Como argentino
celebro la decisión del presidente Macri de despolitizar el Museo del
Bicentenario y de darle un contenido enteramente histórico. De ese modo se
reflejará nuestra verdadera historia forjada con sacrificios a través de muchas
generaciones. Según lo publicado por LA NACION el viernes 13 de mayo se le
quitará al museo el sentido de homenaje y autocelebración del peronismo y del
kirchnerismo que le había dado la administración anterior. Según se informó,
las piezas partidarias no quedarán en el museo. Además, para respetar y honrar
nuestras raíces, se reemplazarán los audiovisuales históricos desde la
Revolución de Mayo hasta la actualidad que tenían una mirada partidaria y con
evidentes críticas a los gobiernos estigmatizados como la "oligarquía". Se denostaba a personalidades históricas
relevantes de la organización nacional y de la Generación del 80.
Felicito al
secretario general de la Presidencia, Fernando de Andreis, que dirige
personalmente el proyecto, junto con el director del museo, profesor Juan José
Ganduglia, y con la colaboración del titular del Sistema Federal de Medios,
Hernán Lombardi, que aportará material de archivo, fotográfico y filmaciones.
Sugiero se adecue también el sitio web del museo, para que argentinos y
extranjeros puedan tener una visión fidedigna de nuestra historia.
Marcelo J. Louge
Juárez
LOS
MOCASINES DE NÉSTOR KIRCHNER
La Argentina debe
recuperar la racionalidad y el sentido republicano, erradicando símbolos
propios de un personalismo autoritario
Después de mucho
pensarlo, el titular del Sistema Nacional de Medios Públicos, Hernán Lombardi,
decidió suprimir la sala Experiencia Néstor Kirchner, del Centro Cultural
homónimo. Paralelamente, en la Casa Rosada también se eliminarán los restos del
kirchnerismo exhibidos en el Museo del Bicentenario, ubicado bajo la antigua
Aduana Taylor.
Como en otros temas
urticantes, el gobierno de Mauricio Macri se mueve con cuidado, para minimizar
las reacciones adversas y evitar ahondar la "grieta".
Estas precauciones demuestran, una vez más, cómo las democracias liberales
son débiles frente a las ideologías autoritarias, los populismos y los
fanatismos varios. Cuando funcionan las instituciones republicanas, rige el
aforismo atribuido a Voltaire: "Estoy
en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a
decirlo". Y de ese modo, el demócrata ofrece la otra mejilla, tratando
con modales desconocidos a quienes prometieron "ir por todo", con la esperanza de que aprenderán con el
tiempo la diferencia entre la libertad de expresión y la militancia rentada;
entre trabajar para el Estado permanente y trabajar para un gobierno
determinado. Pero muchas veces recibe un desplante, como ocurrió con el matemático
Adrián Paenza en la televisión oficial, quien muy difícilmente habría podido
expresarse por ese medio en la era kirchnerista si fuese opositor.
La experiencia NK ha
llegado a su fin. Ahora la población podrá disfrutar de otras experiencias,
pues la República Argentina cumplirá este año el bicentenario de su
Independencia, recordándonos que el país no comenzó en 2003, como esa sala
pretendía adoctrinar a la población.
Para aquellos
visitantes más jóvenes, será una experiencia sanadora confrontar el ascetismo
honrado del médico de Cruz del Eje, Arturo Illia, con el abogado de Santa Cruz
que bajo la bandera del progresismo ocultó negocios que ahora maneja su viuda.
Y admirar la potente visión desarrollista del intelectual Arturo Frondizi, para
entender que no hay consumo sustentable sin inversión para sostenerlo. Y
conocer el verdadero pensamiento del fundador del justicialismo, Juan Domingo
Perón, quien vino a morir a la Argentina para desplazar a Héctor Cámpora del
poder y echar a los montoneros de la Plaza de Mayo.
Mientras se reúnen
los documentos y materiales para que los visitantes puedan experimentar la
Argentina que existía antes de los Kirchner, Lombardi ha anunciado, como un
antídoto para desinfectar el Centro Cultural de todo personalismo (bueno sería
que se le coloque un nombre que nos represente a todos), una muestra dedicada a
Jorge Luis Borges por el trigésimo aniversario de su muerte. Si Cristina
Kirchner pretendió identificar a su ex esposo con la Nación argentina, fue
Borges el argentino que más detestó los personalismos y quien escribió: "Nadie es la patria, pero todos lo
somos".
Por otro lado, el
Museo del Bicentenario de la Casa Rosada, otro de los emblemas kirchneristas,
también está en plena despolitización. Y así, por más que Juana Azurduy quiera
impedirlo con su sablazo zurdo que ya tronchó al Gran Almirante genovés,
saldrán del museo hacia algún placard familiar el recordado traje cruzado del
ex presidente, sus mocasines y hasta la camiseta de Racing Club con la leyenda "100% K".
La presencia de estos
atuendos en la sede del Poder Ejecutivo Nacional demuestra el grado de
frivolidad con que actuaba la viuda de quien los vestía, solamente comparables
con sus bailes ante la militancia o el anuncio de la elección de Amado Boudou
como candidato a la vicepresidencia de la Nación.
Sin duda, ella era
mucho más expresiva y tenía más carisma que Kim Jong-un, el gobernante de Corea
del Norte que dedicó Pyongyang al culto de su padre y a sí mismo. Pero son tan
obvios los ejemplos de otros personajes que construyeron poder a través del culto
a la personalidad que sería jerarquizar el traje, los mocasines y la camiseta
si se comparase a Néstor Kirchner con José Stalin, Francisco Franco, Benito
Mussolini o con el mismísimo Juan Domingo Perón.
Existe una palabra en
el lenguaje coloquial argentino, que es "berreta".
Según la Academia de la Lengua Española, se trata de un lunfardismo que
significa "de mala calidad".
En este caso, aunque el traje fuese de la mejor tela y los mocasines de una
zapatería selecta, el acto de colocarlos en una vitrina, al mismo nivel que los
próceres de la Independencia o los estadistas del Centenario, fue otra maniobra
"berreta" que ofende la
memoria de aquéllos y el sentido patriótico de quienes los honran.
El traje y los
mocasines de un ex presidente que gobernó hasta hace ocho años sólo deben
exhibirse en un museo de la vestimenta, en una exposición privada o en una
feria de curiosidades, sin entrar en forma prematura en el ámbito de quienes
sólo la historia puede reconocer como eminentes.
En realidad, el mero
hecho de la exhibición demuestra que a Cristina Kirchner poco le importaban los
próceres o los estadistas que nos precedieron; tampoco el respeto a la sede del
Poder Ejecutivo, ni la proximidad de los símbolos patrios, como la bandera y el
escudo. Mucho menos la detuvo el pudor natural de no exaltar al marido cuando
quien gobierna es su esposa. Ni esperar un tiempo prudencial para que la
sabiduría de Clio decante su opinión respecto a los méritos o deméritos del
dueño del traje y usuario de los mocasines.
Quien los colocó allí
sólo pensaba en sí misma y en la utilización de esos atavíos para acrecentar y
consolidar su poder personal, mediante los artificios simbólicos que usan los
demagogos para exaltar sentimientos populares como el Gauchito Gil, San Expedito
o la Virgen Desatanudos.
Es auspicioso que la
Argentina recupere el sentido republicano, permitiendo la diversidad de voces y
erradicando símbolos del personalismo autoritario. Y, sobre todas las cosas,
que se recupere la racionalidad, para que el futuro del país no dependa de
discursos, de mitos, ni de slogans. Porque a la pobreza no la erradicará el
Eternauta, sino el sacrificio y el trabajo duro, cotidiano y solidario de 43
millones de argentinos.
NOTA:
Las imágenes no corresponden a la nota original.
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