“Hoy
está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se
pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha
extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por
parte del Estado.
Por
tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que «LA PENA DE MUERTE ES
INADMISIBLE, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la
persona»1, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.”
Párrafo
del punto 2267 (reformado) del catecismo de la Iglesia Católica
¿Es la historia, tal
como Friedrich Nietzsche planteaba en su obra “La Gaya Ciencia”, una eterna repetición, infinita e incansable, no
solo de acontecimientos sino también de pensamientos, sentimientos e ideas?
Todo indicaría que sí, que en la historia se repiten, con otros nombres de
actores y con diversa gravedad, los mismos acontecimientos con iguales
sentimientos o ideas.
Nadie mejor, para
definir esta idea, como la figura de Poncio Pilatos, el procurador romano que
busca, de oblicua manera, no condenar a un pobre Galileo al que no le encuentra
culpa. Sabe que, de condenarlo, comete una injusticia pero le falta valor, su ¡“Ecce homo”! frente al grupo de
revoltosos pagados por el Sanedrín mostrando al Nazareno flagelado y con corona
de espinas es el grito que precede a ese lavarse las manos de la sangre futura
cuando los sacerdotes lo amenazan con denunciarlo ante el emperador y accede a
condenar a Jesús. Cabe allí plantearse qué es lo más abyecto, si la injusta
condena que impone por miedo al “que
dirá” del emperador o su gesto cobarde pretendiendo con su lavado de manos
limpiarse de la sangre de Jesús.
De alguna manera,
Pilatos renace permanentemente en la historia. Y él, que debería ser denostado
por todos los cristianos, es en nuestra Iglesia donde muchas veces ha
encontrado cobijo su cobardía. Porque Poncio Pilatos se reencarna en cada
miembro de la Iglesia que ha escondido los abusos cometidos y ocultado a los
abusadores, pero también en aquellos que, teniendo el poder del magisterio
requieren con urgencia la jofaina en que lavarán sus manos toda vez que se
basan en falacias o en cosas que no se animan a condenar.
Nadie, hilando fino,
criticaría que el Catecismo de la Iglesia diga que la pena de muerte es
inadmisible, pero esto, en el país de quien ha promulgado este nuevo artículo
2267, no es otra cosa que una linda y falaz frase que, al igual que el miedo de
Poncio Pilatos al “que dirá” del
emperador, se dice para dejar contento al relativismo “progre” que infecta a la sociedad, corrompe a la Iglesia y
atemoriza a la jerarquía católica. Porque
en Argentina la pena de muerte está vigente, se asesina a ancianos que solo
cumplieron con su deber en aras de una venganza disfrazada de justicia,
venganza que los obispos que hemos sabido conseguir- desde el obispo de Roma
para abajo- callan por miedo al que dirán, no ya del emperador sino de los
gritones pagos que, al igual que los que vociferaban frente a la fortaleza
Antonia, responden a los Caifás que se han adueñado de lo políticamente
correcto.
José
Luis Milia
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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