por Carlos
Ares
Marziotta. La candidata expresó la idea crear una Comisión para periodistas. FOTO: ABALLAY |
La Comisión
Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) fue la encargada de
investigar y recibir testimonios sobre los crímenes de la dictadura militar. El
informe sirvió de base para procesar y condenar a los responsables. La tarea de
aquella comisión, de los fiscales y de los jueces, es uno de los pocos logros
desde la recuperación de la democracia que nos enorgullece como sociedad.
Ahora hay
quienes la banalizan, como si aquella hubiera sido una comisión de venganza, y
piden Conadep para medios, periodistas y jueces. Con la licencia de la ironía
que permite una columna de opinión, propongo a la vez desde acá que se someta a
esos inquisidores, sus portavoces, Marziotta, Dady Brieva, Zaffaroni y a los
rastreros que los apoyan, a una Conadep de la política autoritaria.
Una Comisión
Nacional de Pelotudos si quieren así llamarla, que se encargue de rebajarlos
del pony desbocado en el que cabalgan sobre sus bostas. Que los desvista de los
discursos de ocasión y los descubra como son. Que se les vean las partes
ocultas de sus prontuarios y se huelan a distancia sus culos sucios. Los
delitos que contempla el Código Penal no alcanzan contra quienes hacen de la política
una actividad miserable.
Solo unos
pocos van presos por incumplimiento de deberes, malversación de fondos, choreo
o corrupción a mansalva. Después de los últimos ¿veinte/treinta? años,
considerados los de mayor saqueo de la historia, no hay más de veinte culpables
detenidos. El condenado mayor, Menem, va a morir como senador y será velado con
todos los honores en un salón del Senado que lo refugia y protege.
La Conadep de
pelotudos debería ocuparse de recoger testimonios sobre las alteraciones
sociales, culturales, mentales, desquiciantes, devastadoras, que se producen en
la sociedad como consecuencia de las acciones y decisiones que toman esos
canallas. Mentiras comprobadas, declaraciones irresponsables, promesas
incumplidas, saltos acrobáticos de un lado a otro del poder que a la vista de
ciudadanos inocentes, necesitados de creer, formateados en la ilusión de la
espera, provocan decepción, desencanto y probables colapsos psíquicos.
Suicidios,
reacciones violentas, estrés, maltrato general, enfermedades nerviosas. ¿Quién
sabe qué pasa en la cabeza de millones de personas vilmente engañadas durante
tantos años por trepadores militantes, capos gremiales vende humo, actores en
búsqueda de figurar, empresarios sin límite para su codicia? ¿Cómo puede
medirse el efecto de lo que se ve y escucha en boca de personajes que se
arrogan alguna representación o autoridad?
Un ejemplo
entre miles: Sergio Massa, que te niega hoy con el mismo énfasis y con la misma
cara todo lo que afirmaba ayer. Eso es veneno puro. Mortal para la credibilidad
y la salud del sistema. ¿Cómo se mide la cantidad de víctimas, el tendal que
deja en el camino un tipo así? Solo a la larga, a medida que se debilita y
desgarra la fe en la democracia, se aprecia el mal que encarnan los Aníbal
Fernández, Moyano, Pino Solanas, Boudou, De Vido, Manzur y cientos de los que
se justifican en que eso es “hacer
política” Se la soban, se la miran, se la creen, se venden como “héroes” en nombre de “el pueblo”, “los trabajadores”, “la
patria”. ¿Cómo se puede obligarlos a rendir cuentas y a pagar de algún modo
por los millones de pobres muertos en vida? Acá, Eduardo Amadeo, hoy “macrista”, allá, De Mendiguren, hoy “albertista”. Googleen sus antecedentes
y recorridos desde hace treinta años. Dos típicos abrojos y garrapatas del
poder dispuestos a humillarse con tal de estar y seguir ahí.
No sirven para
esta Conadep los pelotudos importantes que viven de sus favores. Mejor convocar
a pelotudos decentes que se ganan honestamente el mango. Los que educan a sus
hijos en la solidaridad, el respeto a la palabra dada, la amistad, la igualdad
de género. Pelotudos promedio que, al cabo de un día de laburo, putean cuando
los escuchan hacer declaraciones por televisión y contienen, no sin esfuerzo,
sus brotes de indignación.
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