Raúl lleva diez años
preso. O más. Hace tanto tiempo, que la exactitud es lo de menos.
Cuando era joven el
gobierno argentino lo mandó a combatir el terrorismo. Cuando se hizo viejo, el
gobierno argentino lo metió preso por haberle obedecido.
Por
pedido expreso de la familia no se publica la foto
Sus jefes asumieron
la responsabilidad. El Gobierno argentino dijo está bien, pero está mal.
Allí anda Raúl con
sus huesos, de cárcel en cárcel. Mientras joven, Raúl sirvió al Estado y aportó
para su obra social. Y sigue aportando.
Pero ahora que Raúl es viejo, el Estado le prohíbe atender sus huesos en la
obra social a la que aporta todos los meses.
Raúl está confinado
en una celda de dos por dos. No tiene espejo. Se mira en una lámina de
radiografía que alguien le consiguió. Sus compañeros le dicen que lo ven muy
delgado. El siente que le falta el aire. El estado que lo tiene preso no sabe
qué hacer, lo tienen preso en un lugar que no tiene cobertura médica. Lo pesan,
le sacan sangre, le escuchan los latidos.
Creen que vive porque
les parece que respira. La orden es que Raúl no se muera en el Penal. Así que
el Estado aporta una ambulancia destartalada en horas de la madrugada y sube
sus huesos sin aire.
Un hospital dice NO.
Otro hospital dice: Tampoco. Un tercer hospital dice: Ni loco. Los huesos de
Raúl tienen destino de muerte en la ambulancia destartalada. Los que manejan saben bien que siempre es
así: Los médicos a los que el Estado
obliga a realizar abortos bajo pena de sumario, sí pueden negarse a atender a
un preso político.
Lo
que natura non da, La Cámpora non presta.
Un último hospital
dice: Está bien, pero un rato. Es el Hospital Fernández. Primero Terapia
Intensiva y rápidamente una habitación común… allí Raúl se ve por primera vez
frente a un espejo después de muchos años. No reconoce su cara. No reconoce sus
huesos. No reconoce sus manos. No reconoce sus ojos. Se mira, apenas puede
mantenerse en pie.
“Mirá como estoy,
como en aquellas fotos del holocausto” susurra Raúl al oído de su hija, que
llora sin poder llorar.
El director del
hospital Fernández no quiere mucho empeño de parte de los suyos, no vaya a ser que terminen siendo los
culpables de salvarle la vida a los huesos del perseguido.
Verdugo el Estado
aquél que envió a Raúl a combatir. Verdugo el Estado éste, que lo condena por
haberle obedecido… Verdugo el gobierno actual,
que ha implementado un plan para aniquilar a los presos políticos de Argentina,
que atestan los penales federales.
Los presos políticos
del gobierno kirchnerista no son uno ni dos ni tres. Son miles. Son viejos,
están enfermos, amputados, en sillas de ruedas, con respiradores, a media
habla… son miles de presos políticos gritando agonía desde el silencio de las
cárceles federales de Argentina.
El gobierno que se
anunció derecho y humano, terminó siendo Hitler. Ironía.
Los huesos casi sin
piel de Raúl, son expulsados del hospital y vuelven a otro penal federal. Sus
pertenencias NO. Es el castigo por haber sobrevivido.
Vuelve a un penal
donde no es posible atender ni siquiera un ataque de vesícula.
Tal vez Raúl muera allí,
gritando agonía en el silencio de todos nosotros que sabemos y callamos. En el silencio cómplice de una prensa que
prefiere publicidad, antes que decir la verdad. En
el silencio complaciente de una clase dirigente que teme represalias del
gobierno Hitler.
Y un día de éstos,
también nosotros nos miraremos al espejo, y como Raúl, no nos reconoceremos
como sociedad, ni como país… ni como hermanos.
Ese día, gracias a
todos nuestros silencios, el gobierno Hitler de Cristina habrá ganado para
siempre.
NOTA:
Las negritas no corresponden a la nota original.
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