En dos semanas los argentinos estaremos eligiendo un
presidente o, al menos, sumando los votos para disputar un balotaje definitivo
en noviembre.
Entre las pocas certezas que tenemos podemos citar que ya no
habrá que elucubrar si corresponde decir
presidente o presidenta porque todas las
encuestas señalan que la puja se dirimirá entre tres varones: Daniel Scioli,
actual Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y supuesto continuador de la
saga del Frente para la Victoria y la revolución montonera inconclusa de
Cristina Fernández de Kirchner; Mauricio Macri,
actual Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, fundador
del partido PRO y cabeza del Frente
Cambiemos que dice no tener ideología aunque todos asumen que es
representante de una centro derecha poco
convencional y no muy convencida; y Sergio Massa, diputado nacional desde el
2013 en que logró frenar la embestida oficialista por la reelección y hoy es
cabeza del frente UNA que aglutina a “kirchneristas” arrepentidos como él mismo
(aunque cada tanto lo abandonan y vuelven al origen), peronistas ortodoxos y
opositores independientes.
Cuesta entender por qué Scioli marcha en primer lugar,
sumando alrededor del cuarenta por ciento de los votos, mientras la economía se
derrumba, la inflación se desborda, el déficit fiscal se dispara y las condiciones de vida son paupérrimas,
empezando por una inseguridad que aterra y un crecimiento del narcotráfico que
ya nadie puede ocultar. Lo extraordinario de esa situación es que Scioli no es
un “outsider”, ni mucho menos. Gobierna desde hace ocho años la provincia más
grande y potencialmente más rica del
país y la deja con los peores números en todos los rubros, con un fracaso
visible tanto en la educación, como en
la salud pública y los índices de
criminalidad y accidentes viales, con una infraestructura lamentable y una
presión fiscal que no vuelve en servicios a los sufridos ciudadanos, urbanos y rurales, que habitamos la
provincia.
Lo más notable es que Scioli no solo suma votos entre
los ciudadanos que viven dependiendo de
planes y subsidios sino también entre
grupos empresarios, sectores de clase media urbana y gremialistas e intendentes
de puro cuño peronista, que tienen poco en común con las huestes
“kirchneristas”. La explicación de estas
conductas es al mismo tiempo sorprendente
y lamentable. Todos ellos están convencidos de que Daniel Scioli, tan
pronto sea elegido presidente, traicionará a Cristina Fernández modificando su nefasto legado político,
económico y cultural.
Es decir, que la esperanza de un vasto sector de los argentinos está puesta
en que su nuevo líder y conductor
carezca de principios éticos elementales y cumpla con rituales de deslealtad que
encuentran justificables porque parecen representar los únicos caminos de acceso
al poder. Lamentable, vergonzante y demoledor. La naturalidad con que se
expresan y aceptan estos conceptos nos habla del grado de deterioro moral que
afecta a buena parte de nuestra sociedad. “Así es la política” manifiestan como
si fuera una verdad revelada cuando en realidad, la política en su concepción y
en su ejercicio natural, debería ser una actividad de servicio en beneficio del
bien común, compleja pero no ruin, rica en acuerdos pero no en traiciones,
intrincada pero no indigna.
La victoria de Scioli representaría un gran problema para la
Argentina más allá de las dificultades que enfrentará el protagonista. Si
decepcionando a quienes lo votan esperando un gobierno racional continuara las
políticas de su antecesora, el estallido económico inminente que caerá sobre su
cabeza se traducirá en problemas sociales de imprevisibles consecuencias. Si
rompe con el legado y encauza la economía declinante con medidas ortodoxas
deberá enfrentar la furia activa de quienes se sentirán traicionados y tendrán
a su disposición una masa crítica de legisladores y funcionarios judiciales y
medios dispuestos a golpearlo y destruirlo. El dilema es de una magnitud tal
que en sectores de la oposición se especula con la necesidad de tener que
apoyar al futuro presidente, atacado por parte de su propia fuerza, para evitar
escenarios de caos, sucesión forzada
y regreso abrupto de los que se
fueron. Roguemos y votemos pues, para que estos escenarios no se produzcan y
que el próximo presidente no provenga
del Frente para la Victoria.
Las dos alternativas opositoras, justo es decirlo, no
garantizan ni éxito ni futuro. Mauricio Macri, ha sido timorato y cambiante,
dejando una imagen de candidato indeciso y a la defensiva. Su esperanza es ser
“el hombre del mal menor” y acceder al poder con el voto útil de quienes están
hartos de la insensatez “kirchnerista”. Sergio Massa, por su parte, ha lanzado
después de las PASO una campaña con propuestas claras y definidas, que recogen muy bien el sentir
de buena parte de los votantes de la oposición pero lo ha hecho tarde y solo al
quedar en un alejado tercer puesto lo que le ha negado la credibilidad
necesaria para modificar las posiciones
del electorado. Ambos han cometido serias fallas como candidatos lo que no significa que no puedan ser buenos
gobernantes, pero sus propios errores han generado altas vallas para sus
expectativas de triunfo.
En el presente escenario, Macri saca una luz de ventaja por
su buena gestión en la Ciudad Autónoma, por ser el único de los tres candidatos
que no ha formado parte del gobierno “kirchnerista” y por haber construido una
fuerza política con una cierta estructura. Es previsible que en lo que resta
hasta la elección se produzca una leve polarización, suficiente para forzar un
balotaje y dar una oportunidad a los argentinos de elegir un gobierno de un signo político distinto. Eso dependerá,
por supuesto, de la habilidad, la inteligencia, la humildad y la capacidad de
renunciamiento que exhiba CAMBIEMOS, si accede al balotaje, para proponer un gobierno de coalición con un reparto de
poder que seduzca a los dirigentes y votantes de UNA de origen peronista para
que sobrepongan su interés por integrar un nuevo gobierno por encima de su
seguimiento ciego a un escudo justicialista que ya representa solo “una cáscara
vacía”, como dijera un gremialista, pero que sigue siendo una cáscara con gran
capacidad para contener a los ambiciosos y renegados.
Una última reflexión merece la elección a gobernador en la Provincia de Buenos Aires. Como
habitante de ese distrito no puedo imaginar lo que significaría que un
dirigente como Aníbal Fernández, quien manifestó a la Revista de la Cultura
Cannabica (Año2/N°9/Abril 2008) que cuando la presidente le ofreció el cargo de
Ministro de Justicia le planteó que uno de los tres temas en los que quería
avanzar era el de la despenalización de la tenencia de drogas para consumo,
pueda ser nuestro gobernador. Con esas prioridades no nos extrañan los
resultados sufridos y nos aterra el futuro. Esa elección se define el 25 de Octubre y sin balotaje.
Aquí estamos pues una vasta grey de opositores, algunos que
fuimos despreciados por los dirigentes de PRO cuando su soberbia triunfalista
desbordaba y luego contactados cuando los números fríos mostraron la
posibilidad del fracaso, dispuestos a apoyar el esfuerzo de CAMBIEMOS para
llegar a un balotaje a través del “voto útil”. Estamos deponiendo justos
resentimientos y tratando de pensar en una nación republicana en la que
confluyan nuevas y mejores ideas y
personas, que reúna a conservadores, liberales e independientes. Con lo mejor
de la centro derecha, la parte buena de los radicales y del justicialismo y el
aporte de tantos técnicos y académicos independientes cuyo talento ha sido muy
desaprovechado en esta tragedia de sectarismo y fanatismo militante que
instauró el matrimonio Kirchner.
Hay una Argentina que espera la recuperación de sus
instituciones, de su economía y sobretodo de una concepción ética que nos
devuelva las pautas culturales y lo valores tradicionales que identifican a la
verdadera argentinidad. Queremos recuperar la seguridad y la capacidad de
Defensa que nos han arrebatado con la destrucción de la operatividad de
nuestras Fuerzas Armadas. Queremos que cese la venganza montonera que se
disfraza de justicia, para juzgar y
mantener encarcelados en condiciones indignas a una generación de militares que
en su mayoría no tuvieron ni capacidad de decisión ni participación en los
supuestos delitos por los que son llevados a los estrados judiciales. Queremos
una Argentina en la que predomine la armonía y en la que los únicos que
tiemblen al salir a la calle sean los criminales y los corruptos. El domingo 25
de Octubre, al depositar el voto en la urna y al arremangarse para cuidarlo,
podemos empezar a construirla.
Juan Carlos Neves
Secretario General de Nueva Unión Ciudadana
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