Por David Rey
Mírenlo bien. Qué
dicen esos ojos. Qué dicen… Miren su peinado, sencillo, masculino, la juventud
se resiste arrogante como un tallo fuerte en ese pelo negro. Y, claro, 29 años…
Miren su piel.
Trigueña, tersa, limpia, impecable. No es un héroe cinematográfico de ojos
azules, piel blanca brillante, ojos azules… Quizás la genética le haya
depositado un lunar sobre el labio, quizás sea un defecto de la foto, no lo
sabemos. No está en las películas. Está en tu país.
Su rostro,
rectilíneo, firme, discreto… ¿Quién podría pensar mal de esa mirada, quién
podría desconfiar?
Se llamaba Héctor Cáceres y nació en Río Negro en
1946. No murió de viejo, no se lo llevó alguna enfermedad ni su último suspiro
fue… en algún accidente.
Amigos… se lo llevó
la guerra. Sí, justamente… la puta guerra se lo llevó.
La puta guerra que
hoy muchos se dan el gusto de negar, de disfrazar, de mentir y de ocultar (pero
hoy, hoy no vamos a hablar de ellos. No valen la pena).
El Teniente 1° Héctor Cáceres, con
especialidad en Comando y Paracaidismo, nació al sur del país y su último
chorro de sangre lo vertió en el corazón de “su” país, Tucumán.
Murió
en la guerra, sí. Murió por lo mismo que el General San
Martín habría deseado morir: su Patria. Murió soñando. Murió con un quejido.
Murió, quizás, queriendo decir algo.
Murió
en la guerra, sí. Murió porque tenía un deber, y su
deber estaba en sus ojos, en su mente, murió porque su terrible corazón pensó
que no importaba morir.
Murió
en la guerra, sí. Murió porque había algo más
importante. Murió porque el hombre camina, sí… el hombre camina… pero primero
hay otro que va marcando los pasos. Y él murió porque eso era lo que importaba.
Murió
en la guerra, sí. ¡Por supuesto que murió en la guerra!
Murió con un tiro traicionero. Murió acribillado por la espalda. Murió
queriendo explicar algo.
Murió
en la guerra, sí. Murió porque, ¡carajo!, alguien pidió
ayuda… Y cuando alguien pide ayuda, ¿qué es lo que hace un argentino bien
nacido?
¿Mirar para otro
lado?
Murió
en la guerra, sí. Pero no murió matando.
El Teniente Coronel Adolfo Richter nos
cuenta que, tras haber sido herido en la espalda en el combate de “Pueblo
Viejo” [1], en
Tucumán, durante el Operativo Independencia, gritó:
“¡Cáceres,
estoy herido!”.
Richter
se habrá imaginado que Cáceres
habría, entonces, de mitigar la acción del enemigo (soldados del terrorista
Ejército Revolucionario del Pueblo) disparando desde su lugar, más como
intimidación que para dar en el blanco.
Pero resulta que Cáceres vio en Richter… Cáceres vio a
su propio país. A su Patria. Ahí, tirado, con un disparo en la espalda, estaba,
quizás, su infancia en Río Negro, vio – lo tuvo vívido y sangrante – aquella
concepción del mundo que nos enseña a ser hombres… cuando niño, vio a su madre
reprendiéndolo con cariño, vio, quizás, los ojos orgullosos de su padre ante un
logro eventual. Tal vez Cáceres vio
lo que él quería ser cuando decidió hacerse militar.
Lo único que podemos
asegurar es que Cáceres sintió que
había algo MÁS IMPORTANTE.
Y resulta que Cáceres, entonces, no quiso disuadir al
enemigo. Cáceres quiso abrazar
aquello que veía… y que se estaba perdiendo.
Nos ha dicho el Coronel Richter que, una vez que Cáceres se arrojó sobre él, sola y
exclusivamente para protegerlo del fuego enemigo, le espetó:
“Pero…
¡teniente! ¡Qué hace!”.
Las últimas palabras
de Cáceres fueron:
“Tranquilo,
ya te saco”.
El Coronel Richter, entonces, habría de
pasar el resto de su vida en silla de ruedas, precisamente por aquel disparo
enemigo. El resto de los disparos dieron todos de lleno contra el Teniente 1° Héctor Cáceres, muerto en
combate como soldado del Ejército Argentino en plena democracia (1975).
Y dicen… que no hubo
una guerra.
Héctor
Cáceres tenía 29 años cuando murió. Cuando murió en la guerra.
Cuando murió en la guerra donde no fue a matar, porque no murió matando sino
que murió viviendo. Murió salvando una vida, nada menos. Murió para salvar una
vida.
29 años, tenía.
¿Cuántos hombres hay,
hoy, de esa edad que no tienen ni idea de que Héctor Cáceres murió por ellos? Sí, sí… murió por ellos. Porque el
país por donde hoy la juventud transita, el país donde hoy cada uno de nosotros
puede pensar y decir lo que se le antoje, el país donde HOY uno puede soñar y
forjar un destino… ¡Sí, carajo! ¡Es el mismo país que defendió con su vida el Teniente 1° Héctor Cáceres! ¿O se
piensan que le deben este país al Hada Madrina? ¿O se piensan que hoy ha sido
“gratis”?
¿Se han puesto a
pensar, alguna vez, qué sería de nuestro país (que no sería nuestro) si los
ejércitos terroristas hubieran tomado el poder tal cual se lo propusieron?
Solamente les voy a
decir una cosa: Mario Roberto Santucho,
el máximo jerarca del ERP (el mismo ejército terrorista que hirió de muerte a
Cáceres y dejó lisiado a Richter), decía que en Argentina había que matar a un
millón de personas.
¿Te parece que hoy
vos podrías pensar como pensás si Santucho
hubiera logrado vencer al Ejército Argentino?
Y te digo una cosa
más, para que te quede claro…
Héctor
Cáceres también era argentino, y murió en la guerra. Se lo llevó la guerra.
¡Hoy nos hablan
contra los militares… y se llevaron a los mejores! ¡Mataron a los mejores!
¡Murió
en la guerra, sí! ¡Murió, carajo, porque a este país no
lo toca nadie y porque por este país uno da la vida!
¡Murió
en la guerra, sí! ¡Murió por lo que lo más importante
que existe en la vida es vivir en libertad!
¡Murió
en la guerra, sí! ¡Murió porque no pensó lo que vos ibas
a pensar cuarenta años después, murió para que absolutamente nadie te diga cómo
carajo tenés que pensar!
¡Murió
en la guerra, sí! ¡Murió porque el Teniente 1° Cáceres quiso ser como vos, COMO VOS!
¡Murió
en la guerra, sí! ¡Murió porque el General San Martín marcó
los pasos y alguien se los quiso borrar!
¡Murió
en la guerra, sí! ¡Murió queriendo decir algo, murió
queriendo…!
¡Murió
en la guerra, sí! ¡Murió porque quien dio la vida por
su Patria, murió con su sangre calentándole la piel del lado de afuera, MURIÓ
PORQUE VOS SOS EL ENCARGADO DE DECIR SI MURIÓ COMO UN PERRO O MURIÓ COMO UN
HÉROE!
Nos dice Richter:
“Le encajaron un
balazo. Escuché un pequeño quejido y se quedó inmóvil. Había muerto“.
Murió
en la guerra, sí. Y murió de dolor. Pero quizás, quiso
decir algo.
Lo último que dijo el
Teniente 1° Héctor Cáceres, antes de
morir, fue:
“Tranquilo,
ya te saco”.
Murió acribillado a
balazos. Salvó, de este modo, la vida de un camarada.
Y no está en las
películas. Está en tu país. Igual que vos.
Si hoy Héctor Cáceres viviera quizás estaría
detenido, como lo están 2 mil Presos Políticos Argentinos en distintas cárceles
de este país.
Héctor
Cáceres dio su vida porque no miró para otro lado. Había
algo más importante. Quería ser como vos.
Vos…
a los Presos Políticos Argentinos, ¿les esquivás la mirada o, con fuego en tu
corazón, te animás a decirles…?:
“Tranquilo,
ya te saco”.
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