Por Dra. Andrea
Palomas Alarcón
El dilema
argentino: Síndrome de Estocolmo o enfrentar al enemigo de la Nación
Hace un par de
décadas, escribí una serie de artículos en el diario La Prensa, el viejo y
digno periódico fundado por José C. Paz.
Estos artículos,
discurrían sobre el sonado caso de la niña Juliana Treviño, de diez años de
edad por entonces, y su supuesta filiación a una familia de desaparecidos.
Lo que trataban
no era la legalidad de la medida tomada por el entonces Juez Federal Juan María
Ramos Padilla, de quitarla de su hogar adoptivo (de padres adoptivos no
pertenecientes a la familia policíaco-militar, es bueno aclarar) y entregarla a
una supuesta familia de sangre surgida del entrecruzamiento de datos del Banco
Nacional de Datos Genéticos (BNDG), sino de la crueldad con que se despojaba a
una niña de sus afectos.
Las Abuelas de
Plaza de Mayo, más que abuelas lobos implacables, respaldaban la medida. No les
importó que los padres adoptivos de la niña, Pepe Treviño y Carmen Rivarola,
habían -hasta cierto punto- militado en esa agrupación. Ya desde entonces se
perfilaba una persecución que iba más allá de la familia militar, la
recuperación de niños (los terroristas de los setentas deparaban este verbo
para las armas ganadas al enemigo) era tanto una herramienta de propaganda como
de ostentación de poder.
En esos
artículos, puse en duda la certeza del examen. La niña debía ser un varón,
conforme los oportunos testigos que declararon ante la CONADEP. Tampoco
coincidía la edad.
A algunos les
pareció un desquicio.
Un primo de
Juliana Treviño se comunicó conmigo. Tenía información que podía interesarme,
me reuní con él.
Me entregó los
estudios de ADN realizados en el extranjero, en dos instituciones
irreprochables, el Life Code Institute de New York y el Instituto de
Inmunología Humana de París. Juliana no era familiar de las personas que el
BNDG decía. Esa no fue la única conclusión; los exámenes realizados en
Argentina por el BNDG eran falsos, falsificados, adulterados, todos los adjetivos
posibles para exponer la tergiversación de la verdad. No fueron producto de un
error; la incompatibilidad genética era demasiado flagrante.
El primo adoptivo
de Juliana, contra los deseos de Pepe y Carmen Treviño, intentó que se publique
la verdad. Una inconfesable lealtad les impedía a los Treviño la denuncia a
pesar de que ya llevaban un mes separados de su hija.
Por otro lado,
ningún periodista quería publicarlo. Las Abuelas eran intachables en ese
momento y cualquier verdad que las pusiera en entredicho, políticamente
incorrecta. El periodismo argentino siempre es políticamente correcto. Sólo un
incipiente periodista (otro) accedió a publicarlo pero una cadena de
desencuentros le impidió comunicarse con este muchacho antes que yo. El
periodista era Daniel Hadad.
Publiqué la
noticia. La enormidad de la denuncia se perdió en la página central de las
editoriales. Pocos notaron la revelación.
Bernardo Neustadt
fue uno de esos pocos. Otro periodista políticamente incorrecto.
El escándalo fue
mayúsculo pese al silencio generalizado del periodismo, Neustadt por sí solo
era una caja de resonancia.
En su afán por
acallar el escándalo, las Abuelas de Plaza de Mayo me iniciaron un juicio por
calumnias e injurias.
Yo contaba con
algo más de veintidós años y ya me enfrentaba con la maquinaria propagandística
más poderosa de nuestro país en décadas.
El denunciante
era un apoderado de la Fundación Abuelas de Plaza de Mayo, el Dr. Norberto
Liwski acompañado por el patrocinio jurídico de un abogado que llegó muy lejos
por realizar este tipo de asistencia a los mal llamados Organismos Defensores
de Derechos Humanos, el Dr. Eugenio Zaffaroni.
Pese a que el
diario La Prensa (co-demandado) me ofreció los servicios de un letrado, decliné
la oferta. No tengo por costumbre prestarme a las parodias de los juicios
populares.
Me impusieron el
defensor de oficio como es de rigor; yo no era abogada todavía. El defensor me
explicó que las Abuelas sólo querían que yo me retracte, que si lo hacía
públicamente desecharían la denuncia. Era el defensor de oficio contra Eugenio
Zaffaroni; interesante propuesta.
En la audiencia
de conciliación, que se realiza ante el juez penal al inicio del proceso por
calumnias, manifesté que ratificaba todos mis dichos, que no iba a retractarme.
Amplié la denuncia contra Abuelas de Plaza de Mayo con nuevas pruebas.
Las Abuelas
abandonaron la acción, que luego prescribió sin pena ni gloria.
Esta actitud, que
tiene más que ver con un defecto de mi carácter que con verdadera valentía, me
permitió salir indemne del incidente.
Intento demostrar
que estos seres minúsculos que han asaltado la Nación con su violencia, sus
rencores mal digeridos, sus lágrimas de cocodrilo, retroceden ante el que los
enfrenta.
Pepe y Carmen
Treviño eran del palo, de ellos mismos, acompañaron a las Madres y Abuelas en
sus rondas, eran dos periodistas de izquierda y sin embargo les secuestraron
una hija, sin remilgos, sin piedad, con la excusa de la identidad y la memoria.
El grupo Clarín,
desde que se instaló la inquietante historia de que los hijos de Ernestina de
Noble pudieran ser de desaparecidos, se ha puesto de rodillas ante las Madres y
Abuelas de Plaza de Mayo.
El temerario
multimedios, que destituye a un Presidente de la Nación con tres tapas, ha
venido sobándoles el lomo a las Abuelas como tributo a la impunidad. Nunca
salieron en defensa de otras tantas víctimas en la misma situación que Felipe y
Marcela. No hablaron nunca en favor de Evelyn, de los mellizos Miara, de Paola
Siciliano, de tantos jóvenes inocentes a los que les destrozaron la vida. Antes
bien, ayudaron a perseguirlos y hostigarlos.
Los resultados
están a la vista.
Esta es la
disyuntiva frente a la violencia política reaparecida por parte de los grupos
que ya fueron vencidos en el pasado: optar por el Síndrome de Estocolmo, esto
es, la identificación y justificación defensiva frente a la agresión del
nuestros secuestradores o... enfrentarlos con dignidad y que pase lo que tenga
que pasar.
Por mi parte, si
vienen por mí conforme el vaticinio de Bertolt Brecht, estaré conforme sabiendo
que me lo tengo bien merecido.
Un dato. Según el
libro "la mentira oficial"
(Nicolás Márquez) de los más de 80 niños recuperados 70 siguen con sus padres
adoptivos habiéndose demostrado que la adopción fue legal y de buena fe. 10
están en situación dudosa (seguramente apropiación ilegal). Pero en las
estadísticas se habla siempre de 70/80 hijos recuperados como si "todos" hubieran sido "apropiados".
Andrea Palomas
Alarcón
Bme. Mitre 1314
p. 6 "C"
Cdad. de Buenos
Aires
Tel/fax
4381-6252
andreanett@sinectis.com.ar
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