Una de las ideas más
interesantes (y controvertidas) del genial historiador de las religiones Mircea
Eliade es que la estructura religiosa del mito es consustancial al hombre. Es
decir, no se trata de una estructura observable exclusivamente en hombres que
se reconocen abiertamente como religiosos, sino en todos los hombres y, como
tal, en aquellos que incluso se manifiestan como ateos, lo que va a variar en
estos últimos es el objeto de su creencia.
Lo interesante de su
método, es que para llegar a esta conclusión, Eliade, poco y nada se basa en
las grandes religiones (Judeocristianismo e Islam), sino que lo hace sobre la
base de la cultura aborigen de distintas partes del mundo, principalmente
África, Oceanía, América del Norte y (de nuestro país) los aborígenes
fueguinos, como él los llama.
Para explicarlo muy
sucintamente, en el mito, el hombre reconoce sus orígenes (desde su causa hasta
su finalidad), en hechos ocurridos en un tiempo inmemorial, al que no se puede
cuestionar y ante el que sólo cabe rendirse. El mito es actualizado mediante
celebraciones, que tienen lugar fundamentalmente en la pubertad, las que
convierten al hombre en un “hombre nuevo”
y le permiten completar el paso a la adultez. Insistimos, la estructura mítica
es posible observarla en el hombre moderno que, hasta puede reconocerse ateo,
con una variación de su objeto.
En nuestro país,
desde hace ya varios años, resulta muy difícil en algunos casos tener una
conversación sobre lo ocurrido en los años ´70 sin ser “anatemizado” cuando se manifiesta una posición divergente con la
opinión mayoritaria. Todo lo relativo a ello pareciera estar presentado con la
fuerza persuasiva e incontrovertible del mito, en algunos casos
(sorprendentemente) hasta reconocido de manera expresa.
Replicando la
estructura mítica de Eliade, el mito, de la creación en este caso, se
correspondería a nuestra sociedad, nuestra democracia que habría visto su luz
in illo tempore, cuando jóvenes románticos enfrentaron a seres monstruosos que
le dieron muerte pero cuya tarea logró a la postre, luego de que su sangre
fuera derramada, ser reivindicada.
Si alguien cuestiona
que no todos los jóvenes eran románticos y no todos los seres eran monstruosos
inmediatamente será “anatemizado”.
Expliquémonos, no
todos fueron románticos ya que, por ejemplo, Montoneros o el ERP (por tomar
sólo las dos organizaciones más emblemáticas de aquel tiempo), eran auténticas
organizaciones criminales. Sin embargo, no es posible escuchar afirmaciones de
este tipo hoy en día, o quien la formula inmediatamente corre el riesgo de ser
anatemizado. O no todos a quienes enfrentaron eran monstruosos, ya que durante
mucho tiempo enfrentaron gobiernos constitucionales de su mismo cuño político.
La respuesta a esta afirmación muy probablemente “sea anatema”[1],
los seres a quienes enfrentaban eran monstruosos, fin de la discusión.
Pero aún hay otros
conceptos más llamativos que se encuentran en esta esfera mítica, por ejemplo
la cantidad de desaparecidos in illo tempore. Así, no es posible controvertir
el número de 30.000 (sin por eso pretender justificar, sino traer precisión),
por más que matemáticamente ello no puede ser fundado. Aquí, incluso, la esfera
mítica se asume de modo expreso ya que algunos de quienes sostienen que es
imposible discutir sobre ello se han preocupado por sostener explícitamente que
se trata de un número “que recae en el
orden de lo simbólico” (puede verse distintas declaraciones periodísticas
en este sentido). Y, más sorprendente aún en este sentido, es la sanción de una
ley en la Provincia de Buenos Aires, que expresamente sostiene esta cifra. El
Estado se convierte aquí en la estructura fundamental sobre la que sostener y
persuadir la creencia mítica.
Paradigmático, en
este sentido, resultó también el año pasado, cuando la presidenta de la
Asociación Madres de Plaza de Mayo fue citada a declarar en una causa de
corrupción y expresó que ella no concurriría (los dioses crean las leyes, no se
someten a ellas). Incluso, ante esta manifestación se organizó una marcha en
apoyo a ella y repudio por su citación a declarar. Los ejemplos pueden seguir.
¿Por qué es muy
difícil plantear una discusión sobre todo estos aspectos en la Argentina hoy?
Puede haber múltiples
respuestas, pero una explicación posible es ver que todas estas cuestiones han
sido colocadas en la dimensión de lo mítico. Lo que ocurre en este plano es
presentado como indiscutible, afecta los orígenes constitutivos de nuestro ser,
nuestra propia identidad. Y la “indiscusión”
no se da ya porque se trate de cuestiones irracionales, sino supra-racionales.
Nadie puede pretender discutir estas cuestiones que, por su propia naturaleza,
son colocadas fuera de cualquier ámbito de discusión. Si alguien lo hace,
inmediatamente será descalificado con todo tipo de improperios, ya que está
faltando el respeto a sus orígenes.
Lo que resulta
reprochable de ubicar las cosas en este plano, mítico (cuando no se encuentran
allí), es que al pretender discutir sobre cualquier aspecto emparentado, el
concepto de verdad se vuelve irrelevante, a veces de manera accidental y otras
de manera deliberada. Si esto último ocurre, resultaría más claro que se asuma
de modo expreso salvo que, como sofistas, nos respondieran con la pregunta ¿qué
es la verdad?
[1]
Condena moral, prohibición o persecución que se hace de una persona o de una
cosa (actitud, ideología, etc.) que se considera perjudicial.
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