por Jacinto
Chiclana
Esta historia
me la trajo hace unos años un amigo de los de antes, de esos que vivieron la
historia verdadera y saben que la que nos vendieron luego, como la mayoría de
los relatos escritos con la tinta del poder, contienen mas falsedades que la
verdadera esencia de los hechos.
Dice que lo
llamaban el hombre de las rosas.
Había
comenzado su carrera militar en la Escuela de Servicios de Apoyos de Combate, y
egresado como Cabo Primero Mecánico de Comunicaciones.
Pero él quería
más y entonces, poco tiempo después, egresaba del Colegio Militar de la Nación
como Subteniente de Comunicaciones.
En septiembre
de 1974, ya con el grado de Teniente Primero, contaba los días que le faltaban
para rendir su examen de ingreso a la Escuela Superior Técnica. Su ambición era
ser Ingeniero Militar en Electrónica.
Vivía solo en
el Casino de Oficiales del Batallón de Comunicaciones de Comando 121, en la
ciudad de Rosario y alternaba sus horas de estudio con el cuidado de las
esplendorosas rosas que adornaban el perímetro de la pileta de natación.
Le decían El
Ruso, alto, elegante, con facciones que delataban su ascendencia, su pelo y
bigotes ligeramente rojos le daban un aspecto varonil que provocaba casi
siempre las miradas de las mujeres, aunque aun en los setenta, todavía encasilladas
en ciertas limitaciones y pudores que quizás hoy no existen.
Con entusiasmo
e ilusión, preparaba las materias del que sería un exigente examen de ingreso,
algunas de ellas con el auxilio de profesores y profesoras a las que visitaba
varias veces a la semana.
Dice también
que no solo era muy respetado por el resto de los oficiales y suboficiales del
ya inexistente Batallón, sino que además su trato y jovialidad lo hacían un
referente a la hora de pedir un consejo u obtener una ayuda.
Las anchas y
espaciosas calles del hermoso cuartel de las esculturas y frisos de Lola Mora,
lo veían caminar todas las tardes, cuando terminaban las actividades diarias,
hacia su habitación del Casino de Oficiales, repleta de libros de matemática,
física, química, y alguna otra materia de las que estaba preparando.
Aquella tarde
fatídica, lo vieron cruzar por última vez, la explanada de ingreso al casino.
Poco tiempo
después debía concurrir a su clase de matemática en pleno centro de la ciudad
de Rosario.
A las 19.50
horas de aquel 25 de septiembre de 1974, las balas asesinas de varios hombres y
una mujer, que lo emboscaron cuando se disponía a bajar del auto para cruzar la
calle, pusieron triste fin a sus ambiciones y ansias de superación.
A las 19,50
horas de aquel fatídico 25 de septiembre, hace ya cuarenta años, las balas sin
nombre de aquellos “jóvenes maravillosos” le destrozaron la cabeza y el pecho.
Dice también,
que la mujer del grupo de cobardes asesinos, que fuera la que le tocara el
vidrio de la ventanilla del acompañante para llamar su atención, fue la que lo
remató fríamente de un tiro en su cabeza.
¿Su culpa? ¿Su
estigma?
¡Era Teniente
Primero del Ejército Argentino...!
25 de
septiembre de 1974.
Gobierno
constitucional elegido por la voluntad popular. Es decir un gobierno
democrático y legítimo.
Detrás
quedaron una hija, una exitosa carrera, sus aspiraciones, sus proyectos y sus
tan sólo 35 años.
Muy pocos
recordaran su nombre, muy pocos evocarán el color de sus espléndidas rosas que
concitaban la admiración de quienes concurrían al hermoso cuartel, del que
incluso se llevaron hasta los frisos y las estatuas de mármol de Lola Mora que
adornaban sus jardines.
Muy pocos
recordarán que durante los años posteriores a su asesinato vil y cobarde, una
gran fotografía de él presidía la pared principal del Casino y que este era
bautizado con su nombre.
Muy pocos
recordarán que fue velado en su hall principal y que sobre su féretro, además
de su gorra y su sable de oficial sobre la Bandera Nacional, se destacaba una
rosa roja aterciopelada.
Han pasado 40
años.
Él tampoco vio
crecer a su hija, ni conoció sus nietos, ni cristalizó sus aspiraciones.
Poco a poco se
irán demoliendo los escasos mármoles en los que aun se incrusta su nombre junto
a los otros muchos caídos bajo las balas de los “jóvenes maravillosos”.
Cada día que
pase, un relator parcial y tendencioso de los que a la larga ganaron la contienda
de otra manera, irá minimizando y bastardeando su memoria y eliminado el albur
de ser situado del lado de “los muertos buenos” y será condenado nuevamente al
formar parte de la olvidada y malquerida lista de los “muertos malos”.
Su nombre,
junto con otros muertos malos que ya nadie recuerda, quedará para siempre en la
penumbra de los tiempos, hasta ser barrido definitivamente bajo la funcional y
vergonzosa alfombra de la frágil memoria de una sociedad bastarda, que recurrió
al soldado cuando tuvo miedo, para luego olvidarlo y abandonarlo a su suerte.
¿Él?
Dice mi amigo
que solo recibió los cinco balazos y un ascenso post mortem al grado de Capitán
y alguna que otra fotografía suya colgada de alguna oscura pared, hasta que sea
descubierta por algún interesado en borrar su existencia y sea retirada y
depositada sin pompa en algún miserable depósito.
¡Y qué raro!,
me cuenta mi amigo que esa noche, cuando lavaban su acribillado cuerpo desnudo
sobre una fría chapa de acero en un frío depósito de la morgue judicial de
Rosario, la sangre que aun seguía saliendo de sus heridas, también era roja…
Gracias,
amigo, por tan conmovedora historia.
Te envidio por
haberlo conocido y haber admirado sus rosas.
Y yo… ¡yo te
saludo, Capitán Luis Roberto Brzic!
Jacinto
Chiclana
Sólo
Dios puede saber
la laya
fiel de aquel hombre.
Señores,
yo estoy cantando
lo que
se cifra en el nombre.
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