24/03/2015
Por Mauricio Ortín
El marxismo sostiene que los hechos políticos significativos se
producen y resuelven en arreglo al cumplimiento forzoso de las leyes de la
historia. La sociedad, dice Marx, progresa racionalmente hacia su perfección
resolviendo sus contradicciones internas
mediante la superación de sucesivos
estadios de organización económico-social. La sociedad comunista sin clases (sin contradicciones entre ricos y pobres o
entre explotadores y explotados) constituye el “non plus ultra” o meta de dicho
desarrollo histórico. La profecía marxista de que el paraíso comunista
estaba ahí nomás, a la vuelta de la esquina, resultó irresistible para el
mesianismo de izquierda que asumió la lucha contra el capitalismo, el último
obstáculo hacia la realización plena de la humanidad, como una Cruzada laica.
En la Argentina, en las décadas de los 60’ y 70’, en gran medida por
el “éxito” de la Revolución Cubana y
por la influencia mística del Che Guevara, el marxismo revolucionario fue
adoptado como “verdad revelada” por
jóvenes de familias de buen pasar económico que se asociaron en bandas
terroristas. El ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y Montoneros, por sus múltiples
y sangrientas acciones armadas, se destacaron por sobre otras agrupaciones de
menor jerarquía. Ambas manifestaron, explícitamente, su objetivo principal:
acabar con el capitalismo a través de la imposición, violencia mediante, de la
dictadura del proletariado. De allí que constituya una falsedad escandalosa del
gobierno y de la clase política en general la caracterización del “24 de
Marzo de 1976” como el hecho crucial entre democracia y dictadura que marcó
un antes y un después en la en la trágica década del ’70. En rigor de verdad,
tanto en el gobierno constitucional como en el de facto, las FFAA, los
políticos y los jueces fueron parte del mismo bando frente al enemigo común
(Alicia Kirchner, Eugenio Zaffaroni, León Arslanián, Ricardo Gil Lavedra,
Eduardo Menem, Elisa Carrió fueron, entre otros, algunos de los cientos de
peronistas, radicales y socialistas que aceptaron cargos políticos durante la
dictadura). Un mínimo análisis de los periódicos de la época demostraría
acabadamente que el funesto golpe de Estado era bienvenido para la inmensa
mayoría de los argentinos y, por motivos antitéticos, también, para el ERP y
Montoneros, quienes ingenuamente alimentaban el anhelo que el gobierno de facto
volcaría las masas hacia ellos. No
sucedió tal cosa. El pueblo, ese ente metafísico que los totalitarios invocan
para justificar las iniquidades más atroces, ni se dio por enterado.
Tácitamente apoyó la política de exterminio de los subversivos que inició Juan
Perón y profundizó la dictadura militar (fue el gobierno constitucional
peronista el que creó la Triple A, ordenó el aniquilamiento de los subversivos
y dispuso el Operativo Independencia). Ni la iglesia, ni los empresarios, ni
las FF.AA., ni Magnetto, ni Blaquier, ni Massot, ni el subteniente X, ni el
cabo N tuvieron participación alguna en semejantes decisiones.
En suma, ni el “24 de Marzo de
1976” fue el día en que los argentinos franqueamos la puerta del Cielo que
da al Infierno, ni los partidos políticos están en calidad moral para arrojarlo
a modo de primera piedra contra los militares.
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