Por: Claudio Chaves[1]
¡Y no podía ser de otra manera! En una feliz decisión, el
ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, decidió cerrar ese engendro
ideológico denominado Instituto Dorrego con
el contundente argumento de que no corresponde al Estado tomar partido por una
corriente historiográfica. ¡Felicitaciones! ¡Bien hecho!
Creado en noviembre de 2011 por un grupo de hombres
interesados por el pasado, que procuró extender en el tiempo una visión
historiográfica anacrónica nacida en nuestro país al calor de la expansión
nacionalista en el mundo.
En los años ’30 del siglo pasado, el nacionalismo autoritario
causaba furor en Europa. Su atractivo ideológico, más el valor atribuido a la
fuerza y la voluntad, sedujo a jóvenes inquietos que responsabilizaban al
liberalismo del siglo XIX de todos los males sociales y de la feroz matanza de
la Primera Guerra Mundial. Un sector de
la juventud argentina, fundamentalmente de clase media y alta, cayó bajo ese
embrujo europeísta, rindiéndose al nacionalismo autoritario que hizo su ingreso
triunfal en la política argentina con Uriburu en el golpe militar de 1930.
Valores como el intervencionismo de Estado, el
industrialismo forzoso, la planificación económica, la sustitución de
importaciones, la discriminación étnica, la xenofobia, la lucha contra el
imperialismo y el rechazo al capitalismo de libre mercado se impusieron como
verdades incontrastables. Mercados herméticos y protegidos fueron los colores y
sonidos de aquellos años. El correlato ideológico de esa realidad material fue
el nacionalismo. El novedoso relato tuvo una extensa vigencia a lo largo el
siglo XX.
En nuestro país el Revisionismo Histórico fue la creación
historiográfica del nacionalismo. Se propusieron releer la historia argentina a
la luz de los valores de moda en el mundo: la
fuerza, la voluntad y el accionar de caudillos infalibles que por encima de las
instituciones conducían a sus pueblos al ejercicio de democracias de masas o
autoritarismos plebeyos.
Defensores de las novedosas formas políticas buscaron
enraizarse en nuestra cultura y demostrar que el nacionalismo más que un cuerpo
doctrinario del siglo XX y europeo era un valor eterno de nuestro acervo
cultural. Bucearon en el pasado para hallar vasos comunicantes y un hilo
conductor que los emparentara con los ancestros. Como fórmula alcanzó ciertos
logros aunque como todo cuerpo dogmático tuvo rigideces que desmerecieron la
obra.
De aquellos años hasta ahora el mundo ha dado un giro
copernicano. El proceso de globalización y mundialización de la economía ha
hecho estallar por los aires los cuerpos de doctrina que marchan a contrapelo
de las necesidades materiales actuales como es la liberalización de los
mercados, la libre circulación y la industria globalizada. No veo cómo el
nacionalismo ideológico pueda tener hoy respuestas para el pasado, el presente
o el futuro. Sin embargo, los fundadores del Instituto Dorrego no se han dado
por enterados. Repiten lo aprendido una
vez y lo aplican hasta el fin de los tiempos. El nacionalismo fue la ideología
de un mundo compartimentado y en guerra constante. La voluntad, la fuerza y
la idea de revolución su leitmotiv. El Revisionismo apoyado en esos valores
distorsionó el pasado para justificar su presente. Lo que podía ser entendible
para aquellos años fundacionales es hoy un disparate anacrónico colosal. El
Dorrego fue la farsa de un pasado con cierta gloria.
Por otro lado al bautizar como Dorrego a esa institución lo
hicieron adrede para cavar más profundas las trincheras que en el presente el
kirchnerismo realizaba. Fundando en la
historia y hallando en ella la justificación de la grieta. Jamás comprendieron
que la política es la herramienta para solucionar los conflictos que se
suscitan en toda sociedad y no la continuidad de la guerra por otros caminos.
Finalmente, con el triunfo de la economía de mercado tras la
caída de Unión Soviética y el Muro de Berlín, las democracias ganan espacio y
con ella la valoración del republicanismo, las instituciones, la libertad, la
justicia y los derechos humanos; en ese sentido el saber histórico demanda una
nueva epistemología.
[1] Es
profesor de Historia y licenciado en Gestión Educativa. Director de Escuela
Secundaria de Adultos. Autor de "El
Perón liberal", "El
retroprogresismo", "Un
liberalismo criollo de Perón a Menem" y "La gestión escolar en
tiempos de libertad". Además, es autor de las obras de teatro "Cartas de amor a la Patria" y
"Hombres de casaca negra".
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