Por Jorge Sigal* |
11/10/2014
Cristina declamó antiimperialismo tardío y montó un show de la nada con Putin. Más monodiscurso.
A cuerda Martín Sabbatella Foto: Pablo Temes |
Este es un gobierno
extraño: se hace antiimperialista cuando el imperio se desvanece y se hace
prosoviético dos décadas después de la desaparición de la URSS. La reedición de
la nueva fase de la Guerra Fría en clave nacional y popular se desprende de dos
notables gestos producidos en los últimos días por la principal responsable de
la política exterior argentina, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
El primero tuvo tono de advertencia: “Si me pasa algo no miren a Oriente, miren
al Norte”. Y mereció una respuesta descafeinada del Departamento de Estado de
USA: “Not relevant”. Pero también una oportuna aclaración por parte del jefe de
Gabinete, Jorge Milton Capitanich, reclamando a los Estados Unidos no tener
“cola de paja” (sic) ya que el Norte “comienza en el ecuador”.
El segundo gesto
–inevitable no entenderlo como parte de una fina estrategia de nuevo
alineamiento internacional– llegó esta semana con la videoconferencia que la
jefa de Estado mantuvo con su par de la Federación Rusa, el ex agente de la KGB
Vladimir Putin.
Anunciada con
enigmático sigilo por la Casa Rosada, la cumbre bilateral despertó expectativas
en los analistas económicos ya que, tanto por el lugar elegido por la parte
argentina (la ciudad de Las Heras, en la provincia de Santa Cruz, una
importante base de operaciones de YPF) como por la presencia del máximo
responsable de la petrolera de capital mayoritariamente estatal, Miguel
Galuccio, todo hacía suponer que los anuncios tendrían una enorme gravitación
para el futuro energético argentino. Un nuevo y rotundo golpe al corazón del
sistema especulativo internacional parecía ponerse en marcha. El país no está
aislado. Yankees go home. Se ilusionó parte de la platea.
Pero no. El misterio
y las esperanzas duraron muy poco. Una eufórica Cristina y un más parco y casi
inexpresivo Putin –interrumpidos ambos por las disonantes voces de los
traductores oficiales, que le daban al coloquio un inocultable tufillo a
Superagente 86– mantuvieron una pintoresca conversación satelital acerca de las
bondades de la información pública “sin la intermediación de las grandes
cadenas internacionales que transmiten noticias de acuerdo con su intereses”,
según la original definición de la presidenta argentina.
Formateado en la
temible inteligencia soviética y educado en el concepto del partido único, el
hombre fuerte de Rusia explicó a su turno que los medios de comunicación son
“un arma terrible que permite manipular la conciencia social”. Putin sabe de
qué habla. Cuando revistaba en los servicios de espionaje de su ex país, se
produjo la Glasnost, la famosa política de “transparencia” impulsada por Mijail
Gorbachov, que antecedió a la disolución del coloso socialista. Una de las
primeras medidas que el tío Mijail tuvo que adoptar fue ordenarles a los comunicadores
oficiales que volvieran “a poner en su sitio” el gigantesco lunar rojo que el
ex jefe del Partido Comunista tiene en su calva cabeza y que había
“desaparecido” de los retratos distribuidos por la agencia de noticias TASS
para anunciar su ascenso. La manipulación estaba incorporada a los usos y
costumbres del socialismo real. En esa cultura creció y se formó el jerarca
ruso que maneja con mano de hierro los destinos de su país desde hace tres
lustros (a veces como presidente, otras como primer ministro) y que ha sido
denunciado por violación sistemática a las libertades públicas. Según la
organización Reporteros sin Fronteras, Rusia ocupa hoy el puesto 148 en
libertad de expresión sobre un ranking de 180 países de todo el mundo. Para
evitar suspicacias, digamos también que Estados Unidos se encuentra en el lugar
46 y Argentina en el 55, que el país mejor calificado es Finlandia y que los
peores son Corea del Norte y Eritrea.
A pesar de las
expectativas que se habían generado entre los soldados oficialistas, la
escenografía montada por Cristina en el lejano Sur sirvió finalmente para
realizar un modesto anuncio: la incorporación de Russia Today (RT) a la
programación de la Televisión Digital Abierta de nuestro país. “No queremos que
nos tutelen los pensamientos”, exageró más tarde la jefa de Estado ante una
multitud de militantes de La Cámpora, que festejaba al grito de “¡El que no
salta es de Clarín!”. CFK pareció obligada a justificar la pobre charla que
había sostenido minutos antes con un hombre al que se puede recurrir por su
poderío militar o energético pero difícilmente por sus cualidades como custodio
de la libertad de información. Metida en la dinámica de esa retórica fuera de
lugar, la Presidenta aprovechó también para asegurar que Argentina tiene “por
primera vez” en su historia “una televisión pública en serio”. Otro dislate a
tono con su interlocutor ruso. Nunca antes tantos recursos del Estado argentino
fueron puestos al servicio de un proyecto político. Los medios públicos son –al
menos en materia informativa– un ejemplo de lo que no se debe hacer:
discrecionales, partidistas, ajenos a todo pluralismo republicano. Difícilmente
la incorporación de Russia Today venga a corregir en parte esas violaciones.
No termina de
comprenderse por qué la Presidenta eligió un polo petrolero para realizar la
videoconferencia con el líder ruso para anunciar un simple intercambio
televisivo. Su sobreactuación acerca de las maléficas redes de la
desinformación mundial y el lanzamiento del Sistema Federal de Medición de
Audiencias sonaron definitivamente fuera de contexto. Es posible que la
expectativa por el acuerdo con Putin haya tenido otros ingredientes. Al cerrar
su discurso en Las Heras, la jefa de Estado deslizó un vago llamado a recuperar
“el autoabastecimiento energético”. La opaca mirada de Galuccio durante la
ceremonia contrastó con la forzada vitalidad de la Presidenta. Seguramente el
destacado ejecutivo –que debe moverse en el mundo real de las relaciones
económicas internacionales y no en el antojadizo paraíso de las palabras y las
imágenes– tiene otras urgencias a la hora de administrar la principal petrolera
de una nación con las cuentas en rojo.
Es que el país de los
encantos y el país real se parecen cada día menos. Aunque ahora se pueda ver
por Russia Today.
*Periodista y editor.
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