viernes, 21 de febrero de 2020

INCORREGIBILIDAD, MENTIRAS E INFAMIAS


Borges se equivocó cuando con su frase -“…los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles”- individualizó a una facción. En verdad, hubiera estado acertado si esta sentencia hubiera estado referida a la mayoría de los argentinos.

Aceptémoslo, los argentinos somos incorregibles; a lo largo de los últimos años hemos pedido cadalsos públicos para los terroristas pero treinta años después de la guerra los hemos votado para diputados, senadores o concejales; hemos increpado a militares, gendarmes y policías tildándolos de “blanditos” por no matar a muchos más de los que la guerra antisubversiva obligó a eliminar -sin darnos por enterados que esos pedidos de dureza configuraban autoría intelectual- pero cuando un Juez de la suprema corte, Presidente de ella, el único que en ese muladar jurídico merece mayúsculas, dice que a aquellos que fueron condenados por presuntos excesos en la guerra antisubversiva también les corresponde, al igual que a cualquier hijo de vecino el 2 X 1, peronistas, radicales, zurdos y muchos otros bellacos hideputas llenaron la Plaza de Mayo para protestar por esa igualdad.

Esta incorregibilidad argentina es hija de la guaranguería y la prepotencia que el exitismo nacional conlleva, y es un compendio de todos nuestros vicios. Sobran ejemplos: cuando la vicepresidente nos refriega en la jeta su impunidad, mostrándose junto a otros encausados de la banda que dirige, para hacernos ver que ella es una argentina de primera clase para la que no hay leyes ni códigos a cumplir, está mostrando su altísimo nivel de incorregibilidad. Cuando Albertico, luego de vociferar que el legalizará el aborto en Argentina, comulga en el Vaticano de manos de un pollerudo que no puede ignorar esas declaraciones, no hace otra cosa que equipararse- con su burla a los preceptos religiosos  de muchos argentinos- a la mujer que tantas veces en el pasado denostó y con la que ahora se ha asociado en esta nueva fullería nacional.

No obstante, hay veces que la incorregibilidad  se desmadra y se convierte, simplemente,  en infamia. Lo hicieron los obispos de la conferencia episcopal argentina cuando se inventaron un mártir de cartón pintado al cual, pese a la flojera de papeles que presentaba, el papa Bergoglio hizo beato. Hoy también lo quiere hacer el presidente, quizás movido por este ejemplo rastrero, al tratar de conseguir, ¡por fin! Una carta de reconocimiento para el “genocidio” argentino tratando de imponer una ley contra el “negacionismo” de aquellos que saben y no se callan que los 30.000 es una mentira manifiesta.

No está mal, para desasnar ignorantes, recordar como define la Real Academia la palabra genocidio: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad.”. Esta definición cabe perfectamente para los seis millones de judíos exterminados en los campos de concentración nazis o para el millón y medio de armenios eliminados por el estado turco, pero, ¿cabría esta explicación para asimilar como genocidio la desaparición, muertes por enfrentamientos o simples asesinatos de aproximadamente ocho mil terroristas en los años de la guerra contra la subversión en Argentina? No, ni cuantitativamente, ya que esos ocho mil no dan el tipo para ser algo más que una módica matanza, ni, menos aún, cualitativamente pues no eran ni un grupo racial, ni étnico, ni religioso y menos aún, político ya que entre ellos había diferencias profundas que incluso los llevaron a traicionarse muchas veces. Eran simplemente pistoleros que eligieron la violencia como modo de vida y de expresión política, aunque ahora los sospechosos sobrevivientes se victimicen hoy disfrazándose de “jóvenes maravillosos”.

La infamia de este proyecto presidencial reside en que banaliza el Holocausto y la carnicería sufrida por los armenios y, por extensión, los genocidios que después vinieron. Digamos las cosas como son, ninguno de estos hijos de la gran puta que se buscaron su destino trágico iniciando una guerra tiene un mínimo punto de comparación moral con los judíos asesinados en Auschwitz, Majdanek y el resto de los Konzentrazionenlager o con los armenios que dejaron vidas, sueños y familias en Deir-es-Zor y en los otros veinticuatro campos de la muerte turcos. Querer igualarlos, querer que se diga que en Argentina también hubo un genocidio y por eso obligarnos a que digamos que es verdad la patraña de los 30.000 desaparecidos es más que una burla, es una enorme ignominia.

A pesar de esto y, aunque a estas alturas de la soirée pocos son los que dudan de la deshonestidad moral de la izquierda también es cierto que Albertico -cuyas convicciones tienen la firmeza de un sabayón italiano- probablemente siga adelante con esta felonía y veamos cómo, con repugnante docilidad, diputados y senadores, de todo el arco político, votan este proyecto.

No olvidemos que el difunto cortabolsas decía que había que estar bien con la izquierda ya que esta daba fueros y, tal como viene la mano, el camino hacia Venezuela no se puede hacer sin ella.

Pehuajó, zona rural. 17/02/2020

José Luis Milia

Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.

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