En mayo de 1974, un hombre con bigotes se bajó de un auto y le disparó con
una pistola automática. Su historia como el “cura de los pobres”, sus días en
Cuba, la relación con Mario Firmenich, la crítica a la organización
guerrillera, su inclusión en la “cárcel del pueblo” como traidor, sus miedos,
la aparición de López Rega y el papel de la Triple A
17 de mayo de 2020
El padre Mugica fue asesinado el 11 de mayo de 1974, cuando un hombre flaco y con bigotes se bajó de un Chevy y le disparó con una pistola automática después de misa |
El sacerdote Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe nació el 7 de
octubre de 1930, al mes del derrocamiento del presidente constitucional Hipólito
Yrigoyen. En su casa paterna se respiraba y hablaba de la política, era
hijo del dirigente conservador Adolfo Mugica y de Carmen
Echagüe.
Tras el golpe su padre comenzó a transitar un cursus honorem nada
despreciable: ya era Ingeniero civil, abogado, miembro del Consejo Deliberante
porteño y, tras algunos cargos jerárquicos en la Municipalidad, en 1931 sería
nombrado Intendente interino. Entre 1938 y 1942 fue diputado nacional por el
Partido Demócrata Nacional, hasta que la revolución de 1943 lo sumergió en la
penumbra.
En 1961, durante una de sus tantas crisis de gabinete, Arturo
Frondizi lo designó Ministro de Relaciones Exteriores el 28 de abril
de 1961. En la designación de Mugica tuvo mucho que ver la opinión de Samuel
Schmukler, secretario de la Presidencia en el área Administración, según me
contó su hijo Adolfo. Pero se debe tener en cuenta que, tras la gestión del
conservador Diógenes Taboada, las fuerzas armadas consideraban
necesario seguir con “una línea conservadora y católica” y Mugica calzaba
bien, por cuanto su segundo hijo, Carlos, era sacerdote desde el 21 de
diciembre de 1959. Su gestión en el Palacio San Martín duró hasta
fines de agosto de ese año y su desplazamiento tuvo que ver con la crisis
militar que se desató tras el encuentro secreto de Ernesto “Che” Guevara con
Frondizi, el 18 de agosto, en la residencia de Olivos. Encuentro
que el canciller ignoraba.
En la reunión en Olivos, Frondizi y Guevara intentaron hablar de los
problemas de América Latina. Por supuesto, Guevara no dijo que en esos momentos
el régimen castrista inauguraba el centro de entrenamiento de guerrilleros de
Punto Cero y que el primer alumno era el argentino Jorge Ricardo
Masetti. Tampoco que Cuba terminaba de firmar un importante acuerdo de
provisión de armas con la Unión Soviética.
Mientras tanto el padre Carlos Mugica, entre 1960 y 1963, trabajo al lado
del cardenal Antonio Caggiano y luego como vicario cooperador
en la parroquia de Nuestra Señora del Socorro y asesor de la Juventud Católica
en el Colegio Nacional Buenos Aires, donde años antes había estudiado. Luego
vino su paso por el colegio Paulina de Mallinkrodt y su presencia en la villa de emergencia de Retiro.
Trabajador incansable, siempre estaba cerca de los más vulnerables |
Carlos era un trabajador incansable. Por ese tiempo también se va a desempeñar como
profesor en la Universidad de El Salvador. Su acercamiento a los jóvenes de esa
época fue relevante, en especial a los de la Juventud Estudiantil Católica
(JEC), en donde conoció a Jorge Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Firmenich -más tarde fundadores de
Montoneros tras el secuestro y asesinato del ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu-
con quienes realizó una misión rural en 1966. En esos viajes, también
participaba Graciela Beatriz Daleo que llegaría a oficial
montonera y pareja de Horacio Mendizabal, alias “Mendicrim” o
“Hernán”, años más tarde jefe del Estado Mayor de la organización terrorista.
Las semblanzas sobre su persona cuentan que Mugica era crítico del gobierno
de Arturo Illia y que en 1967 viajó a Bolivia, en nombre del obispo de
Avellaneda, Jerónimo Podestá, a reclamar el cadáver de Ernesto Guevara e
interesarse por los detenidos del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Podestá, renunciaría a su investidura en 1967, suspendido “a divinis” por la
Santa Sede. El exreligioso, tras casarse con su secretaria Clelia Luro de
Izasmendi Sola, fundó la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados. Su
boda vino con un regalo envenenado: el novio de una de las hijas era “Mario” la
mano derecha del “cabezón” Norberto Habberger, involucrado con los
asesinatos de los dirigentes sindicales Augusto Vandor y José Ignacio Rucci, entre otros hechos. En este mar de
contradicciones, Jerónimo era hermano de Raymundo, más tarde Secretario de
Desarrollo Industrial del ministro José Alfredo Martínez de Hoz.
En la biografía del dirigente peronista Jorge Rulli se
puede encontrar la siguiente anécdota: cuando trascendió la muerte de Guevara
en Bolivia, Rulli comentó la noticia sobre el jefe guerrillero con su compañera
“Bechi” y ésta le dijo: “Y pensar que nosotros lo conocimos al Che… Acordate,
Jorge… ¡Lo conocimos! ¡Sí! Nos lo presentó Mugica ¿Te acordás? Ese día,
cuando Mugica vino a visitarnos y llegó junto a otro sacerdote… ¡Ese cura era
el Che!... Era el disfraz que usaba él… Sí, estaba camuflado. Nos lo
presentó Carlos, Carlos Mugica”.
“Bechi” hacía referencia a un encuentro que habían tenido con el cura
cuando los visitó en la unidad básica de la calle Dorrego. En esa misma
dirección el dirigente peronista Julio Bárbaro, me contó que un
día, después de jugar al fútbol, conversando con Carlos Mugica sobre lo que se
vivía en la Argentina, él religioso le dijo: “Julio, la revolución
viene en serio, el Che Guevara está en la Argentina”. ¿Cómo lo sabía
Carlos Mugica?
El escritor Juan Mendoza dice que Mugica llegó a Cuba en 1968, tras los acontecimientos del Mayo francés. |
Fue “un viaje fugaz,
porque lo hacía a espaldas del obispo, para la jerarquía de la Iglesia
[argentina], Mugica nunca se movió de Francia” (Archivo Télam)
En medio de este vendaval argentino y latinoamericano, en 1968 el
cura Mugica es enviado a estudiar a París. Desde su residencia en Rue
Madame profundizó su amistad con sacerdotes argentinos que más tarde militarían
en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). Fue testigo
del Mayo francés, viajó a Madrid para conocer a Juan Domingo Perón y luego a Cuba.
Salvo alguno que otro relato aislado, ningún argentino ha escrito nada de
su experiencia e instrucción militar en Cuba. Contrariamente, el chileno Max
Marambio relata en sus memorias su paso por ese país (1966-1968), su
retorno a Chile y la jefatura de la custodia del presidente Salvador Allende. Marambio, cuyo
nombre de guerra era “Aurelio Roca” o “Ariel”, describe cómo conoció en
La Habana a dirigentes guerrilleros de todo el continente: “Era fascinante
vincularse con aquel universo de revolucionarios latinoamericanos, donde se
mezclaban probados combatientes, intelectuales de izquierda, diletantes
circunstanciales y aprendices de revolucionarios”.
En el centro de instrucción guerrillero había entre 30 y 40 “combatientes
de diferentes nacionalidades… y sobre todo argentinos de diversos grupos
políticos. Con los argentinos no me llevaba muy bien, debido al
nacionalismo de sus posiciones políticas. Provenían del peronismo y su
formación era distinta a la mía, su catolicismo chocaba con mi ateísmo,
entonces tan intolerante como la devoción de ellos por los santos. A
uno lo reconocí años después en una foto donde la prensa daba cuenta de su
muerte en una emboscada en Buenos Aires. Se trataba de Fernando Abal Medina,
fundador y dirigente de los Montoneros”.
En el campamento “recibíamos clases de tiro, explosivos, artillería
artesanal, lucha urbana, topografía y otras artes de la guerra irregular”.
Luego cuenta que, con el paso de los días, muchos defeccionaron. No así los
argentinos “de diversas tendencias, cuyo contingente mayor lo formaba
un grupo de católicos dirigidos por un cura”. Era el padre Carlos
Francisco Sergio Mugica Echagüe, y su presencia en Cuba es sugerida por el
chileno Max Marambio en su libro Las armas de ayer. Además,
un ex miembro del Ejército de Liberación Nacional argentino perteneciente al
Sector 8, entrenado en Cuba en 1968, en la misma época que el sacerdote, me dio
su explícito testimonio. Pocos años más tarde, tras publicarse la biografía de
Jorge Rulli, se confirma su presencia en La Habana.
Carlos Mugica habla, lo observa -entre otros- Julio Cortázar |
El escritor Juan Mendoza dice que Mugica llegó a Cuba en 1968, tras los
acontecimientos del Mayo francés. Fue “un viaje fugaz, porque lo hacía a
espaldas del obispo, para la jerarquía de la Iglesia [argentina], Mugica nunca
se movió de Francia”, donde realizaba unos cursos de Teología. En La Habana
vivió en una casa de “protocolo” junto con Rulli, a quien conocía muy bien. El
sacerdote, durante su estadía de un mes, tuvo un ritmo de salidas abrumador. Todas las noches cenaba con
alguien distinto. Comandantes y subcomandantes, con sus familias incluidas,
querían conocer al cura obrero, al precursor del Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo. Una suerte de Camilo Torres argentino, el cura
guerrillero colombiano.
La noche anterior a su partida tuvo una
cena con oficiales cubanos. A la vuelta, pasada la medianoche, Rulli observó en
Mugica “una profunda tristeza”. Ante una pregunta del porqué de su estado a
ánimo, el cura le contó: “Esta noche me reuní con el representante de América
Latina (Comandante Manuel Piñeiro Lozada) y él me pidió, no me lo dijo abiertamente, pero me lo dio a entender,
que yo sería muy útil como agente de los cubanos”.
Hacia 1968 muchos de los jóvenes que lo frecuentaban se acercaron a la CGT
del dirigente Raimundo Ongaro. En mi caso personal, en 1969, el año del
Cordobazo, Carlos Mugica me invitó a acercarme a esa CGT y fue la
primera y última vez que conversamos.
El año 1970 es cuando nacen las organizaciones armadas Montoneros, Fuerzas
Armadas Revolucionarias (en 1973 se funden con Montoneros) y PRT-ERP. Es
el año del asesinato de Pedro Eugenio Aramburu y la muerte de Abal Medina y
Ramus en cuya misa de cuerpo presente estuvieron Mugica, Hernán
Benitez (confesor de Eva Perón) y Jorge Adur (más tarde capellán de Montoneros).
Por su homilía fue detenido por una semana, el 14 de septiembre de 1970. En ese
tiempo solía dormir en el edificio de sus padres de la calle Gelly y Obes 2230,
en un cuarto de servicio en la azotea.
Documento que refiere a la preocupación por las actividades de los curas del Tercer Mundo
En una minuta preparada el 28 de julio de 1970 para el presidente de
facto Roberto M. Levington, con motivo de su próxima entrevista
con la jerarquía eclesiástica, se puede observar la preocupación
militar por las conductas de los sacerdotes enrolados en el MSTM.
Nada estaba claro para Mugica en ese tiempo. Sabía lo que había hecho y
tenía reparos que todavía no confesaba públicamente. Miguel Bonasso en
su libro Diario de un clandestino relata:
“Caminábamos ayer por la afrancesada calle Copérnico en las cercanías de la
casa de su padre, conservador ex canciller de Frondizi, y de pronto el cura
detuvo abruptamente la marcha, invirtió la lógica sacerdotal y me soltó una
inesperada confesión:
-Yo debería estar en Montoneros, porque me siento responsable del camino
que tomaron estos chicos, ¿te das cuenta? Yo los forme en aquellas
excursiones de scoutismo católico, yo los lleve a la villa de Retiro, para que
vean de cerca cómo vivían sus hermanos...
Se detuvo en la esquina y me dijo muy serio:
-Pero no puedo estar ahí y por eso me separe de ellos hace tiempo, porque
estoy dispuesto a que me maten pero no estoy dispuesto a matar.”
En 1972 integró la delegación que va a acompañar a Juan Domingo
Perón en su primer retorno a la Argentina del 17 de noviembre. En 1973
se le ofreció a Mugica ser candidato a diputado nacional por el peronismo de la
Capital Federal, pero no acepto. Sin embargo, en ese tiempo, entre otras
actividades, Mugica fue miembro del directorio editorial de Liberación, órgano
del ERP-22 en abril de 1973, junto con monseñor Jerónimo Podestá,
Gustavo Roca (amigo íntimo del Che Guevara), Rodolfo Walsh (jefe de Inteligencia de
Montoneros), Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis
Duhalde (abogados del PRT-ERP y editores de la revista Militancia)
y el escritor Julio Cortázar.
Amenaza contra Carlos Mugica aparecida en la revista Militancia. |
Tras el retorno definitivo de Perón, el 20 de junio de 1973, Mugica produce
un cambio radical en su pensamiento y sus posiciones. Entre varias
razones, se encuentra el asesinato de José Ignacio Rucci, el 25 de septiembre de
1973, dos días más tarde de la victoria electoral de Perón, al que consideró
“un gravísimo error” y acusó a Montoneros de “jugar con el pueblo”.
En una fuerte discusión con miembros de la organización armada llegó a
decirles: “Con Perón en el gobierno, la democracia funcionado, las
armas ustedes se la meten en el culo” (testimonio de Jorge Rulli).
También dijo: “Como dice la Biblia hay que dejar las armas para empuñar
los arados”.
Para la revista de la derecha peronista El Caudillo “el
deterioro -de la JP- es tan notable que ya alcanza a sus niveles dirigentes. La
renuncia de Jorge Obeid (jefe de la Regional II de Montoneros)
es un largo proceso de desinteligencias que involucra también a un sector
extenso de cuadros altos, medios y de base de éste grupo.”
Algo parecido sucedió con el sacerdote tercermundista Carlos Mugica quien
públicamente hizo profesión de fe peronista y admitió sus errores del pasado,
incluyendo sus devaneos con el marxismo disfrazado de nacional y popular. Casi
simultáneamente se conocieron dos noticias: 1) Los montoneros
habían condenado a muerte al cura; 2) La revista Militancia,
que dirigía Ortega Peña (quien en febrero de 1974 me dijo que
Perón “es un traidor”), incluía al presbítero en su “cárcel del
pueblo", lugar donde ubica a los supuestos "traidores”, y habría
que agregar: algunos de los que salieron fotografiados en esa supuesta cárcel
del pueblo días más tarde fueron asesinados.
Pero el distanciamiento, primero, y el rompimiento, después, de la “orga”
con Perón en la Plaza de Mayo marcó un punto de inflexión que lo llevó
a entrevistarse con “el Brujo” José López Rega en el Ministerio de
Bienestar Social y a responderle al periodismo congregado a la salida. Dijo
haberle reconocido al ministro que él siempre había sido peronista, como había
creído que lo eran los Montoneros pero que él no aceptaba el marxismo y
actuaría siempre en bien de sus hermanos villeros… Y en ese tiempo el cura
Mugica se integra como asesor del Ministerio de Bienestar Social, pero más
tarde renuncia sin explicar muy bien por qué. Contemporáneamente oficia de
inspirador de Lealtad, una disidencia de Montoneros. En esos meses es
amenazado de muerte por Montoneros.
Mugica fue asesinado el 11 de mayo de 1974, diez días más tarde de la
expulsión de Montoneros, por Juan Perón, de la Plaza de Mayo. Había terminado de
celebrar misa en la iglesia de San Francisco Solano, Zelada 4771, de Capital
Federal, en la iglesia de San Francisco Solano, en el barrio de Mataderos, la
parroquia del padre Jorge Vernazza.
Caminaba junto a su gran amigo Ricardo Capelli y María
del Carmen Artecos hacia su auto, un Renault 4L azul que estaba
estacionado cerca. Pero antes de que pudiera subir, un hombre delgado y
de bigote se bajó de un Chevy color verde y le disparó varias veces con una
pistola automática.
Muchos años más tarde Capelli revelo un secreto que ocultaba, cuando confesó
reconocer a Rodolfo Almirón, custodio de López Rega, como el hombre que tiro
sobre Mugica.
El martes 14 de mayo, Jacobo Timerman firmó un artículo en
la tapa de La Opinión, en el que relató su último encuentro con
Mugica, el 7 de mayo. En uno de sus párrafos escribió: “Me dijo también que
recibía constantes amenazas de muerte, que estaba convencido que esas
amenazas procedían de Montoneros y que no eran desconocidas para
Roberto Quieto y Mario Firmenich”. Antonio Cafiero apuntó en
la misma dirección al afirmar que unos días antes Mugica le había confesado sus
temores.
Durante su multitudinario entierro, la hermana de Mugica le dijo a
Mario Firmenich: “Señor, le voy a pedir que se retire. Yo soy la
hermana de Carlos Mugica y usted nos está ofendiendo con su presencia. ¡Váyase
de aquí! Usted hizo mucho daño al país”. Aparte de unos 50 sacerdotes
tercermundistas que concelebraron una misa de cuerpo presente, se hicieron
presentes el cardenal primado Antonio Caggiano y su arzobispo
coadjutor Juan Carlos Aramburu.
Pero hay algo más. Los asesinatos de Mugica, el sindicalista José Ignacio
Rucci y el comisario general Alberto Villar, jefe de la Policía Federal,
nombrado por el presidente Juan Domingo Perón, fueron temas de conversación
en un encuentro casual entre Rodolfo Galimberti y José López Rega, el
ex secretario privado y ministro de Bienestar Social de Perón y de su esposa,
la presidenta María Estela Martínez de Perón. Según María
Elena Cisneros Rueda, la pareja de López Rega, habían ido a almorzar al
restaurante Bavaria, ubicado a un costado de la Place du Marché, en el pueblo
suizo de Montreux. En realidad, no vivían ahí, sino a pocos kilómetros, en la
calle Byron 7 del pueblito de Villeneuve. López Rega permanecía clandestino,
porque era requerido por las autoridades militares que habían derrocado a la
viuda de Perón y tenía varias causas en la Justicia.
Cuando salieron del restaurante, la pareja caminó unos metros y se topó con
el dirigente montonero Rodolfo Galimberti, que se encontraba acompañado de una
mujer. Se saludaron ceremoniosamente, sin ninguna calidez. López Rega
le dirigió una fría mirada. Solo atinó a preguntarle por qué habían matado a
Mugica, Rucci y Villar. Las dos mujeres presentes observaban en
silencio.
Galimberti intentó una explicación y aseguró que él no había sido
el que “apretó el gatillo” contra Mugica, respuesta que molestó aún
más a López Rega, que, exaltado, le dijo: “¿Cómo pudieron hacer eso?”.
María Elena tiene presente en su memoria que Galimberti afirmó en voz
alta: “No te entendimos”. Luego, él contó que vivía en
Londres, donde le ofreció refugio, pasaporte y custodia. La compañera de López
Rega también recuerda que el ex jefe montonero se sacó la boina como
demostración de respeto y “pidió perdón”. Se despidieron con un abrazo y no se
volvieron a ver.
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