18/04/2019 Por Mauricio Ortín
El ex
terrorista Roberto Cirilo Perdía, primero durante el gobierno constitucional de
Juan Perón e Isabel Martínez y luego durante el gobierno militar, ensangrentó
la Argentina asesinando policías, militares, empresarios, sindicalistas, niños,
políticos y ciudadanos comunes. Es responsable también de la muerte de miles de
los suyos, a quienes abandonó escapando a Europa con los 60 millones de dólares
del secuestro de los Born. Si bien nunca se hizo el recuento de los crímenes
por los cuales este sujeto permanece impune, sólo en el atentado con bomba
vietnamita al comedor de la Superintendencia de la Policía Federal de Buenos
Aires este depravado segó la vida de 23 personas e hirió gravemente a otras
sesenta. En libros y en notas de la que es autor, Perdía suele desplegar su
pasado de homicida justificándolo sin el menor sentimiento de culpa. En la
Argentina asesinar en nombre de la izquierda no está mal visto y hasta se puede
reivindicar sin caer en apología del delito. Más aún si los asesinados son
policías, militares o empresarios. Y a las pruebas me remito: los terroristas
que atacaron el Cuartel de La Tablada están libres, los que lo defendieron
siguiendo órdenes del gobierno constitucional de entonces, están presos. Así
pagan los políticos argentinos.
Sin embargo,
si bien la apología del delito de un criminal en libros y notas es grave,
pavoroso, deplorable y perturbador, peor aún resulta que este criminal impune
confiese y haga apología de su propio delito frente a un tribunal impávido. El
jefe terrorista Roberto Cirilo Perdía declaró en la primera audiencia
testimonial del juicio de lesa humanidad "Contraofensiva
Montonera" ante el Tribunal Federal Número 4 de San Martín, integrado
por los jueces Alejandro De Korvez, Matías Alejandro Mancini y Esteban Carlos
Rodríguez Eggers, que tiene a nueve
acusados imputados por privación ilegítima de la libertad, tormentos y
asesinatos. Bajo juramento, declaró: “Nuestro
plan era atacar al grupo económico de Martínez de Hoz" con las TEI
(Tropas Especiales de Infantería) montoneras, también, que en la “Contraofensiva” participaron más de 450
combatientes. “La mitad llegó al país del
exterior, sobre todo desde México y España, y la otra mitad fue reclutada de
militantes que estaban en Argentina”, agregó. No precisó detalles de cómo,
cumpliendo el objetivo trazado, las TEI asesinaron a Francisco Soldatti y al
cabo primero Ricardo Durán (Policía Federal Argentina), su chofer, en pleno
centro de Buenos Aires, ni tampoco cómo volaron la casa de la familia Klein
asesinando a los policías José Cardaci y Julio Moreno. Por cierto, los
homicidios de Soldatti y Durán no les salieron gratis. En el lugar, cinco
terroristas perdieron la vida. Dos abatidos por la policía y tres al manipular
una bomba. Pues bien, para la Justicia argentina estos cinco y el resto de los
abatidos lo fueron, no porque andaban asesinando según un plan terrorista
preconcebido, sino porque al gobierno militar se le dio por matar civiles. Hay
que decir que el asesino Perdía se retiró aplaudido por el público.
En relación al
engendro legal llamado, “Plan Sistemático
de Exterminio de la Población Civil”, conviene hacer algunas precisiones:
1) Que si el plan en verdad existió, es obvio que no era contra la población
civil al voleo sino, en todo caso, específicamente contra aquellos que, además
de civiles, eran salvajes asesinos; 2) Que de las propias palabras de Perdía,
se desprende que la “Contraofensiva”
constituía un deliberado plan sistemático de exterminio contra el “Grupo Martínez de Hoz”; 3) Que policías
que abatieron a los asesinos de Soldatti no lo hicieron en virtud de ejecutar
un Plan Sistemático de Exterminio de la Población Civil (que ni siquiera
conocían) sino reacción espontánea en cumplimiento del deber de defender la
vida de Soldatti y Durán; 4) Que sostener semejante disparate implica, por un
lado, negar el ataque terrorista que sufrió la sociedad argentina y, por el
otro, criminalizar en sí misma (no por su forma) a la represión contra el
terrorismo con la patraña ridícula de confundirlo con “población civil”.
¿Se puede
llamar seriamente “país” a una
sociedad que tolera impasible que un criminal repugnante se erija en campeón de
la moral y los derechos humanos? ¿Y que, además, se tomen sus dichos para
condenar a los que evitaron que el sujeto siga asesinando? Que ni la Corte
Suprema, el Concejo de la Magistratura, los colegios de abogados o los
catedráticos de las facultades de derecho no hayan acusado recibo de semejante
disparate lleva a inferir forzosamente que el sistema judicial argentino está
intoxicado.
¿País, esto?
Vaya murga que somos…
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