por
Ricardo Angoso
Entre
los años 2010 y 2013 asistimos en Oriente Medio y el Magreb a una serie de
movilizaciones y manifestaciones masivas que fueron conocidas en su momento
como la “primavera árabe”, un
fenómeno político y sociológico inesperado que derribó la caída de los
regímenes autoritarios de Egipto, Libia y Túnez y provocó la todavía no
concluida guerra civil de Siria.
Ahora,
cuando han pasado algunos años de aquellos acontecimientos, que no trajeron la
verdadera democratización del mundo árabe, América Latina atraviesa un periodo
convulso y crítico, debatiéndose entre un cambio de rumbo, sobre todo en lo que
se refiere a determinadas políticas económicas, y el regreso de la izquierda
-que perdió significativos gobiernos en todo el continente en los últimos años.
El problema radica en que tanto la izquierda, como hemos vistos en Venezuela y
Cuba, y la derecha, con el sangrante caso de la neoliberal Argentina de Macri,
parecen no tener respuestas ante las demandas de sus ciudadanos y ambos modelos
parecen no ser los adecuados para gestionar sus respectivas economías.
Venezuela,
cuya revolución se inspiró en el famoso “socialismo
del siglo XXI”, cuyo principal ideólogo fue Hugo Chávez, constituye un
fracaso monumental que tan solo ha generado pobreza, ausencia en los mercados
de productos básicos, desabastecimiento, hiperinflación y un caos total en la
justicia, la salud, la educación y la seguridad pública. Fruto de ese estado de
cosas, la gravísima crisis ha generado el mayor éxodo -unas cinco millones de
personas, el 17% de la población venezolana- en la historia de las Américas.
Pese a todo, el régimen de Nicolás Maduro, incapaz de gestionar su inmensa
riqueza petrolera y después de haber sumido al país en la mayor recesión de su
historia en términos macroeconómicos, se resiste a negociar con la oposición y
cambiar tan errático rumbo en sus desastrosas políticas.
Pero
tampoco el modelo neoliberal, como ha sucedido en la Argentina de Mauricio
Macri, ha logrado grandes éxitos en el continente. Macri, que intentaba
introducir una serie de reformas tendentes a cambiar el Estado asistencial
planificado por los peronistas y sobre todo por los Kirchner, ha fracasado en
sus planes y la economía no da señales muy optimistas y positivas, sino más
bien lo contrario: el cuadro macroeconómico da señales de que el país está
inmerso en una grave recesión. El peso se ha hundido frente al dólar
abruptamente, pasando de los ocho pesos frente al dólar de la época Kirchner
frente a los 65 actuales; la pobreza ya alcanza casi al 35% de la población
argentina; en septiembre de 2019 la inflación anual llegó al 53%, una cifra
desconocida desde hacía décadas; y, finalmente,
como guinda de la tarta, el país está totalmente descapitalizado debido
a la masiva fuga de capitales por parte de unos argentinos que temen un colapso
total del sistema -hay 380.000 millones de dólares procedentes de los
argentinos en el exterior.
MASIVAS PROTESTAS EN BOLIVIA, CHILE,
ECUADOR Y PERÚ
Pero
las cosas se pueden torcer para los gobiernos latinoamericanos, tal como se ha
visto en las recientes crisis en Bolivia, Chile, Ecuador y Perú, en que
asistimos a masivas protestas por diversos motivos. Cualquier chispa puede
encender el polvorín sobre el que vive la región. En Bolivia, las últimas
elecciones, lejos de traer la paz social, provocaron una oleada de
manifestaciones violentas en varias ciudades tras conocerse los resultados
electorales que confirmaban la elección de Evo Morales para un cuarto mandato
presidencial. La oposición acusó al gobierno y a las autoridades electorales de
haber perpetrado un fraude masivo y de haberle privado a la oposición, cuyo
candidato era Carlos Mesa, de una segunda vuelta en la que tenían puesta todas
sus esperanzas para lograr una victoria. Las manifestaciones continúan por el
momento y el pulso entre el gobierno, al que le han pedido la Unión Europea
(UE) y la OEA que celebre la segunda vuelta, y la oposición está servido.
En
lo que respecta a Chile, la decisión de las autoridades de subir el precio del
billete del metro generó una protesta multitudinaria en rechazo a la medida y
que arrasó con numerosos bienes públicos de la ciudad de Santiago de Chile,
causando decenas de heridos y dieciocho muertos. El presidente de Chile,
Sebastián Piñera, acabó revocando la decisión pero eso no fue óbice para que
más de un millón de personas se echaran a la calle en la más grande
manifestación de la historia del país, demandando cambios en la políticas
social y económica del gobierno, en una protesta tan numerosa y unánime que
revela el malestar que surca a la sociedad
de Chile ante un modelo social considerado injusto por muchos chilenos.
Piñera, totalmente desacreditado ahora, ha anunciado cambios en el gobierno,
pero quizá sea demasiado tarde.
Ecuador
también se vio sumido en una serie de revueltas y protestas tras la decisión
del gobierno de subir el precio del carburante de una forma abusiva y
desproporcionada, concitando el rechazo por parte de numerosos grupos sociales,
entre ellos indígenas, y provocando el repudio por parte de la sociedad hacia
el gobierno. Las manifestaciones llegaron hasta el centro histórico de Quito,
llegando a cercar al gobierno y provocando su marcha hacia Guayaquil, hasta
donde llegó el acosado presidente Lenín Moreno, quien llegó a acusar al
expresidente Rafael Correa de estar detrás de las protestas que provocaron el
caos y numerosos daños en la ciudad. Mientras tanto, Correa, desde Bruselas,
consideró al presidente Moreno como un traidor a los principios con los que fue
elegido y de ser un “farsante”.
También
Perú se ha visto inmersa en numerosas protestas en los últimos meses por parte
de algunos colectivos ciudadanos cansados de tanta corrupción y de unos
partidos políticos incapaces de canalizar sus demandas en las instituciones.
Los últimos presidentes peruanos se han visto implicados en sonoros casos de
corrupción. Alberto Fujimori (1990-2000) está en la cárcel pese a estar
gravemente enfermo por violaciones de los derechos humanos, abuso de poder y
otros delitos graves; Alejandro Toledo (2001-2006) está a punto de ser
extraditado desde los Estados Unidos tras haber recibido presuntamente veinte
millones de dólares procedentes de la trama Odebrecht; Alán García (2006-2011)
se suicidó de una forma dramática cuando las fuerzas policiales que iban a
detenerle por corrupto llegaron a su despacho; el populista Ollanta Humala
(2011-2016) pasó por la cárcel también tras haberse visto envuelto en otro escándalo
de corrupción junto con su esposa, Nadine Heredia; y, finalmente, el último presidente electo,
Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018), fue destituido y después detenido tras ser
acusado de “lavado de activos con agravante de pertenencia a organización criminal”,
un delito que también está ligado a la trama Odebrecht. Todos estos casos,
junto con otros menores, han creado un estado de malestar en Perú que se ha
manifestado en la calle y que seguramente influirá en el resultado de los
próximos comicios; la clase política está totalmente desacreditada y
desautorizada.
Así
las cosas, y vistos estos antecedentes, ¿se puede hablar de una primavera
latinoamericana? Es pronto para vez el alcance y el impacto de estas protestas
en los países donde se han producido, aunque es evidente que las redes sociales
están cambiando el mundo y que ahora las agendas políticas ya no lo determinan
tanto los partidos políticos y sus líderes, sino estos instrumentos globales e
inmediatos. Los gobiernos se han visto obligados a ceder ante el empuje de
estos movimientos, muchas veces convocados a través de las redes, y no cabe
duda de que nos encontramos ante el inicio de una nueva era política.
Ricardo Angoso García
Espíritu
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