EDITORIAL
Luego de tener un 9
de Julio sin desfile militar, parece que el Gobierno se dio cuenta de que las
Fuerzas Armadas aún existen y que sería lógico no solo darles un lugar, sino el
que merecen. Pero una cosa es amagar y otra distinta golpear.
La ministro de
Seguridad, Patricia Bullrich, dijo: "Es
hora de que las Fuerzas Armadas dejen de ser los hombres de la Dictadura".
Podría tener sentido si uno supone que las Fuerzas Armadas pudieron ser de
alguien más que de la Nación Argentina, pero la verdad es que esto forma parte
de una vergüenza con que se ha lastrado a la democracia desde el inicio de su
restauración. Una de las tantas mentiras, que repetidas una y otra vez,
pretenden convertirse en verdad. Tampoco ayudan las palabras del Presidente al
hablar de "las Fuerzas Armadas de la
democracia". De aceptarlo así estaríamos -¡otra vez!– negando a
quienes lucharon en Malvinas y -¡un poco de Historia, por favor!– a aquel
ejército que nació el 29 de mayo de 1810, cuando ni siquiera éramos Nación y
mucho menos democracia.
Sería bueno que el
Presidente y todos los políticos pensaran en las palabras de José Miguel
Insulza Salinas, político, abogado, académico e investigador chileno, miembro
del Partido Socialista quien, cuando era Canciller de Chile, frente a quienes
querían querellar –algunos de ellos de su partido– a las Fuerzas Armadas de su
país, dijo: "Nadie se equivoque, si
hay que juzgar será a algunos hombres, las Fuerzas Armadas de Chile pertenecen
al pueblo del que se nutren y son de la Nación que protegen, son Chile".
Sucede que en nuestro
país ningún político, en su innata hipocresía, se arriesga a hacer un cálculo
de qué sería de su vida –en caso de haber sobrevivido– si las Fuerzas Armadas
no hubiesen combatido a la subversión. Bastante mal le fue a Raúl Alfonsín con
su niveladora teoría de los dos demonios, tratando de sacarse el problema de
encima. Sus aliados de la izquierda lo objetaron y desautorizaron. Era
necesario que las Fuerzas Armadas tuvieran un escarmiento si no se las podía
eliminar y que se preservase la legalidad de los terroristas devenidos
demócratas. Cada uno de los presidentes siguientes, hizo lo suyo por
menoscabarlas, dañar su imagen y frustrar a las nuevas generaciones que
conformaron los cuadros de oficiales y suboficiales. La Argentina había vuelto
a la democracia pero para hacerlo le dieron la mano a quienes quisieron
transformarla en un estado totalitario y condenaron a quienes la libraron de
aquella suerte.
Ahora, el gobierno
que no acierta una, pretende con titulares importantes rediseñar la función de
las Fuerzas Armadas. No pretendemos ser derrotistas, pero en medio de una
crisis económica, asignándoles el 0,8% del presupuesto en todo concepto suena
ridículo inventar lo que no se puede hacer.
Si luego de todo el "plan" pergeñado, aparecen
tres o cuatro descolgadas hijas de desaparecidos hablando contra el proyecto y
la ministro de Seguridad, Patricia Bullrich, como defensa del decreto sobre las
Fuerzas Armadas tiene que declarar "no
va a haber ningún militar en ninguna calle de ninguna ciudad del país",
para dejarlas tranquilas, estamos verdaderamente en el horno.
El ministro Aguad no
es nuevo en el tema de Defensa, pero también ha sido lastimoso en sus
apreciaciones al decir que "no va a
haber ningún militar en ninguna calle de ninguna ciudad del país",
¿qué son, leprosos, radiactivos, contaminantes? ¿El ministro se avergüenza de
aquellos que comanda?
Tampoco fue muy feliz
al considerar que "no se puede
condenar eternamente" a las instituciones castrenses. Lamentable que
un ministro considere que se puede condenar momentánea o eternamente a una
institución que nació con la Patria, pero al menos, finalmente, se dieron
cuenta que tienen Fuerzas Armadas.
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