Las PASO de Agosto
fueron unas elecciones harto previsibles, al menos en la provincia de Buenos
Aires. Inútiles a los fines de dirimir contiendas internas entre candidatos
porque los cargos se definieron en forma previa y autoritaria. Los Jefes de
cada sector se ubicaron a la cabeza de las listas y designaron a todos los
demás candidatos sin excepción. Para ello gozaron del privilegio de manejar la
clave que les provee la justicia electoral, sin la cual no pueden cargarse en
los sistemas informáticos ni avales ni candidatos.
Nadie aceptó una
lista competidora que aunque no amenazara el triunfo, obligaba a dividir los
recursos y los tiempos de publicidad que otorga el Estado. En las listas
provinciales, además, se enfrenta la anomalía de que en la provincia de Buenos
Aires no se cumple con lo dispuesto en
la ley respecto de financiar boletas y campañas. Así, el que financia esos
rubros, es el que decide quien juega y quién no. Montañas de listas elaboradas
con las ilusiones y los avales de los
militantes pobres, saturaron los canastos de papeles. Y el escenario se cerró
con la participación obligada de la ciudadanía en la encuesta gigante del
domingo de la elección.
El resultado tampoco
fue novedoso. Ganó en Senadores CFK por escasa diferencia, proveniente del
apoyo irrestricto de los intendentes de la tercera sección electoral,
particularmente el de la intendente de La
Matanza. El candidato oficialista, Esteban Bullrich, no llegó a
instalarse en un territorio desconocido y la gobernadora Vidal se hizo cargo de
pelear el distrito con razonable éxito. Masa se quedó en la avenida del medo
sin un proyecto propio y Randazzo comprobó los límites de su personalismo, a
pesar de contar con el nombre, símbolos y recursos del partido justicialista.
Ese resultado hubiera
sido un buen negocio para el oficialismo si no hubieran tenido la pésima idea
de actuar una torpe manipulación para aparecer como ganadores en la tapa de los
diarios del lunes. Festejaron temprano con datos de las secciones en que se
sabían ganadores y frenaron el conteo
antes de que los resultados se revirtieran hablando de “empate técnico”
expresión que se usa en las encuestas, cuando las diferencias son muy
escasas, pero que no tiene sentido en
una elección en que se cuenta cada sufrago y se gana hasta por un solo voto.
Para cuando se
completó el conteo definitivo y se supo quién era ganador en senadores ya los
medios estaban en otra cosa y el efecto de la derrota se diluyó. O al menos eso
se cree.
En los cenáculos
vinculados al oficialismo se habló de “maniobra brillante”, se dijo que “los K
se lo merecen” y que “no se hizo nada
ilegal”. Sin embargo, resulta que la manipulación engañó no solo a los K, sino
a la totalidad de los confiados votantes y que la maniobra, si bien no fue
ilegal, resultó absolutamente in ética. La cuestión concreta es que quedó
herida la credibilidad de uno de los últimos baluartes impolutos de la
democracia, el resultado del conteo provisorio que provee el Estado.
El oficialismo confía
en revertir el resultado de las PASO en la elección general, pero eso será duro
de hacer creer. No es descartable que Cristina Fernández se proclame ganadora
tempranamente, que exija un conteo paralelo y que aun con todas las evidencias en contra demore
la aceptación de una derrota hasta después del escrutinio definitivo,
manteniendo una situación de expectativa y eventual movilización callejera. Un
precio muy caro por una tapa de diario.
Ya liberado de todo
pudor, el gobierno aprovechó para librarse
de un juez hostil, con una
maniobra en el Consejo de la Magistratura, y se sintió con patente de “dueño
del poder real”. Recuerdo que cuando en
el NUC nos opusimos a una de estas
chicanas que ofenden a la ética política tuvimos que escuchar perplejos de nuestros socios políticos de entonces, que se
nos acusaba de no tener “vocación de poder”. Parece que el concepto de vocación
de poder implica, para muchos, ser capaz
de hacer trampa sin ponerse colorado y sin sentir vergüenza.
Pero la “sensación de
poder” del gobierno duró poco. Una nueva tapa de diario, ganada por la supuesta
desaparición forzada de un ignoto adherente a la causa de los indígenas
Mapuches, lo puso casi de rodillas y lo devolvió al campo de la humildad del
que nunca debió haber salido. Por supuesto que
las acusaciones de que Cambiemos o alguno de sus funcionarios estuvieran
detrás de la desaparición del joven Santiago Maldonado son absurdas, pero eso poco importa. La tapa ya está
impresa en el inconsciente colectivo. De todos modos, el gobierno hace tiempo
sabe que la mayoría de las acusaciones que diariamente alimentan las pseudo
organizaciones de derechos humanos contra los militares que derrotaron a la
guerrilla de los setenta son falsas o exageradas, que los desaparecidos no son 30.000 y que los testigos en los juicios
que se llevan adelante son amañados. Pero lo aceptan porque al gobierno le
resulta funcional tener un lugar adonde llevar a los funcionarios extranjeros a
homenajear víctimas como en las grandes capitales europeas aunque esas
supuestas víctimas sean, en realidad, guerrilleros que en muchos casos murieron
en combate contra el Estado nacional. Sin embargo, mantener la credibilidad de
esas organizaciones de apoyo al terrorismo revolucionario tiene su costo porque
ahora han usado ese poder de fuego mediático contra el gobierno que contribuye
a su financiación y perdurabilidad. Consecuencias de negociar con el diablo.
Insólitamente, la
desgraciada circunstancia de que aparecieran terribles tornados azotando una de
las mecas turísticas argentinas en Miami, ofreció nuevas tapas al morbo popular
y el pobre Maldonado pasó a un segundo plano. Volubilidad de la opinión
pública.
Dejemos de lado la
insoportable liviandad mediática y tratemos de pensar con serenidad. La
economía está creciendo lentamente y la inflación desciende igual de lento, pero desciende. El gobierno
necesita tiempo y fue elegido por cuatro años para ejecutar sus planes. Hay una
fuerza encabezada por Cristina Fernández
que no piensa ni actúa en términos de oposición sino de destrucción de la
fuerza gobernante porque en ello le va su supervivencia política y su libertad
personal. Los ciudadanos y los partidos políticos serios estamos obligados a
impedir que la fuerza desestabilizadora
cumpla sus fines pero no podemos quedar encerrados en la lógica de Caos
o Cambiemos. En octubre y en cada
ocasión que nos toque expresarnos debemos votar según nuestras
convicciones y aceptar que ganará
cualquiera que saque un voto más y que aun así nada impedirá que el gobierno
llegue a su término con el apoyo de todos y las críticas sanas de todos
también.
Si un grupo de
indígenas pretende arrogarse el derecho de usurpar una parte del territorio
nacional y sustraerlo al mandato constitucional se convierte en subversivo y
pierde toda legitimidad. Si además manifiesta
y ejecuta acciones de fuerza, será pasible de ser reprimido por el
Estado en pleno ejercicio de sus obligaciones inalienables. No hay temor a las
consecuencias del uso lícito de la fuerza pública que justifique brindar
impunidad a los vándalos que atacan a cara tapada la propiedad pública y
privada, cortan nuestras rutas o mancillan nuestros símbolos patrios.
Tampoco se puede
permitir que agrupaciones vinculadas al terrorismo de los setenta continúen
manejando la opinión pública y otorgando
impunidad a sus militantes o condena sin juicio ni piedad a sus enemigos.
Finalmente, desde la
Gran Bretaña en que tiene su sede la internacional Mapuche nos han regalado un
nuevo gobernador para Malvinas. Se llama Nigel Phillips, es militar, y da por
tierra con la fantasía de que los “kelpers” son algo más que una colonia ya que
ni siquiera pueden elegir quien los gobierna.
Estos temas que hacen
a nuestra soberanía y nuestro futuro no están en las tapas de los diarios pero
deben estar en la conciencia de nuestros
gobernantes y en la voluntad de los votantes.
Buenos Aires, 11 de
Septiembre de 2017
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