Domingo, 28 Enero 2018
Escrito por Omar López Mato
Yo lo conocí a Oberdan Sallustro cuando tenía poco más de 10 años.
Lo había acompañado a mi padre a una visita a la casa de la familia en
Córdoba, donde también conocí a sus hijos, algo mayores que yo.
Entonces mi padre era funcionario de Ferrocarriles Argentinos y estaban
en tratativas por la compra de vagones construidos en el país con material
argentino y mano de obra argentina (que hoy importamos de China).
Recuerdo a un señor amable que hablaba con acento italiano, a pesar de
haber nacido en el Paraguay.
Años más tarde supe de su secuestro y muerte a manos del ERP. En ese
tiempo, llegaban a nuestra casa cartas amenazadoras confeccionadas con letras
cortadas de la revista 7 Días, en un collage macabro dónde nos amenazaban con
bombas, secuestro o muerte.
Recuerdo vivamente esas amenazas multicolores mientras mis padres nos
decían que no pensaban cambiar su forma de vida ni solicitar protección. Poco
después los secuestraron a los hermanos Born y Montoneros se hizo de 60
millones de dólares (de los que a la fecha solo se ha recuperado una fracción).
Si podían secuestrar a la familia más poderosa de América del Sur. ¿Qué
podíamos hacer nosotros?
A lo largo de esos años fueron cientos los empresarios o funcionarios de
empresas nacionales y extranjeras que sufrieron atentados, secuestros y muerte.
Y también fueron miles las empresas que cerraron o se fueron del país.
Argentina había dejado de ser un país confiable. La inseguridad, en todas sus
formas, (jurídica, política, personal) se apoderó del país. ¿Puede un país
progresar sin seguridad? ¿Puede un país progresar sin empresarios, sin líderes,
sin innovadores, sin inversión? FIAT no volvió a fabricar trenes, Bunge y Born
redujo su participación en empresas argentinas. ¿Alguien los puede culpar?
En 1970, el 5 % del país era pobre. Gracias a la prédica de “combatir el capital” hoy tenemos el 33
% de pobreza.
Cuando un país no es seguro, nadie invierte y los que lo hacen,
pretenden compensaciones mayores. Entonces las cuentas no cierran.
Es una ley de la economía, que no todos están dispuestos a reconocer por
cuestiones ideológicas, pero el mundo funciona así. No entenderlo, es parte de
nuestra decadencia.
Aquellos que continuaron invirtiendo en el país quisieron una
compensación mayor por los riesgos que corrían, o crearon sistemas de
protección a los bienes que poseían a través de reaseguros corporativos que
encarecían el proceso productivo.
Cuando una economía es insegura surgen las coaliciones cuasi
oligopólicas que tienden a cerrar filas para protegerse de las fuerzas
contrarias. Argentina se convirtió en un país corporativo, una serie de grupos
de interés que peleaban entre sí con la intención de cortarle el cuello al
contrincante.
Esta sórdida confabulación tiende a aumentar el costo argentino, agravado
por el achicamiento de la producción, con un Estado hipertrofiado que solo
vislumbra dos posibilidades: Endeudarse o aumentar impuestos.
Aumentar los impuestos siempre lleva a un achicamiento de la economía,
más cuando el Estado se agranda para absorber la enorme cantidad de mano de
obra que queda “colgada del pincel”
(la llamada mendicidad disfrazada). La hipertrofia del Estado vuelve a crear
más déficit y reavivar el círculo poco virtuoso. Pasó cuando se fue Perón, pasó
cuando se fueron los militares, pasó cuando se fue Alfonsín, pasó cuando se fue
Menem y ahora vuelve a repetirse con Cristina.
No queda otra que tratar de reducir el peso del Estado, con las
consecuencias poco simpáticas que esto apareja.
Y todo esto empezó porque un grupo de pendejos mal entrazados quisieron
jugar a ser una bizarra mezcla de Che Guevara con vicarios de Cristo. Tomaron
la justicia en mano propia, y desataron una guerra sucia. Tanto la subversión
como la represión prescindieron de la justicia y la civilidad, desatando una
violencia retaliatoria que contagió a la justicia, convenciéndola que su función era una tarea supeditada a “los intereses superiores” y no a la
búsqueda de la verdad.
Ahora, a casi medio siglo de este comienzo, tenemos la oportunidad de
revertir esta situación y encaminar a este maltrecho país. Curiosamente (o no
tanto) el conductor de esta enmienda es un empresario que sufrió la violencia
en carne propia y perteneció a ese grupo que pretendió una mayor compensación
por los riesgos que su tarea implicaba. Él está en mejores condiciones de
entender los mecanismos poco virtuosos que tomó esta sociedad por falta de
seguridad jurídica.
En realidad, todos debemos comprometernos en ese sinceramiento. Todos
hemos sido culpables de pensamiento y palabra, obra u omisión. Todos tenemos
una fracción de culpa en este desastre, pero hay que reconocerlo… y a aquellos
que no lo reconozcan y continúen ligados a los viejos intereses, que se atengan
a las consecuencias.
En estos 2 años hubo oportunidades de dialogo y de rectificación, pero
muchos prefirieron seguir con sus prerrogativas, creídos que 70 años de
impunidad le otorgaban el poder para perpetuarse. Nadie mejor que Barrionuevo
lo verbalizó con su natural desparpajo, mientras grupos de izquierda mezclados
con kirchneristas acorralados, ensayan la violencia en las calles como forma de
presión (Ya que no ganan elecciones se dedican a ganar la calle. ¡La izquierda
solo tiene 3 diputados).
Hace medio siglo, con una democracia en funcionamiento con el poder
ejercido por el partido mayoritario que estos “pendejos” habían votado, un grupo de idiotas avaló el uso de la
violencia, innecesaria e ilegítima. La semana pasada se cumplieron 44 años de
la toma de la guarnición de Azul atacada por el ERP, y que por primera vez en
décadas se hace un acto por las víctimas de la subversión, sin embargo, pocos
medios recogieron la noticia. Solo La Prensa lo puso en primera plana. ¿Tanto
miedo le tienen los medios a la distorsión histórica impuesta por los “dueños” de los derechos humanos que
solo consideran denigrantes los actos realizados por una parte contendiente?
Los violentos que hoy recurren a medidas de fuerza, incitados desde las
sombras por grupos en la mira de la Justicia ¿tendrán el caradurismo de
Firmenich, Abal Medina, Vaca Narvaja, Perdía y tantos otros de recurrir a la
clandestinidad, apelando a la desafortunada frase del general donde afirmaba
que “la violencia de arriba genera la
violencia de abajo”? ¿Qué violencia había ejercido Perón para generar la
respuesta desmedida de Montoneros? ¿Cómo querían que reaccionara cuando le
arrojaron a los pies el cadáver de Rucci? No, señores. Hay violentos
psicopáticos que no necesitan razones y esos arrastran a los idiotas útiles, a
los que no tienen problemas de vender al mejor postor cuando llega el momento
de zafar.
Lamentablemente algunos medios han endiosado la imagen de estos
redentores de la violencia que se valieron de un Fal para imponer sus ideas a
fin de recrear una Cuba en la Argentina. Después de la experiencia soviética,
china, cubana y de Venezuela, reproducir ese modelo es de imbéciles y esos son
los que nos han gobernado hasta ahora, chorros, hipócritas e idiotas… y además,
golpistas como el impresentable de Zaffaroni.
Nos salvamos de ser Venezuela pero nuestra suerte se puede agotar si no
colaboramos con este gobierno. ¡Nos matamos por un 2 o un 3 % en paritarias
conducidas por ladrones que atesoran millones de dólares en sus casas! ¿Y estos
hipócritas son los que hablan de defensa de los pobres y justicia social? Un
nuevo fracaso en este momento histórico es asomarse al abismo. El patriotismo
no es solo cantar el himno y alentar a la selección, es poner el hombro para
hacer todos los días un país mejor.
Omar López Mato
Médico y escritor
Su último libro es FIERITA - Una historia de la marginalidad
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