Por
Mauricio Ortín
El
grado de decadencia de una sociedad debería valorarse por la cantidad y la
calidad de falsedades que sea capaz de tolerar. En los últimos días, por fin y
porque no tenía otro remedio, la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación
blanqueó el número de desaparecidos y muertos en la guerra contra la
subversión. La cifra, calculada desde la asunción de Cámpora hasta la de
Alfonsín, asciende a 7010. Muy lejos de los 30.000 que Pérez Esquivel,
Carlotto, Bonafini y casi toda la clase política argentina anuncian
dogmáticamente como número axiomático. Hace tan solo menos de un año que Darío
Lopérfido, Secretario de Cultura de la ciudad autónoma de Buenos Aires, debió
renunciar a su cargo presionado por sostener que no eran 30.000. Al respecto,
el mismísimo Secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural (sic) de la
Nación, Claudio Avruj, expresó su desacuerdo con Lopérfido: aludió a que se
trataba de una cifra emblemática y simbólica. En tanto, Malher, el funcionario
que reemplazó a Lopérfido, sostuvo que el número de 30.000 había sido adoptado
por el pueblo y, por tanto, lo respetaba. No hubo ni un solo político del
partido radical o del de Macri que saliera a respaldarlo. Una de dos, o la
verdad en la Argentina no es políticamente correcta o no se tiene lo que hay
que tener para, siquiera, murmurarla. Porque hay que ser un pusilánime de
quinta para soportar impávido que la señora de Carlotto acuse al gobierno de “quererla mostrar como mentirosa ante la
sociedad” justamente por mentir de manera escandalosa. ¿Qué es lo que les
impide decir que Carlotto MIENTE y Bonafini es una LADRONA? Un tal Daniel
Lipovetzky, diputado macrista, se arrugó frente a Rossi y el periodista
Silvestre cuando estos le refregaron la “infamia”
de no mantener el símbolo emblemático (de la mentira) de los 30.000.
Lipovetzky, con cara de “yo no fui”,
hizo la defensa del blanqueo mientras, al mismo tiempo, defendía la bandera de
los 30.000. Al final, chorizo. Prefiero la actitud cínica y perversa de los que
mantienen su mentira a la pusilánime que ni lo uno ni lo otro.
A
esta hora de la soirée (cuarenta años han pasado), la defensa sobreactuada de
la mentira de los 30.000 huele a podrido. Sobre todo porque Carlotto, Bonafini,
Vertbisky, con el apoyo incondicional de los Kirchner durante doce años, no
pudieron estirar la cantidad ni a diez mil. De las treinta mil placas del
Parque de la Memoria sólo pudieron llenar un tercio. Luego, no es pecar de
precipitado el presumir que se quiere tapar un chanchullo mayúsculo. Miles de
millones de dólares se destinaron para indemnizar a familiares de desaparecidos
¿Por qué habría de pasar inadvertido a los Kchorros semejante boccato di
cardinali?
Ante
la evidencia, arguyen que un desaparecido o 30.000 es lo mismo. No, no es lo
mismo. Hay que ser discapacitado moral para entenderlo así. Inmoral también es
atribuir muertes que no fueron tales a quienes no las cometieron. Pero es que,
si fueron tantas, entonces los culpables serán tantos también. La ecuación es:
a más muertos, más “genocidas” a
perseguir.
Con
la mentira de los 30.000 se infecta el alma de los niños argentinos en las
escuelas; las dirigidas por la iglesia católica, incluidas. Se le atribuye a
Hitler la frase: “Mientras más grande es
la mentira más gente la cree”. No comparto. Más acertado sería: “Mientras más grande es la mentira más gente
teme contrariarla”. Y, de estos últimos, en la Argentina, hay cantidad como
para hacer dulce.
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