04/05/2017
Por
Mauricio Ortín
Que
la discusión en los medios sobre el reciente fallo de la Corte, que acepta el 2
x 1 para los condenados por crímenes de lesa humanidad parta del supuesto de
que son genocidas, constituye un despropósito epistemológico y ético. Ello
porque de ninguna manera son tal cosa y los que así lo afirman, o actúan de
mala fe o son unos ignorantes redomados. Ya en democracia, la guerra comenzó
con el ataque artero, homicida y generalizado de las bandas terroristas contra
civiles, militares y el Estado de Derecho. El objetivo confeso era imponer por
las armas la dictadura comunista. La lógica reacción de los gobiernos de Juan e
Isabel Perón fue actuar en defensa propia, del orden constitucional y de la
sociedad en su conjunto ¿Qué otra respuesta distinta a la represión merecía la
horda subversiva de Firmenich, la hija de Carlotto y compañía? Acaso, ¡que los
militares y policías se echen al suelo a esperar que los capen los Montoneros!
De que el peronismo y el gobierno militar no reprimió con la ley en la mano es
un hecho (La paternidad peronista de la Triple A está fuera de discusión.)
Ahora bien, la guerra de los ‘70 no se caracterizó por dirimir los conflictos
en los tribunales sino a balazo limpio. Ello quedó más que claro cuando,
después de amnistiados por el presidente Cámpora, los jóvenes “idealistas” se
largaron a asesinar a los jueces que los persiguieron con la ley en la mano. Y,
aunque se cuidan muy bien de decirlo, fue Juan Perón que comenzó con la
represión “genocida”. Y no lo dicen porque, aunque miserable, es negocio posar
de víctimas y no de victimarios. Además, ahí están los “milicos” hijos de la
pavota para que se coman el garrón del victimario universal; esa y no otra es
la sustancia que oculta la cáscara conocida como “Memoria, Verdad y Justicia” y
“política de derechos humanos”.
Ahora
bien, cabe preguntarse por las causas que disparate semejante no haya
despertado la saludable reacción cívica que pusiera las cosas en su lugar. Que
sujetos de baja estofa y, también, de buena leche, no hayan recibido la condena
social oportuna por tergiversar los hechos con el objeto de demonizar el fallo,
revela el grado de decadencia en el que está sumida la sociedad argentina.
Dicho de otro modo, en la incapacidad para reunir la masa crítica de ciudadanos
necesaria que incline la balanza hacia un país medianamente decente. De qué
manera se explica, por ejemplo, que los “sedientos” de justicia se rasguen las
vestiduras ante el fallo del 2 x 1 y no se perturben y hasta aplaudan que no se
juzgue a los “jóvenes idealistas” por los homicidios y demás crímenes que
cometieron ¿Qué pasa? ¿Son tontos, infames o se les ha atrofiado el sentido de
justicia? Tal vez sea el pánico que infunde la posibilidad de exponerse a ser
escrachado por la lengua venenosa de la Carlotto. Es que rinde mucho más y no
implica riesgo alguno la cobardía (políticamente correcta) de, por ejemplo,
gritarle “genocida” a un héroe de guerra como el teniente coronel Guillermo Nani. La Secretaría de Derechos
Humanos de la Nación y las de las
respectivas provincias y municipios, de hecho, se crearon para triturar a las
Fuerzas Armadas. Los recursos públicos
“invertidos” en esa política son fabulosos. Hay que reconocer que hicieron bien
su trabajo. Las multitudinarias reacciones en contra y las escasas a favor del
fallo así lo indican.
En
los últimos doce años la Argentina se llevó puesta a sus Fuerzas Armadas. Soy
escéptico en cuanto a que sea factible reconstituirlas. Es que los soldados
saben bien que el único gesto que pueden esperar de aquellos a los que
socorrieron es una fuerte y soberbia patada.
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