Borges
se equivocó cuando con su frase -“…los
peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles”- individualizó a
una facción. En verdad, hubiera estado acertado si esta sentencia hubiera
estado referida a la mayoría de los argentinos.
Aceptémoslo,
los argentinos somos incorregibles; a lo largo de los últimos años hemos pedido
cadalsos públicos para los terroristas pero treinta años después de la guerra
los hemos votado para diputados, senadores o concejales; hemos increpado a
militares, gendarmes y policías tildándolos de “blanditos” por no matar a muchos más de los que la guerra
antisubversiva obligó a eliminar -sin darnos por enterados que esos pedidos de
dureza configuraban autoría intelectual- pero cuando un Juez de la suprema
corte, Presidente de ella, el único que en ese muladar jurídico merece
mayúsculas, dice que a aquellos que fueron condenados por presuntos excesos en
la guerra antisubversiva también les corresponde, al igual que a cualquier hijo
de vecino el 2 X 1, peronistas, radicales, zurdos y muchos otros bellacos
hideputas llenaron la Plaza de Mayo para protestar por esa igualdad.
Esta
incorregibilidad argentina es hija de la guaranguería y la prepotencia que el
exitismo nacional conlleva, y es un compendio de todos nuestros vicios. Sobran
ejemplos: cuando la vicepresidente nos refriega en la jeta su impunidad,
mostrándose junto a otros encausados de la banda que dirige, para hacernos ver
que ella es una argentina de primera clase para la que no hay leyes ni códigos
a cumplir, está mostrando su altísimo nivel de incorregibilidad. Cuando
Albertico, luego de vociferar que el legalizará el aborto en Argentina, comulga
en el Vaticano de manos de un pollerudo que no puede ignorar esas
declaraciones, no hace otra cosa que equipararse- con su burla a los preceptos
religiosos de muchos argentinos- a la
mujer que tantas veces en el pasado denostó y con la que ahora se ha asociado
en esta nueva fullería nacional.
No
obstante, hay veces que la incorregibilidad
se desmadra y se convierte, simplemente,
en infamia. Lo hicieron los obispos de la conferencia episcopal argentina
cuando se inventaron un mártir de cartón pintado al cual, pese a la flojera de
papeles que presentaba, el papa Bergoglio hizo beato. Hoy también lo quiere
hacer el presidente, quizás movido por este ejemplo rastrero, al tratar de
conseguir, ¡por fin! Una carta de reconocimiento para el “genocidio” argentino tratando de imponer una ley contra el “negacionismo” de aquellos que saben y
no se callan que los 30.000 es una mentira manifiesta.
No
está mal, para desasnar ignorantes, recordar como define la Real Academia la
palabra genocidio: “Exterminio o
eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión,
política o nacionalidad.”. Esta definición cabe perfectamente para los seis
millones de judíos exterminados en los campos de concentración nazis o para el
millón y medio de armenios eliminados por el estado turco, pero, ¿cabría esta
explicación para asimilar como genocidio la desaparición, muertes por
enfrentamientos o simples asesinatos de aproximadamente ocho mil terroristas en
los años de la guerra contra la subversión en Argentina? No, ni
cuantitativamente, ya que esos ocho mil no dan el tipo para ser algo más que
una módica matanza, ni, menos aún, cualitativamente pues no eran ni un grupo
racial, ni étnico, ni religioso y menos aún, político ya que entre ellos había
diferencias profundas que incluso los llevaron a traicionarse muchas veces.
Eran simplemente pistoleros que eligieron la violencia como modo de vida y de
expresión política, aunque ahora los sospechosos sobrevivientes se victimicen
hoy disfrazándose de “jóvenes
maravillosos”.
La
infamia de este proyecto presidencial reside en que banaliza el Holocausto y la
carnicería sufrida por los armenios y, por extensión, los genocidios que
después vinieron. Digamos las cosas como son, ninguno de estos hijos de la gran
puta que se buscaron su destino trágico iniciando una guerra tiene un mínimo
punto de comparación moral con los judíos asesinados en Auschwitz, Majdanek y
el resto de los Konzentrazionenlager o con los armenios que dejaron vidas,
sueños y familias en Deir-es-Zor y en los otros veinticuatro campos de la
muerte turcos. Querer igualarlos, querer que se diga que en Argentina también
hubo un genocidio y por eso obligarnos a que digamos que es verdad la patraña
de los 30.000 desaparecidos es más que una burla, es una enorme ignominia.
A
pesar de esto y, aunque a estas alturas de la soirée pocos son los que dudan de
la deshonestidad moral de la izquierda también es cierto que Albertico -cuyas
convicciones tienen la firmeza de un sabayón italiano- probablemente siga
adelante con esta felonía y veamos cómo, con repugnante docilidad, diputados y
senadores, de todo el arco político, votan este proyecto.
No
olvidemos que el difunto cortabolsas decía que había que estar bien con la
izquierda ya que esta daba fueros y, tal como viene la mano, el camino hacia
Venezuela no se puede hacer sin ella.
Pehuajó,
zona rural. 17/02/2020
José Luis Milia
Non nobis, Domine, non nobis. Sed
Nomini tuo da gloriam.
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