Mientras buena parte
del mundo se desangraba en la feroz contienda que se recuerda como la Segunda
Guerra Mundial, la Argentina se mantuvo en una oportuna neutralidad que le
permitió nutrir sus arcas de valiosas divisas pero que le valió la animadversión
de los EUA y muchos de sus aliados. Ya cuando la guerra estaba definida se le
declaró la guerra a Alemania para no quedar afuera de los últimos lugares en el
festín de los vencedores.
La
sincronía, esa condición en que los fenómenos o circunstancias coinciden en el tiempo y en
el ritmo, no ha sido precisamente una
virtud de la política exterior argentina en nuestra historia. Nuestro país
enfrentó la guerra sucia de la subversión justo cuando el gobierno estadounidense
de James Carter había hecho una política
de estado de la cuestión de los derechos humanos y designado
a la activista Patricia Murphy Derian en la Secretaría que trataba esas
cuestiones. La guerra de Malvinas
estalló durante la presidencia de Ronald Reagan, cuya prioridad era el enfrentamiento
con la Unión Soviética para lo cual contaba como principal aliado con Gran
Bretaña, nuestro oponente en el campo de batalla.
La presidente
Cristina Fernández eligió una política de aislamiento en el momento de mayor
auge de la globalización y concedió un enorme poder en su gobierno a los
resabios de las organizaciones terroristas
del ERP y Montoneros, mientras el mundo occidental asumía al terrorismo
como su principal flagelo. Su sucesor, el presidente Mauricio Macri, intentó
ponernos en sincronía con el mundo globalizado pero a pocos meses de iniciar su
mandato asumió el gobierno de los EUA el empresario Donald Trump que llegó postulando
políticas de cierre de fronteras y proteccionismo comercial. Simultáneamente,
partidos con ideología nacionalista han comenzado a proliferar en Europa y una
inédita ola de recelo amenaza con
debilitar a la Unión Europea de la que recientemente se retiró el Reino Unido (Brexit).
Nuestra falta de
sincronía puede ser originada en la mala suerte, en nuestra posición geográfica
excéntrica o en el proverbial desprecio de nuestros gobiernos por los estudios estratégicos y los análisis
proyectivos y prospectivos de largo plazo. Cualquiera sea el origen, lo cierto
es que el actual gobierno trata de adaptarse a la nueva situación intentando
aprovechar las oportunidades que abre el renovado panorama internacional pero
al costo de tener que cambiar la política prevista y planeada para adoptar políticas oportunistas. Como en
muchas otras áreas.
Si en el ámbito
exterior hay problemas de sincronía, en el interno los obstáculos surgen por el
lado de la coherencia. Ser coherente
implica lograr una relación lógica entre las políticas o sus partes, de modo
que no haya contradicción ni oposición
entre ellas. El actual gobierno tiene el pecado original de jactarse de no
tener ideología. Probablemente supone
que ello lo eximirá de ser acusado de contradictorio o que así no aleja
“a priori” a ningún potencial votante, pero el precio que paga es presentar un
perfil errático, impredecible y jalonado cada vez con más frecuencia por
renuncios y retrocesos al ser confrontado, que hacen dudar de su firmeza y de
su convicción.
Cuando llegamos a
este punto en que el análisis nos lleva a la crítica tenemos siempre la
obligación de mencionar que la alianza Cambiemos, liderada por Mauricio Macri, tuvo la enorme virtud de estructurar un poder
capaz de derrotar al oficialismo “kirchnerista” que nos llevaba por un camino de destrucción
nacional e institucional. Una corrupción rampante, una desembozada tendencia a
empujarnos por los oscuros terrenos del socialismo chavista del siglo XXI,
alentado desde el Foro de San Pablo y una siembra de odio y de enfrentamiento
entre argentinos que nos conducía por un
camino de violencia, eran parte de los peligros que se cernían en el horizonte
si lograban la continuidad de su perverso proyecto. Pero reconocido esto, ahora
llegó el momento de los ganadores de gobernar bien y, mientras tanto, cada
ciudadano tiene el deber de
comprometerse, los medios tienen la obligación de criticar y denunciar lo que
corresponda y quienes participamos en política tenemos además el mandato de
proponer alternativas y modelos superadores para evitar la repetición de
errores. En eso estamos.
En materia económica
la falta de coherencia es uno de los factores claves que dificulta la
recuperación esperada. El gobierno propone simultáneamente medidas que restringen
y que incentivan el consumo, que ponen dinero en el bolsillo de unos mientras
lo quita de otros, sea intentando limitar las paritarias o sosteniendo esquemas
de impuestos al ingreso personal.
Se fija una pauta
ambiciosa de inflación presupuestaria del 17 por ciento pero en todo lo que
depende del gobierno nacional y los gobernadores de Cambiemos, sean servicios,
peajes o impuestos, los aumentos tienen un piso superior al 30 por ciento. El
ciudadano común se pregunta lícitamente porque si el gobierno produce aumentos
de más del 30 por ciento, las paritarias
no deben superar el 20. Si la pauta de
inflación era del 17, este número debería ser sostenido como un mantra
por toda la administración pública o
aceptar el escepticismo y el descreimiento.
Las contradicciones
en materia económica llevan a hacer dudar de que realmente exista un plan integral y para nada ayuda la
inexistencia de una figura en el área económica que tenga representatividad. El
gobierno expulsó quirúrgicamente del gabinete
a los economistas que tenían un perfil propio. Ahora el gabinete se ha
transformado en un conjunto de funcionarios
de bajo perfil y poca expresión pública, formando un equipo que tiene un
único jugador, el presidente Mauricio Macri, lo cual constituye una nueva contradicción entre la palabra y la acción.
También nos disgusta
la postura gubernamental en las cuestiones referidas a la soberanía, Malvinas y
la defensa nacional, así como la falta de voluntad para asumir la necesidad de
acabar con las injusticias y los abusos en los temas vinculados a los derechos
humanos y el terrorismo de la década del setenta.
Cuando los asesores
gubernamentales de mirada estrecha se sorprendieron con las repercusiones
populares del desfile de las Fuerzas Armadas y de los veteranos de Malvinas en
la festividad del bicentenario, supusimos que además de llamar de apuro al presidente para que no quedara
afuera del festejo habrían tomado nota del peso que para el argentino medio
tienen las cuestiones vinculadas a la
soberanía y los sentimientos patrióticos. Sin embargo, la política de
concesiones unilaterales al Reino Unido que no contempla la discusión de la
soberanía en el tema Malvinas sigue inalterable, consolidando el “status quo”
británico, abaratando los costos de explotación de los recursos usurpados y
llevando a suponer que existen intereses superiores y desconocidos que están
por encima del sentido común y de la voluntad popular de los argentinos.
Los planes
integrales de reequipamiento de las
debilitadas FFAA brillan por su ausencia y las compras aisladas que se anuncian
y no se concretan, apuntan a buques
auxiliares, aeronaves de entrenamiento y unidades logísticas y de transporte.
Todo ello es útil pero la defensa de la nación, que es la función primaria de
esas fuerzas, requiere de medios de
combate y de proyección del poder militar, de
misiles, torpedos y munición. Esto no es agresividad. Es citar lo necesario para ponernos a la altura de los países
de la región y recuperar las capacidades perdidas. Lo demás, todo lo demás, es
subsidiario.
Finalmente,
corresponde citar la conmoción que produjeron las declaraciones del funcionario
Gómez Centurión, militar retirado y veterano de Malvinas que al ser preguntado
sobre el tema de los desaparecidos durante el gobierno militar expresó
sinceramente su verdad. Una parte de sus
expresiones resulta irrefutable aun para sus más estridentes críticos y es la
referida a la falsedad del número de 30.000 desaparecidos, mentira cuyo propio
autor reconoció y explicó en la necesidad de conseguir fondos y motivar a la
opinión pública internacional. La sinrazón de pretender mantener la mentira con
el argumento de que es un número “simbólico” ha sido sostenida hasta por
funcionarios como el Secretario de Derechos Humanos, Claudio Bernardo Avruj,
avergonzando y denigrando al estado de derecho que debe apoyarse en pilares
como la transparencia y la verdad. Lo positivo de las declaraciones de Gómez
Centurión es que desencadenaron un debate oculto y prohibido por el poder de la
izquierda y sus cómplices mediáticos. Se pudo hablar de las víctimas del
terrorismo, negadas por décadas, de los crímenes de las bandas terroristas y de
la guerra que impusieron al Estado. Es un debate que recién ha comenzado y que
debe darse en toda su amplitud. Mientras tanto, el gobierno es cada día más
responsable por la violación de los derechos humanos de los militares detenidos
por tiempos que quintuplican lo normado en los códigos procesales y mantenidos
en prisión en edades y en condiciones de salud que los llevan
a muertes anticipadas e inexorables. Estos no son temas menores. La
muerte nunca lo es. Y un Estado que viola los derechos humanos de los acusados
por violar derechos humanos constituye el colmo de la contradicción. Un
verdadero oxímoron.
Las próximas elecciones
serán presumiblemente en Agosto. Estamos trabajando para tratar de conformar un
frente independiente de centro-centroderecha que esté por encima de la
antinomia “kirchnerismo-antikirchnerismo” y desde el que se discutan los
grandes problemas nacionales con una
visión patriótica y republicana que anteponga los grandes intereses nacionales
a los requerimientos coyunturales, con la firmeza que la difícil situación
nacional exige y con una visión sincrónica y coherente. El tiempo dirá si lo
lograremos pero la voluntad y el
esfuerzo están ya en acción, pensando en el futuro y en nuestros hijos y
nietos.
Juan
Carlos Neves
Secretario
Nueva Unión Ciudadana
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