No es lo que se dice
acogedora la vida en un campo de concentración. Humillaciones reiteradas,
aprietes, camaradas que mueren por mala praxis o simplemente por abandono.
Maltrato por parte de jueces y camaristas. Familias que están lejos, hijos que
se ven de vez en cuando cada vez que sus trabajos o la lejanía les permiten
visitarnos, nietos a los que casi nunca abrazamos y sin embargo, hasta hoy
estábamos erguidos porque nada ni nadie podía robarnos el orgullo de haber
peleado por la Patria.
Pero se debe saber,
aunque pocos quieran hacerse cargo, que estamos acá porque somos los que
combatimos en una guerra que se planteó contra la república y a nosotros, por
nuestra formación nos competía enfrentar la agresión.
Estamos acá porque
combatimos en una guerra que nosotros no buscamos ni empezamos pero a la que la
sociedad, herida de miedo y dolor, nos compelía a llevar a cabo cada vez que
nos decían: “Que esperan para salir a meterle balas a esos asesinos”. Una
guerra que aquellos que la declararon la plantearon tan puerca y desalmada que
lo único que sabíamos con seguridad era que si algo iba a salir herido de ella
eran nuestras almas.
No obstante y pese a
los dolores que ello nos acarrearía siempre estuvimos convencidos de pelear ese
combate. Combate que, al estar en juego la Patria, no era otra cosa que el Buen
combate del que nos habla San Pablo. Combate por el cual sentíamos que era
cumplir con aquello para lo que nos habíamos preparado.
Sin embargo hoy
tenemos que ser muy fuertes para que no se derrumben esas torres de plata en
las que creemos con fe ciega. Hoy algunos festejan el “día del montonero”. ¡Que
lo festejen!, si al fin y al cabo peleamos para que los argentinos no fueran
lacayos de un régimen como en ese entonces eran los ciudadanos de la Unión
Soviética o Cuba, para que una vez pasada la guerra pudieran ejercer libremente
su parecer. No es eso lo que nos podría tumbar. Lo que nos abate es el
silencio, el silencio ante este absurdo y beligerante “homenaje” de aquellos
que venían a velar a sus muertos asesinados cruelmente por la guerrilla, de los
que se rasgaban las vestiduras pensando que un trapo rojo flamearía en lugar de
nuestra bandera, el silencio de los empresarios que transidos de miedo venían a
pedir custodia o a traer, off the récord, listas de presuntos subversivos en
sus fábricas. Nos duele el silencio de hoy
ante este “homenaje” de aquellos que nos pedían patíbulos públicos como
ejemplo en las plazas de la república y de los políticos que jugaban a dos
aguas, que a la mañana defendían guerrilleros y a la noche los delataban. Nos
duele- porque en su momento creímos en su dolor, temor y preocupación- el
silencio de los argentinos. Y nos duele fuertemente porque no es un silencio
para dejar atrás los dolores, es un silencio infame donde el miedo y la mentira
están presentes.
Me gustaría
preguntarle a todos los que se hacen los distraídos con el “homenaje
montonero”: ¿Para qué?, ¿Para que la sangre?, ¿Para que murieron chicos como
Berdina, Maldonado o Hermindo Luna entre tantos otros?, ¿Para que el martirio
de Larrabure?, ¿Para qué pusimos nuestras almas en pecado en una guerra que no
sabíamos hacer pero que al final ganamos?, y aunque repita mil veces esa
pregunta nadie se animará a responder. ¡Allá ellos! Porque pasado este momento
seguiremos erguidos y orgullosos y ellos seguirán con su vergüenza.
MIGUEL ETCHECOLATZ
Comisario General
Preso Político
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!