domingo, 28 de abril de 2019

EL SANTORAL DEVALUADO



“Los Mártires Riojanos son una bendición para la Iglesia en la Argentina. Que la sangre derramada por ellos fecunde nuestro compromiso apostólico y nuestro camino de santidad”
AICA.- Agencia Informativa Católica.

En este tema habría dos preguntas a hacerse, en función de lo que dice el comunicado de AICA cabría preguntarse, ¿qué Iglesia es la que se siente bendecida por tener como “beatos” a unos pistoleros?, porque en los setenta -¿nos estamos enterando ahora?- la Iglesia era parte del drama bélico que se vivía ya que en ambos lados había sacerdotes; Angellelli era uno de los desaforados que en nombre de una “nueva iglesia” fomentaba la violencia marxista como medio para la “liberación popular” y, no lo olvidemos, echar de la Iglesia a las “vetustas jerarquías”; la defenestración en 1965 de Monseñor Castellano como Arzobispo de Córdoba, del cual era obispo auxiliar, es un hecho en el que la acción revolucionaria de Angelelli, amén de traicionar a su Arzobispo, indica a las claras a que sector rendía cuentas.

La segunda pregunta tiene que ver con la situación política, porque, beatificar una mentira como concesión a la “corrección política” ¿no genera una grieta entre los católicos que si vivimos en esa época, que sabemos, no porque nos lo hayan contado sino por vivido, los puntos que calzaba el futuro “beato”? Si esto, el “martirio”, hubiera sido  verdad,  y si tan seguros están de que fue asesinado, porque no declaran mentiroso a Mons. Witte que dijo que, por sus investigaciones, el “beato” había muerto en un accidente y no asesinado, esto lo dijo el Obispo de La Rioja que sucedió a Angelelli, y nadie aún lo ha desmentido.


Hasta hoy, excepto los jueces prevaricadores de la Argentina que, a fuerza de medias verdades y testigos falsos pueden “probar” cualquier cosa, nadie ha podido probar que “el beato” fue asesinado, y que si esto hubiera sucedido tampoco se puede probar que fue por “odio a la Fe”, salvo que por fe nos estuviéramos refiriendo a la fe marxista. Por ello, podemos deducir que los “argumentos” que los obispos argentinos le enviaron al papa para llevar adelante esta “beatificación” son más bien flojos, pero convengamos también que esta payasada le sirvió a este papa caprichoso para darse el gusto de “hacer lío en Argentina”. No obstante esto no exculpa al pontífice de ser cómplice de la ofensa al octavo mandamiento, ese que nos prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo y que dice, por si ya no lo recuerdan: “No darás falso testimonio ni mentirás”

De cualquier manera, no vale la pena explayarse en los vericuetos policiales y políticos del caso Angelelli, ya María Lilia Genta, en un muy bien documentado trabajo, lo ha hecho.

Ahora bien, tampoco demos por el pito lo que el pito no vale, no es que al difunto Angelelli lo vayan a hacer santo, es solo una “beatificación”, y una beatificación, pese a su importancia, según nos dice el cardenal Billon, es “un acto por el cual el Sumo Pontífice concede permiso para rendir culto público al beato, en ciertas partes de la Iglesia hasta que el beato sea canonizado. Este acto no es pues un precepto; es un acto temporal y no definitivo; es reformable. La beatificación se reduce a permitir el culto. El acto de una beatificación no enuncia directamente ni la glorificación ni las virtudes heroicas del siervo de Dios beatificado”, es decir que no hay ni infabilidad papal ni obediencia debida.

Lo grave de esta sacra payasada es que la iglesia argentina ha tomado, definitivamente, posición en el debate que desde hace años existe sobre la verdad de lo ocurrido en los setenta; y nos importa de qué lado lo ha hecho, ya que el prontuario de los obispos que supimos conseguir nos lo venía diciendo desde hace mucho, lo grave es que ni siquiera se detienen frente a una mentira para llevar agua al molino de ellos, que no es el de la Iglesia.

Hoy, estos autodenominados pastores hacen bandera beatificando a un delincuente mientras los católicos miramos como la jerarquía de la iglesia argentina ha perdido espacio político, como se refugian en su propia cobardía disfrazada de “la otra mejilla” cada vez que un grupo de reventadas promete incendiar una iglesia, como carecen de valentía para reaccionar cuando cualquier cura con pretensiones de “poronga” se les ríe en la cara, como son utilizados por los grupúsculos que han hecho del reclamo violento su credo y como han conseguido que el pueblo les da la espalda pues creen, en su “venerable” sandez, que solo con misas demagógicas pueden atraerlo.


En verdad, las acciones de estos pastores con cada vez menos ovejas -manumitidos en su estupidez por el papa Bergoglio- están tan menguadas como el Santoral que hoy han contribuido a devaluar, porque son unos tipejos que si alguna idea de lo que sucede en el país, esta es, seguramente, errónea, porque su barata picardía los impele a llegar siempre tarde cuando la Fe está en juego -lo vimos con el aborto- y es tal su cobardía y su ruindad que no han sido capaces de llevar adelante una campaña de esclarecimiento frente al tema de los abusos y se han aguantado en su molicie que la gran mayoría de los argentinos crea que la Iglesia es un aguantadero de pedófilos cuando en realidad los sacerdotes condenados, no acusados, por pederastia en todo el país son el 0,4 % de todos los sacerdotes y religiosos, y esto, pastores vendidos a los lobos, clama al cielo,

Quedémonos alerta y refugiémonos en la Fe. En 2000 años la Iglesia ha tenido papas muchísimos peores que el papa Bergoglio y sigue en pie. Respecto de los obispos de Argentina, si lo que buscaban era algo popular -ya que al santo Brochero lo tienen a menos y a san Héctor Valdivielso mejor esconderlo pues fue fusilado por los socialistas en España- hubieran beatificado al Gauchito Gil y a la Difunta Correa, y por populares, no nos hubieran dejado un santoral devaluado.

Jose Luis Milia

Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.

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