Mientras el pueblo
venezolano huye por millones, Maduro canta Despacito. Despacito se hunde su
mundo mientras crece el dolor de todo un pueblo que ya no puede más que huir
porque su ira y dolor ya se consumieron hace años.
por Ricardo Angoso
@ricardoangoso
"No
hay comida, ni medicinas, ni futuro", dice una
venezolana recién llegada a Colombia desde la frontera de San Antonio de
Tachirá. Ya hay casi un millón de venezolanos viviendo en este país tras el
naufragio provocado por los casi veinte años de la mal llamada "revolución bolivariana", el
mayor fracaso social, político y económico de la historia de América Latina en
este siglo. Ni siquiera la isla-prisión de Cuba constituye un desastre de esta
magnitud. El hundimiento total en todos los órdenes generado por la dictadura
de Chávez y después por Maduro no tiene parangón ni comparación con nada de lo
que ha ocurrido en las últimas décadas en el continente. Videla y Pinochet eran
unas monjas ursulinas al lado de Maduro.
Venezuela, un país
que antaño atraía inmigrantes y era un referente continental en cuanto a su
desarrollo, se ha convertido en un barco a punto de hundirse en el mar Caribe.
Son ya millones los que se han ido en estos 18 años de fracaso continuado y
otros tantos millones se aprestan para abandonar el paraíso socialista fundado
a sangre y fuego por la pareja tragicómica y dictadora compuesta por ese
irrepetible tándem de Maduro y Chávez. Los datos extraoficiales -en Venezuela
ya nada es fiable- hablan de entre dos y tres millones de venezolanos viviendo
fuera y puede que en las próximas semanas, si la crisis se agudiza y el régimen
se radicaliza aún más, otro millón más se unirá a esta larga lista de
abandonos. Ya nadie puede aguantar la situación actual, en esta Venezuela nauseabunda
lo único predecible es que el caos y la crisis se agudizarán cada día más
mientras Maduro siga en el poder.
Si uno viaja a Buenos
Aires, Lima, Santiago de Chile o a cualquier ciudad latinoamericana, la imagen
es la misma en todas las ciudades: miles de venezolanos pueblan las calles
céntricas de estas urbes rebuscándose la vida, bien sea vendiendo arepas
venezolanas, ofreciéndote mil y una cosas o simplemente vagando en busca de un
destino mejor. Sálvese quien pueda de la Venezuela socialista, el país ya no da
para más y el mejor camino es marcharse
para siempre. Qué tristeza que la nación que antaño recibiera a millones de
extranjeros de todas las nacionalidades -pero especialmente italianos,
españoles, portugueses y colombianos- hoy sea el mejor modelo de cómo conducir
a un país al mayor colapso social, político y económico en el menor espacio de
tiempo y con las políticas más erráticas en todos los aspectos jamás visto.
¿Y cómo ha sido
posible llegar a este estado de cosas? Muy fácil: si intervienes en la economía
totalmente, imponiendo precios, cerrando los mercados, ahuyentando las
inversiones, estableciendo ficticios cambios de moneda y expropiando
propiedades agrícolas e industriales, tal como hicieron los Chávez, Maduro y
compañía, en muy poco tiempo la economía acaba colapsando, nadie ya invierte ni
emprende en nada y la estructura económica se viene abajo. Las recetas del "socialismo del siglo XXI",
como llamaba Hugo Chávez a su fracasado recetario, ya habían sido puestas en
marcha en la extinta Unión Soviética y en toda la Europa ex comunista con los
consabidos fracasos y los desastrosos resultados que todo el mundo conoce sin
necesidad de ser un avezado economista. Tan sólo se salvaron de ese absoluto
desastre, en cierta medida, países como Hungría y Yugoslavia que mantuvieron un
sistema de economía mixta, en que el Estado conservaba casi todos los medios de
producción pero permitió algunas formas de economía privada en el comercio, el
turismo y el campo, haciendo que en el sistema fluyeran los capitales y los
productos al margen de los rígidos controles impuestos por el Estado. Pero, en
definitiva, el sistema nunca funcionó bien y las autoridades comunistas de casi
todas estas naciones lo sabían.
Chávez, como casi
todos los líderes de la revolución bolivariana en el continente, entre los que
destacan Evo Morales y Rafael Correa, llevados por su pulsión ideológica y su
odio hacia las ideas políticas y conceptos ideológicos que venían de Europa y
los Estados Unidos, cometieron el pecado capital de desdeñar los modelos
exitosos de la izquierda europea, como lo fueron el Estado de Bienestar de los
países nórdicos, Alemania y el Reino Unido, y querer ver en la Cuba de los
Castro el gran paraíso soñado, una suerte de El Dorado llamado a refundar en un
legendario y mítico reino el socialismo cuartelero y militarista de la pareja
dictadora cubana que arrasó y destruyó (quizá para siempre) a esa isla.
MIENTRAS
CARACAS ARDE, MADURO BAILA DESPACITO
El resultado, como
era lógico, era el de esperar: la destrucción total de la economía venezolana y
la creación de un modelo político dictatorial, totalitario y ajeno
absolutamente a la modernidad, al mundo de la lógica, la razón y el sentido
común. Morales y Correa, al contrario que Chávez y Maduro, mantuvieron la
economía privada sin apenas intervenciones del Estado y no hicieron tantas
estupideces, en general, con el manejo de sus economías, salvando a ambos
países del colapso de sus sistemas.
Hoy, cuando vemos a
esos miles de venezolanos desesperados huyendo de sus país con apenas algunas
de sus pertenencias, abandonando a la desesperada la patria que pudo ser y que
quizá ya nunca será, podemos comprender la perversidad que encierra una
ideología funesta, perturbadora en todos los órdenes y absolutamente fracasada
en todos los lugares allá donde fue puesta en práctica. En nombre de estas
ideas trasnochadas, y con el fin de sentar cátedra para luchar contra el "imperio" y la "derecha parasitaria", ya con
la ideología desdibujada y solamente con el anhelo de mantenerse en el poder,
el régimen de Maduro trata de sobrevivir para salvar a una casta ajena e imperturbable
al dolor de millones de venezolanos.
Así, una vez caída la
careta perversa y caricaturesca del "socialismo
del siglo XXI" con el que pretendían salvar al mundo, tan sólo ha
quedado la mascarada que envuelve la cruda realidad de una narcodictadura
salvaje, cruel y brutal en la que su máximo líder, el dictador Maduro, se va
pareciendo más y más al Nerón de sus últimos días, caracterizado por su
extravagancia, sus patochadas y gusto por la tiranía. Mientras Caracas arde,
consumida en el terror y en el horror de su propio régimen, Maduro baila como
Nerón, grita como Hitler y gesticula como Mussolini. Es un vulgar patán de
feria. Nada hay de grande en él salvo su delirio. Mientras el pueblo venezolano
huye por millones, él canta Despacito. Despacito se hunde su mundo mientras
crece el dolor de todo un pueblo que ya no puede más que huir porque su ira y
dolor -inconmensurables ambos- ya se consumieron hace años.
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