20/10/16
Por
Mauricio Ortín
En
cualquier país medianamente decente un héroe de guerra es un Héroe de Guerra. Alguien que no es del
montón y al que se le debe gratitud, respeto y admiración. En los casos de los
que no están porque dieron su vida por su sociedad, más todavía. A veces sí y a
veces no, los pueblos se merecen esos
hombres excepcionales. La divinidad o el azar, según se mire, tienen sus
antojos y no vacilan en despachar pan a quienes de dientes carecen. Y no
exagero ni un ápice si afirmo que con
nuestro país se les está yendo la mano.
Pues,
es evidente que a nuestro pueblo ni le
va ni le viene que se destruyan monumentos como el de Cristóbal Colón o el del
Combate de Manchalá o se denominen calles, plazas y centros culturales con
apellidos de corruptos, subversivos o pelafustanes. En los días que pasaron, en
el Colegio Militar de la Nación se rindió
homenaje al capitán Héctor
Cáceres, al capitán Carlos
María Casagrande y al teniente
coronel Emilio Guillermo Nani. Los
dos primeros, muertos en combate contra el ERP en Tucumán y el tercero, herido
en combate y condecorado por su valor en Malvinas y en el ataque a La Tablada.
Según
los trascendidos recogidos por la prensa, el Ministerio de Defensa ordenó no se
coloque la placa conmemoratoria en razón de que
la referencia que alude a la "guerrilla
marxista” (ERP) podría ser consideraba como "una frase política”. Ahora bien, pregunto, ¿Puede así como así un ministro agraviar a
héroes de guerra impidiendo se los honre con una placa? ¿Cuáles y cuantos son
los servicios a la patria prestados por el ministro Julio Martínez que lo
autorizan moralmente a pisotear la dignidad de los que expusieron su
propio cuerpo? Me late que, en el
mejor de los casos, no tiene ni la más peregrina idea de quién fue y cómo y
porqué murió el capitán Héctor Cáceres. Eso sí, cuando recordó a guerrilleros se
quebró y lloró. Tampoco se escuchó todavía la voz de un solo diputado, senador
o gobernador que haya propuesto
desagraviar a los ofendidos. Mejor esperar sentados. Los invade el miedo
gélido a que Bonafini o Carlotto los acusen de “políticamente incorrectos” y el gurú Durand Barba los mande a
rendir a marzo. Todos ellos, apilados uno sobre otro, no alcanzarían ni para
producir un gramo de los que ningunean a los recordados en la placa. “Jugo
de tomate frio” corre por esas venas.
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