciela
Villata, la secretaria de Servicios Logísticos, ni el secretario de Asuntos
Militares, Horacio Chighizola, saben nada de defensa. Compararlo con Horacio
Jaunarena es ofender a la inteligencia, lo único que ambos tienen en común es
ser radicales. La diferencia: Jaunarena era un experto. Nos está saliendo un
poco caro ese favor político que le está haciendo Macri a Aguad.
En el medio, cuarenta
y cuatro argentinos perdidos en cumplimiento del deber. Cuarenta y cuatro que
nadie en el espectro político quiere reconocer. Cuarenta y cuatro marinos de
los que quizá - como decía la vieja canción marinera que en otros tiempos
cantaba el coro de la Escuela Naval – ya cada uno esté: "Mecido en la cuna
del mar / en paz me duermo, ¡Oh, Señor! / Pues sólo Tú puedes salvar / mi alma
con Tu gran amor".
editorial@diariocastellanos.net
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