"Un
hombre común se maravilla ante las cosas poco corrientes; un hombre sabio se
maravilla ante las cosas corrientes". Confucio
Si el pensador chino,
que murió quinientos años antes de la era cristiana, hubiera llegado a conocer
la Argentina, habría estado permanentemente maravillado porque aquí
compartimos, desde siempre, una realidad virtual, en la cual nada de lo que
vemos o hacemos es cierto, mientras ignoramos las normas elementales que
permiten a los hombres vivir en comunidad. No me refiero a las leyes, de por sí
bastante extrañas y contradictorias, sino al modo en que las aplicamos, según
nuestro personal punto de vista, en general reñido con el de la sociedad en su
conjunto; y, en la duda, optamos siempre por el que más conviene a nuestro
relato, individual o colectivo.
Para ejemplificar a
qué me refiero, basta con pensar que las normas establecen que quienes son
procesados por delitos pueden permanecer en libertad mientas se sustancia el
juicio y se llega a una sentencia firme, pero se niega dicho privilegio a
aquéllos que, estando libres, pueden poner en riesgo la investigación,
adulterar las pruebas o, simplemente, fugarse. Y los mismos criterios se
aplican a los mayores de setenta años, aún con condena firme, respecto a la
prisión domiciliaria; esto último se justifica especialmente porque ninguna
sociedad civilizada combate a los supuestos caníbales comiéndoselos.
En estos días, los
argentinos observamos con enorme perplejidad que dos jueces federales, los
Dres. Ercolini y Bonadío, con el consentimiento de los respectivos fiscales que
actúan ante sus juzgados, han concedido a Cristina E. Fernández y a su hija,
Florencia Kirchner, autorización para realizar un paseo pseudo cultural por la
vieja Europa, con el obvio propósito de exponer su inventada persecución
política ante audiencias amenas y receptivas, como son los famosos
izquierdistas "revolucionarios de escritorio"; si bien el segundo la
otorgó bajo una caución real, el monto fijado resulta una nimiedad al
comparárselo con las incalculables fortunas que la familia ha robado de las
arcas públicas.
Creo que el asombro
llega a Brasil, donde el proceso de limpieza contra la corrupción ha alcanzado
cotas impensables en América Latina hasta hace muy poco, ya que muchísimos
dirigentes políticos, gobernadores, senadores, diputados, empresarios, etc., se
encuentran en la cárcel y a nadie se le ocurriría siquiera pedir algo así.
La viuda patagónica,
recordemos, se encuentra procesada, entre otras cosas, por organizar y
encabezar una asociación ilícita (un delito no excarcelable), fundada con el
propósito de cometer una enorme multiplicidad de estropicios, de los cuales
hemos sido víctimas todos y cada uno de los habitantes de este país, expoliado
hasta la extenuación durante las sucesivas gestiones que compartió desde hace
veinticinco años con su marido muerto; si como muestra basta un botón, allí
tenemos a la Provincia de Santa Cruz, aunque ésta tenga una superficie
comparable a la de varios países sumados y tenga bajo su suelo una riqueza
saudí.
El choque entre este
suceso y la realidad de las prisiones superpobladas de individuos detenidos sin
sentencia firme por la comisión de delitos menores, como hurtos o arrebatos, ha
producido una generalizada indignación, reflejada en las redes sociales y en
las plataformas de peticiones públicas; y es razonable que así sea, toda vez
que Cristina Kirchner y su entorno han demostrado hasta el hartazgo que están
dispuestos a alterar las pruebas -como hicieron con los libros de las
sociedades hoteleras involucradas- y entorpecer así cualquier investigación.
Esos hechos, ya
probados, bastarían con enviar a la cárcel a cualquier pequeño comerciante,
pero nuestros particulares jueces, que cuentan con narices más caras que las de
los mejores perfumistas, son inmensamente tolerantes y permisivos ante quienes
han ejercido, durante tantos años y con enorme fiereza, un poder omnímodo; no
vaya a ser que, en una súbita recaída social, vuelvan al poder y quieran
cobrarse las penas ahora aplicadas.
En otro orden de
cosas, lo mismo parece suceder con aquellas personas que, como Hebe de
Bonafini, son aún capaces de generar conflictos en la calle; aún tenemos fresco
el recuerdo de cuando se negó a comparecer en Comodoro Py y el Juez aceptó
interrogarla en la cocina de la Fundación Madres de Plaza de Mayo. El Dr.
Eduardo San Emeterio y quien esto escribe la denunciamos -y, con ella, a la
locutora del acto y a los organismos de pseudo derechos humanos firmantes del
documento allí leído- por sus dichos en la Plaza de Mayo el 24 de marzo pasado;
a más de un mes de haberlas radicado, no hemos sido llamados todavía a
ratificar las denuncias, primer paso de la causa penal.
En el otro extremo de
ese espectro se encuentran los casi dos mil presos militares, ancianos (el
promedio de edad es 76 años), la mayoría sin condena firme y cumpliendo
prisiones preventivas que exceden en lustros el máximo legal permitido (dos
años, más uno debidamente justificado), que se siguen muriendo en las mazmorras
estatales por falta de atención médica adecuada. Acusados por testigos que,
cuarenta años después, dicen haber construido colectivamente la memoria y
reconocerlos por la voz o por el olor, privados de todo derecho a un juicio
justo y víctimas de procesos judiciales amañados, cuatrocientos ya fallecieron
(cincuenta lo han hecho desde el 15 de diciembre de 2015) y, naturalmente, el
ritmo se incrementará con el mero transcurso del tiempo.
Cuando, muy
esporádicamente por cierto, algún tribunal federal les concede el beneficio de
la prisión domiciliaria -ayer fue el caso de un preso de 87 años, gravemente
enfermo- la mayor parte de las veces no se hace efectivo porque otro tribunal
la niega, y la saga continúa. Es que, rápidamente, se alzan los infames
pasquines y las radios y canales de televisión que multiplican la vocinglera
gritería de esos mismos organismos de pseudo derechos humanos que rechazan la
democracia como sistema de vida y piden, a voz en cuello, el derrocamiento del
Gobierno.
Nadie se pregunta,
tratándose de los "genocidas", por qué se los mantiene en la cárcel,
cuando no pueden alterar las pruebas del proceso ni corren riesgo de fuga. Es
que a éstos, la sociedad los ha elegido como únicos receptores de la culpa
general de haber llamado a las puertas de los cuarteles para parar el desmadre
en que se había convertido el régimen peronista en 1974 y 1975, que amenazaba
con despedazar el país.
Ya nadie recuerda -ni
quiere hacerlo- cuántos civiles, en especial radicales, actuaron como
funcionarios, ministros e intendentes del proceso militar, ni cuántos
empresarios, obreros, comerciantes y estudiantes aplaudieron a rabiar a los
generales golpistas. Es más cómodo transferir esa responsabilidad a unos pocos
y lavar así los pecados colectivos, por más que, cuando la tragedia se produjo,
esos pocos fueran extremadamente jóvenes y estuvieran en los grados más bajos
del escalafón jerárquico; hasta el lamentable Gral. Milani entra en esta
categoría, aunque deba permanecer en la cárcel hasta que sea condenado por
ladrón.
Hace un año y medio,
Mauricio Macri prometió terminar con lo que él mismo llamó el "curro"
de los derechos humanos. Los argentinos, tan golpeados por la gigantesca crisis
económica que nos dejó el kirchnerismo, necesitamos saber quién se llevó los
más de US$ 2.500 millones en extrañísimas indemnizaciones, cuyos destinatarios
el Gobierno aún se niega a revelar.
Argentina se está
reinsertando en el mundo, y una prueba de ello será su próxima integración a
las grandes mesas de discusión del comercio mundial, en especial en el área del
Pacífico, así como la importancia que nuestro país está recuperando en la
región, reconocida a través de los viajes presidenciales a China y la visita de
grandes personalidades mundiales, como Angela Merkel. Evidentemente, mucho ha
cambiado ya y, después de octubre, ese cambio se acelerará, cuando la esperable
victoria electoral del Gobierno derrumbe la falsa prudencia de los inversores,
sobre todo de nosotros mismos.
Pero debemos recordar
que, para que esas esperanzas se transformen en realidades concretas, debemos
tener una Justicia independiente, seria, confiable y rápida; con ella, todo
será posible pero, sin ella, nada lo será.
Bs.As., 29 Abr 17
Enrique
Guillermo Avogadro
Abogado
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
E.mail: ega1avogadro@gmail.com
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