Sertorio
08 de diciembre de
2017
Pocos ejemplos
impresionan tanto como el ver a hombres de honor que mueren por cumplir con su
deber. La tripulación del ARA San Juan desapareció por hacerse a la mar en una
nave que carecía de las condiciones para ello, sin las horas necesarias para
ser considerada operativa. Por satisfacer exigencias que iban más allá de lo
razonable, porque todos sabían que los sumergibles de la flota argentina no
disponían de los elementos necesarios para una navegación segura, los marinos
de la república hermana se embarcaron en el ARA San Juan a sabiendas de lo que
se jugaban. Y zarparon. Resulta algo incomprensible para una mentalidad
democrática el sacrificar conscientemente la propia vida en el cumplimiento de
una orden: Alfred de Vigny[1]
lo definió como la grandeza y servidumbre de las armas. Si hubiese primado el
bien supremo de nuestra sociedad -salvar el propio pellejo y disfrutar del
momento-, los hombres del ARA San Juan se habrían amotinado y su sedición nos
habría resultado comprensible y excusable. Pero la milicia es una religión de
hombres honrados y hasta en los ejércitos comunistas se alberga un principio no
democrático: el honor, lo que Alfonso X en las Partidas[2]
llamaba la vergüenza, el horror a volver la cara, a salir huyendo, a
comportarse como alguien sin dignidad, que era la primera virtud de un noble
según el Rey Sabio.
Tragedia del Yak-42 |
Los españoles nos
podemos poner en la piel de los argentinos y hasta anticiparles qué es lo que
vendrá a continuación, pues ya pasamos por un trance semejante con la tragedia
del Yak-42, y nuestros sistemas políticos están, por desgracia,
homologados: se exigirán responsabilidades y la izquierda antimilitarista aprovechará la ocasión para sembrar cizaña
entre mandos y soldados, así como entre ejército y sociedad. Se nombrarán
comisiones parlamentarias que no servirán para nada, sólo para que los
leguleyos de la partitocracia[3]
emborronen aún más las cosas. Al final, unos
cuantos mandos militares perderán su carrera y su honor, mientras los políticos
volverán a criticar el gasto en la defensa nacional. Ninguno de los
mandamases civiles que han recortado el presupuesto de la Armada en estos
últimos decenios será molestado ni interrogado. Una de las características
esenciales de la democracia moderna es el gobierno irresponsable.
Para los españoles de
mi tiempo, el Ejército argentino va unido a su valiente desafío al secular
enemigo sajón: la reconquista de las Malvinas nos llenó a todos de un legítimo
orgullo de raza; en la desesperada batalla contra un adversario muy superior,
admiramos la pericia y el valor de los pilotos de su fuerza aérea y la
resistencia de sus soldados. También nos dolió como propia la tragedia de los
marinos del Belgrano, crimen de guerra por el que nadie les ha exigido cuentas
a los británicos, al igual que por el maltrato y muerte de prisioneros
argentinos. En tiempos más tristemente próximos, la gallarda actitud del
general Videla frente a la fauna de rábulas que lo enjuiciaba también mereció
nuestra admiración.
Durante
treinta años los políticos y los jueces han sembrado el odio de los argentinos
a sus fuerzas armadas, que en 1976 sacaron a la nación de un caos insostenible
y libraron al país hermano de convertirse en otra Cuba, en otra Nicaragua.
La izquierda mundial jamás les perdonó esta derrota a
los militares argentinos. El precio de la victoria progresista es un
ejército infradotado, obsoleto, al que la vocación ejemplar de oficiales y
tropa permite mantenerse en pie, pese al desprecio de los políticos, pese a la
demagogia de los antimilitaristas, pese a los recortes presupuestarios. En Argentina hay dinero para subvencionar
la ideología de género, para impedir la reproducción demográfica de la propia
nación, para los mal llamados movimientos sociales, para los enjuagues
corruptos de las oligarquías kirchnerianas o no, para todo menos para el
Ejército y la Armada, que son, sin embargo, la garantía de la independencia y
la soberanía de la patria. Hablo de Argentina, pero vale también para
España.
¡Honor
y gloria a los caídos del ARA San Juan!
NOTA:
Todas las imágenes, referencias y destacados no corresponden a la nota
original.
[1] Poeta,
dramaturgo, escritor y novelista francés, integrante de la Academia Francesa a
partir de 1854.
[2] Las Siete Partidas (o simplemente Partidas) es un cuerpo normativo
redactado en la Corona de Castilla, durante el reinado de Alfonso X (1252-1284), con el objetivo de conseguir una cierta
uniformidad jurídica del reino.
[3] Poder
excesivo de los partidos políticos en un sistema democrático.
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