Dentro del bestiario oficial, el juez
federal Norberto Oyarbide, ha sido una pieza de colección y como tal, cuidada y
custodiada en su vitrina de cristal. Allí estaba, protegido, a salvo de
cualquier reclamo, esperando aquellas ocasiones en que alguien rompía el vidrio
para que los salvara de algún incendio personal.
Si Oyarbide se travestía para
carnavalear no había problemas, era también parte del legendarium de la
colección gubernamental y a nadie se le ocurriría molestarlo.
Que desfilara en los corsos de
Gualeguaychú no hacía mal a nadie, como tampoco molestaba demasiado esa
exposición, que tanto le gustaba, de mostrar su guardarropas o sus anillos de
un cuarto de millón de dólares.
También es cierto que Oyarbide causaba
en algunos cierto rechazo interno, pero en aquellas épocas a nadie se le
hubiera ocurrido llamarlo impresentable como lo ha hecho Ricardo Forster ahora,
uno de los máximos referentes intelectuales del cristinismo, y una de las
cabezas más prominentes de "carta abierta", naipe marcado del
Gobierno.
Es que a Norberto Oyarbide los hados o
la suerte –que es grela– le llevaban –por sorteo o licitación– todas las causas
atinentes a la familia gobernante y/o a su círculo áulico. Y Oyarbide, he aquí
su ángel, podía llegar a hacer fallos inimaginados. Verbigracia: para él que el
matrimonio Kirchner aumentara en un año su patrimonio en un 155% era algo
normal y como tal lo afirmaba y firmaba de un plumazo, o le clavaba una estaca
en el corazón a causas como la de Skanska y las guardaba en un cajón sarcófago
junto al príncipe Vlad como para que resucitaran un día lejano o a la
consumación de los siglos.
Pero a quien le ha caído tan mal lo
que dijo el juez como enterarse de quién vino la llamada para que parase el
allanamiento, fue a Cristina Fernández. Quizá suponía que era de uso personal
exclusivo y no, también, un "all inclusive" de los amigos. Por algo
la señora salió de su despacho y caminó hasta el de Zaninni a quien parece que
no trató con cariño. Muchos dicen que las lágrimas de éste en el Senado, no
eran por YPF sino por otro recuerdo más cercano y doloroso.
En la crisis interna las señales son
contradictorias. Hay muchos desengañados de última hora que suponen que la
migración no hace sólo a la supervivencia de las aves sino de los políticos.
Cada vez hay más rebeldes sin causa como Pichetto y otros incluyen también a
Forster. Hay también quienes se han retirado a las butacas del fondo en
previsión de que se hunda el escenario o se caigan las bambalinas, como Rossi y
Randazzo.
La duda ahora es qué pasará con
Oyarbide. ¿Acaso han dado permiso para pegarle?, ¿Le soltarán la mano?, ¿Lo
lanzarán a la calle sin más resguardo que su anillo de oro?, ¿Consentirán en el
Juicio Político? De ser así nos encontramos ante una nueva etapa del
oficialismo. Una etapa en la que el mensaje es que a partir de ahora no se
consienten más costos políticos. Bastante caros están saliendo Boudou y Milani,
como para afrontar el de un juez extrovertido y mediático.
Oyarbide cuenta ya con 10 denuncias en
el Consejo de la Magistratura, lo de ahora quizá no será peor que aquello pero
es mucho más evidente. Un jury es complejo, pero con presiones se podría
sobrellevar, el problema es que la figura no es una figura más.
Tampoco Oyarbide aceptará manso que le
suelten la mano y por ello hay que calcular también el daño colateral. ¿Si
Oyarbide habla, quién será el más afectado? La pregunta queda picando pero no
hay quien se anime a responderla.
Todavía.
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