Por Jorge Martínez y Agustín De Beitia
09 de agosto de 2019
Su
historia es una más entre las tantas víctimas del terrorismo izquierdista de
los años '70, pero con su específica
cuota de dolor y desamparo.
Hace 45 años el
ingeniero José María Paz era uno de los más importantes empresarios de
Tucumán. Presidía la Compañía Azucarera Concepción, el principal ingenio de la
provincia (y segundo del país), y ejercía gran influencia en los sectores
industriales a escala nacional. Pertenecía además a una ilustre familia tucumana, cuyos orígenes se
remontaban hasta un hermano del Manco Paz, el general unitario que en el siglo
XIX guerreó con Facundo Quiroga.
La noche del
7 de agosto de 1974, durante
el gobierno democrático del justicialismo, Paz volvió en avión a San Miguel de
Tucumán en uno de sus frecuentes vuelos desde Buenos Aires, donde desarrollaba
parte de sus tareas empresariales. Tomó un taxi. Que a poco de andar fue encerrado por varios
vehículos de los que saltaron hombres y mujeres armados. Eran miembros de
Montoneros que querían secuestrar al empresario para luego pedir un suculento
rescate que financiara su guerra revolucionaria.
Paz tenía otros
planes. Varias veces les había anticipado a sus familiares que, si llegaba a
pasar por una situación así, su decisión iba a ser resistir y no ofrecerse como
prenda a cambio de dinero que terminara fomentando la violencia que desangraba
al país.
Aquella
noche infausta, Paz cumplió con su promesa. En vez de
acatar las órdenes de los terroristas,
abrió la puerta del taxi y salió corriendo. Alcanzó a alejarse unos
cuantos metros hasta que uno de los montoneros apuntó y disparó varias veces,
dejándolo gravemente herido. El secuestro se había frustrado, pero Paz tendría
que luchar por sobrevivir en los siguientes veinte días.
En ese lapso de
agonía también hubo momentos de suma lucidez y templanza. El empresario herido,
a quien los guerrilleros habían elegido como blanco de su frío odio
ideológico, no les guardaba rencor. Muy
por el contrario, llegó a pedir que lo pusieran en contacto con alguno de ellos
para conversar en persona y buscar una salida a la demencia que estaba
empujando a todos hacia un baño de sangre. El pedido era una muestra, extrema,
de la coherencia de Paz. Hasta el final había querido mantenerse fiel a los
principios que habían guiado su actividad empresarial: diálogo y
responsabilidad social.
Paz
murió el 27 de agosto de 1974. Tenía 45 años y dejaba esposa y cinco hijos.
Su entierro en Tucumán se transformó en una ceremonia multitudinaria, a la que
acudieron miles de empleados del ingenio Concepción encabezados por sus
dirigentes sindicales. A algunos de ellos, meses después,
Montoneros también los asesinó en venganza, acusándolos de "perros falderos" por haber acompañado a la familia en su
inmenso dolor. A tal extremo llegaba el delirio de aquella época.
Hoy casi nadie se
acuerda de Paz. Pese a la relevancia que tuvo en vida, su nombre no aparece en
los manuales escolares ni ha llegado al cine ni a series de televisión. Tampoco
figura en solemnes museos o parques de la memoria, y la fecha de su muerte, o
la del fallido intento de secuestro, no movilizan a la clase política ni
conmueven en lo más mínimo a las elites culturales. Paz ha sido borrado de la
historia. Y su crimen, horrendo y absurdo como el de tantos otros, permanece
hundido en un pasado que no conviene recordar.
@JorgeGMar
@agustindebeitia
El trabajo es bueno pero incompleto. Se conocen los nombres de los asesinos y la pariente entregadora.
ResponderBorrarLe haré llegar su información a los periodista que hicieron la nota. Ahorraríamos tiempo si usted publica los nombres de los asesinos y entregadora en un comentario. Muchas Gracias!
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