jueves, 20 de agosto de 2020

IN MEMORIAN CAPITÁN DE NAVÍO FRANCISCO LUCIO RIOJA

 

“Si quieres construir un barco… Evoca primero en los hombres el anhelo del mar libre y ancho”.
Antoine de Saint-Exupéry.

Fue designio de Dios, como todo lo que sucede en este mundo, que Francisco Rioja -Pancho para sus camaradas y para los que compartimos con él unos pocos años en la Escuela Naval- muriera el 14 de agosto, día de San Maximiliano Kolbe[1], patrono de los católicos privados de libertad.

Quizás sea esto, el día de su muerte, el premio que Dios le otorgó porque, al igual que Maximiliano, él también había sido despojado de su libertad por venganza política. Pocos lo sabíamos en un país donde olvidar a quienes le debemos algo importante es un don, la infamia se ha convertido en hábito, la traición en moda, la justicia en pura venganza y el cinismo es el dogma primordial de quienes se autodenominan dirigentes.

Hoy, los argentinos pueden estudiar,  trabajar, formar familias, votar y moverse con total independencia sin salvoconductos ni permisos gracias a hombres que, sin pedir nada a cambio, salieron a defender a la patria de una agresión que si no hubiera sido derrotada militarmente, nos hubiera convertido en un Gulag.

Pero, también en este tiempo, los argentinos, silenciosos en su vil ingratitud, han preferido olvidar e inclusive, desde el anonimato de una horda, agraviar a estos soldados. La sociedad argentina, esa misma que pedía fusilamientos en plazas públicas para los terroristas, para hacerse perdonar ese desliz salió a convertirse en cómplice de la persecución que a partir de 1983, aquellos que habían sido derrotados en la guerra, desataron contra quienes hicieron posible, arma en mano, que hoy los argentinos no dependamos de los caprichos de un comisario político que, desde la arbitrariedad y prepotencia, nos diga que podemos o no hacer.

Pancho -el CAPITÁN DE NAVÍO FRANCISCO LUCIO RIOJA- fue uno de ellos y hoy, para los que somos creyentes, sabemos que ya tiene la mejor recompensa, sirve al Señor de los Ejércitos

José Luis Milia

Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da gloriam.

NOTA: Las imágenes, destacados y referencia no corresponden a la nota original.



[1] Durante la Segunda Guerra Mundial los nazis lo tomaron preso y lo llevaron al campo de concentración de Auschwitz, donde a pesar de ser sometido a trabajos forzados se dedicó a brindar auxilio espiritual a sus compañeros. Un día un preso escapó y en represalia los nazis decidieron enviar a diez presos a la ‘cámara de hambre’, un calabozo donde experimentaban con los presos, dejándolos morir de inanición para ver cuánto duraban.

Uno de los diez elegidos suplicó: ‘¡no me maten!, ¡tengo mujer e hijos!’ Al instante, el padre Kolbe se adelantó y pidió que lo pusieran a él en lugar de aquel hombre. Sorprendentemente los nazis no los mataron a ambos en el acto, como era su costumbre ante cualquier insubordinación, sino que permitieron al sacerdote ocupar el lugar del preso. El padre Maximiliano Kolbe sobrevivió a sus nueve compañeros y por fin los nazis lo hicieron morir mediante una inyección letal.

 

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