“Si quieres construir un barco… Evoca primero en los
hombres el anhelo del mar libre y ancho”.
Antoine de Saint-Exupéry.
Fue designio de Dios, como todo lo que sucede en este mundo, que Francisco Rioja -Pancho para sus camaradas y para los que compartimos con él unos pocos años en la Escuela Naval- muriera el 14 de agosto, día de San Maximiliano Kolbe[1], patrono de los católicos privados de libertad.
Quizás sea esto, el día de su muerte, el
premio que Dios le otorgó porque, al igual que Maximiliano, él también había
sido despojado de su libertad por venganza política. Pocos lo sabíamos en un
país donde olvidar a quienes le debemos algo importante es un don, la infamia
se ha convertido en hábito, la traición en moda, la justicia en pura venganza y
el cinismo es el dogma primordial de quienes se autodenominan dirigentes.
Hoy,
los argentinos pueden estudiar,
trabajar, formar familias, votar y moverse con total independencia sin
salvoconductos ni permisos gracias a hombres que, sin pedir nada a cambio,
salieron a defender a la patria de una agresión que si no hubiera sido
derrotada militarmente, nos hubiera convertido en un Gulag.
Pero, también en este tiempo, los
argentinos, silenciosos en su vil ingratitud, han preferido olvidar e
inclusive, desde el anonimato de una horda, agraviar a estos soldados. La
sociedad argentina, esa misma que pedía fusilamientos en plazas públicas para
los terroristas, para hacerse perdonar ese desliz salió a convertirse en
cómplice de la persecución que a partir de 1983, aquellos que habían sido
derrotados en la guerra, desataron contra quienes hicieron posible, arma en
mano, que hoy los argentinos no dependamos de los caprichos de un comisario
político que, desde la arbitrariedad y prepotencia, nos diga que podemos o no
hacer.
Pancho -el CAPITÁN DE NAVÍO FRANCISCO LUCIO RIOJA- fue uno de ellos y hoy,
para los que somos creyentes, sabemos que ya tiene la mejor recompensa, sirve
al Señor de los Ejércitos
Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da
gloriam.
NOTA: Las imágenes, destacados y referencia no corresponden a la nota
original.
[1] Durante la Segunda Guerra Mundial los
nazis lo tomaron preso y lo llevaron al campo de concentración de Auschwitz,
donde a pesar de ser sometido a trabajos forzados se dedicó a brindar auxilio
espiritual a sus compañeros. Un día un preso escapó y en represalia los nazis
decidieron enviar a diez presos a la ‘cámara de hambre’, un calabozo donde
experimentaban con los presos, dejándolos morir de inanición para ver cuánto
duraban.
Uno de los
diez elegidos suplicó: ‘¡no me maten!, ¡tengo mujer e hijos!’ Al instante, el
padre Kolbe se adelantó y pidió que lo pusieran a él en lugar de aquel hombre.
Sorprendentemente los nazis no los mataron a ambos en el acto, como era su
costumbre ante cualquier insubordinación, sino que permitieron al sacerdote
ocupar el lugar del preso. El padre Maximiliano Kolbe sobrevivió
a sus nueve compañeros y por fin los nazis lo hicieron morir mediante una
inyección letal.
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