“Los
Mártires Riojanos son una bendición para la Iglesia en la Argentina. Que la
sangre derramada por ellos fecunde nuestro compromiso apostólico y nuestro
camino de santidad”
AICA.- Agencia
Informativa Católica.
En este tema habría
dos preguntas a hacerse, en función de lo que dice el comunicado de AICA cabría
preguntarse, ¿qué Iglesia es la que se siente bendecida por tener como “beatos” a unos pistoleros?, porque en
los setenta -¿nos estamos enterando ahora?- la Iglesia era parte del drama
bélico que se vivía ya que en ambos lados había sacerdotes; Angellelli era uno
de los desaforados que en nombre de una “nueva
iglesia” fomentaba la violencia marxista como medio para la “liberación popular” y, no lo olvidemos,
echar de la Iglesia a las “vetustas
jerarquías”; la defenestración en 1965 de Monseñor Castellano como
Arzobispo de Córdoba, del cual era obispo auxiliar, es un hecho en el que la
acción revolucionaria de Angelelli, amén de traicionar a su Arzobispo, indica a
las claras a que sector rendía cuentas.
La segunda pregunta
tiene que ver con la situación política, porque, beatificar una mentira como
concesión a la “corrección política”
¿no genera una grieta entre los católicos que si vivimos en esa época, que sabemos,
no porque nos lo hayan contado sino por vivido, los puntos que calzaba el
futuro “beato”? Si esto, el “martirio”, hubiera sido verdad,
y si tan seguros están de que fue asesinado, porque no declaran
mentiroso a Mons. Witte que dijo que, por sus investigaciones, el “beato” había muerto en un accidente y
no asesinado, esto lo dijo el Obispo de La Rioja que sucedió a Angelelli, y
nadie aún lo ha desmentido.
Hasta hoy, excepto
los jueces prevaricadores de la Argentina que, a fuerza de medias verdades y
testigos falsos pueden “probar”
cualquier cosa, nadie ha podido probar que “el
beato” fue asesinado, y que si esto hubiera sucedido tampoco se puede
probar que fue por “odio a la Fe”,
salvo que por fe nos estuviéramos refiriendo a la fe marxista. Por ello,
podemos deducir que los “argumentos”
que los obispos argentinos le enviaron al papa para llevar adelante esta “beatificación” son más bien flojos,
pero convengamos también que esta payasada le sirvió a este papa caprichoso
para darse el gusto de “hacer lío en
Argentina”. No obstante esto no exculpa al pontífice de ser cómplice de la
ofensa al octavo mandamiento, ese que nos prohíbe falsear la verdad en las
relaciones con el prójimo y que dice, por si ya no lo recuerdan: “No darás falso testimonio ni mentirás”
De cualquier manera,
no vale la pena explayarse en los vericuetos policiales y políticos del caso
Angelelli, ya María Lilia Genta, en un muy bien documentado trabajo, lo ha
hecho.
Ahora bien, tampoco
demos por el pito lo que el pito no vale, no es que al difunto Angelelli lo
vayan a hacer santo, es solo una “beatificación”,
y una beatificación, pese a su importancia, según nos dice el cardenal Billon,
es “un acto por el cual el Sumo Pontífice
concede permiso para rendir culto público al beato, en ciertas partes de la
Iglesia hasta que el beato sea canonizado. Este acto no es pues un precepto; es
un acto temporal y no definitivo; es reformable. La beatificación se reduce a
permitir el culto. El acto de una beatificación no enuncia directamente ni la glorificación
ni las virtudes heroicas del siervo de Dios beatificado”, es decir que no
hay ni infabilidad papal ni obediencia debida.
Lo grave de esta
sacra payasada es que la iglesia argentina ha tomado, definitivamente, posición
en el debate que desde hace años existe sobre la verdad de lo ocurrido en los
setenta; y nos importa de qué lado lo ha hecho, ya que el prontuario de los
obispos que supimos conseguir nos lo venía diciendo desde hace mucho, lo grave
es que ni siquiera se detienen frente a una mentira para llevar agua al molino
de ellos, que no es el de la Iglesia.
Hoy, estos
autodenominados pastores hacen bandera beatificando a un delincuente mientras
los católicos miramos como la jerarquía de la iglesia argentina ha perdido
espacio político, como se refugian en su propia cobardía disfrazada de “la otra mejilla” cada vez que un grupo
de reventadas promete incendiar una iglesia, como carecen de valentía para
reaccionar cuando cualquier cura con pretensiones de “poronga” se les ríe en la cara, como son utilizados por los
grupúsculos que han hecho del reclamo violento su credo y como han conseguido
que el pueblo les da la espalda pues creen, en su “venerable” sandez, que solo con misas demagógicas pueden atraerlo.
En verdad, las
acciones de estos pastores con cada vez menos ovejas -manumitidos en su
estupidez por el papa Bergoglio- están tan menguadas como el Santoral que hoy
han contribuido a devaluar, porque son unos tipejos que si alguna idea de lo
que sucede en el país, esta es, seguramente, errónea, porque su barata picardía
los impele a llegar siempre tarde cuando la Fe está en juego -lo vimos con el
aborto- y es tal su cobardía y su ruindad que no han sido capaces de llevar
adelante una campaña de esclarecimiento frente al tema de los abusos y se han
aguantado en su molicie que la gran mayoría de los argentinos crea que la
Iglesia es un aguantadero de pedófilos cuando en realidad los sacerdotes
condenados, no acusados, por pederastia en todo el país son el 0,4 % de todos
los sacerdotes y religiosos, y esto, pastores vendidos a los lobos, clama al
cielo,
Quedémonos alerta y
refugiémonos en la Fe. En 2000 años la Iglesia ha tenido papas muchísimos
peores que el papa Bergoglio y sigue en pie. Respecto de los obispos de
Argentina, si lo que buscaban era algo popular -ya que al santo Brochero lo
tienen a menos y a san Héctor Valdivielso mejor esconderlo pues fue fusilado
por los socialistas en España- hubieran beatificado al Gauchito Gil y a la
Difunta Correa, y por populares, no nos hubieran dejado un santoral devaluado.
Jose
Luis Milia
Non nobis, Domine, non
nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.
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