Por Mauricio Ortín
Cumbre
del pensamiento totalitario
“No
podemos ser nunca la contracumbre del G20, porque nosotros tenemos pensamiento
propio, pensamiento crítico. Ellos vienen para implantar los mecanismos de
dominación, quedarse con todo.”, manifestó Adolfo Pérez Esquivel, en su
participación en el 1° Foro Mundial de
Pensamiento Crítico del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso)
que se celebra en Buenos Aires. La calidad y la cantidad de los organizadores,
participantes e invitados al 1º Foro de
la Clacso no dejan dudas acerca de los propósitos políticos que persiguen y
que ocultan tras el decálogo de buenas intenciones que exhiben. Zaffaroni,
Baradel, Carlotto, Grabois, Borón, Ramonet, Donda, Monedero, Kicillof,
Brieguer, Saintout, García Linera, Garzón, Carosio, Lander y otros representan
lo más granado del populismo y/ totalitarismo propio y ajeno. Caraduras de siete suelas y, por ende,
inmunes a la sensación repulsiva que provoca el ridículo, no los acobarda el
denominar “Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico” a un encuentro
que rinde un homenaje especial a los
sesenta años del régimen carcelario y castrador (del pensamiento crítico)
cubano. Si fueran coherentes debieran también reivindicar al Tercer Reich.
Después de todo, Stalin, Mao, Pol Pot, Trotsky, Ceausescu y los ancestros de Kim
Jong-un en materia de genocidio han batido todos los records (al punto de
relegar a la mitad de la tabla a Hitler y su banda de asesinos.)
Filosofía
política kirchnerista
Pues bien, en este
ambiente de “pensamiento crítico” que
provee el “cochino” capitalismo
argentino disertó Cristina contra el, también, “cochino” neoliberalismo (vaya
usted a disertar contra Maduro en Venezuela o contra de Castro en Cuba y, si
sobrevive, después me cuenta). Un discurso panfletario y plagado de
falacias y disparates que no resiste el análisis más elemental. Eso sí, en tono épico, provocador y dando
cátedra con una audacia sin límites. Ello porque Cristina, que no le asco ni a las honduras filosóficas, lanzó una
crítica demoledora nada menos que contra el principio republicano de división
de poderes. Esgrimió que dicho principio resulta obsoleto a esta altura de los
tiempos. Dijo, para apuntalar el argumento de la decrepitud, que en la época de
su proclamación (la revolución francesa de 1789) “no existía la luz eléctrica ni el auto”. Luego, al pasar y como
quién zanja la cuestión con una “genialidad”,
preguntó: “¿alguien se sacaría una muela
como se la sacaban en 1789?”. La
ovación K no se hizo esperar. Acto seguido, se despachó contra los poderes
que debiera y no controla el estado. Sostuvo que el legislativo y el ejecutivo
sumados sólo controlan el 20 o el 30% del poder total. Que los medios de
comunicación, las empresas trasnacionales y los capitales disponen del otro 70
u 80% (le faltó agregar aquí a los ciudadanos de a pie). Ahora bien, ¡Si esto no es una justificación del
totalitarismo, el totalitarismo donde está? ¡Quiere la suma del poder y lo
dice a los cuatro vientos! ¡Resulta que Montesquieu[1]
está pasado de moda y hay que tirarlo a la basura! ¿No será Cristina la que está fuera de época? Ya en su momento el
maestro francés, padre del republicanismo, advertía que el enemigo más
peligroso del que debe cuidarse la libertad es el poder político (“es una experiencia eterna que todo hombre
que tiene poder tiende a su abuso”.)
El
totalitarismo es más viejo que la democracia
Por otro lado, las
ideas totalitarias que propone la “reina-filósofa”
no son ninguna novedad. Precedieron largamente a la revolución francesa y
tenían plena vigencia aún antes que se inventaran la luz eléctrica y el agua
caliente.
NOTA:
Las imágenes, referencias y destacados no corresponden a la nota original.
[1] Charles Louis de Secondat, señor de la
Brède y barón de Montesquieu (Castillo de la Brède, 18 de enero de
1689-París, 10 de febrero de 1755) fue un filósofo y jurista francés cuya obra
se desarrolla en el contexto del movimiento intelectual y cultural conocido
como la Ilustración.
Fue uno de los filósofos y
ensayistas ilustrados más relevantes, en especial por la articulación de la
teoría de la separación de poderes, que ha sido introducida en algunas
constituciones de varios Estados, con mayor influencia en la Constitución de
los Estados Unidos.
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