Pintada en Autonorte y calle 100, Bogotá, en coincidencia con la visita papal a Colombia. [Foto gentileza SGA] |
La Operación
Maldonado es una obra maestra. Con nada más que humo, relato y coordinación, el
progresismo logró poner en jaque al gobierno y todas sus costosas estructuras,
ramas, e instrumentos, encerrándolo en un brete en el que cayó estúpidamente y
del que ahora no sabe cómo salir. No hay un solo dato, fotografía, filmación,
rastro, huella o testimonio que acredite que el tatuador errante Santiago
Maldonado haya estado presente en Cuchamen cuando allí actuó la Gendarmería en
respuesta a provocaciones de unos intrusos de campos que se describen como
mapuches, ni hay una sola prueba o documento que atestigüe que allí hubo una
dura refriega entre los agentes del Estado y los revoltosos, ni mucho menos hay
indicios de que el personaje del que todos hablan haya sido capturado y cargado
en un vehículo de la Gendarmería como sugiere la versión que la sociedad acepta
como cierta. Lo único cierto sobre Maldonado es que no se lo ve desde hace
tiempo, incluso desde algunos días antes del episodio en cuestión. Pero desde
hace un mes el país todo, la oposición por supuesto, pero también el gobierno,
no hace más que hablar de Maldonado. Los medios hablan de Maldonado, los
docentes hablan de Maldonado, los militantes aprovechan cualquier ocasión que
se les presente para hablar de Maldonado. No debe haber nadie en la Argentina
que no crea que Santiago Maldonado desapareció en un confuso episodio entre
gendarmes y mapuches. Y sin embargo, no hay una sola prueba de que algo
semejante haya ocurrido.[1]
Maldonado no aparece,
es cierto, pero la historia de su desaparición, al menos hasta ahora, no tiene
más entidad que el avistamiento de un OVNI. Lo que sí tiene es un importante
valor aleccionador sobre dos puntos acerca de los cuales hemos insistido una y
otra vez. El primero es la enorme capacidad del progresismo para utilizar en
función de sus propios fines los instrumentos que una sociedad desprevenida
pone en sus manos, como son los medios de comunicación y las cátedras de todos
los niveles, desde hace décadas ocupados, controlados y sincronizados por la
izquierda. Hasta ahora esos instrumentos habían sido utilizados para imponer
una determinada visión de la realidad, o una determinada lectura de la
historia. La Operación Maldonado fue un paso más allá: instaló en la conciencia
colectiva la existencia de un hecho cuya realidad efectiva no ha podido ser
demostrada ni comprobada en modo alguno. En una pieza magistral de
prestidigitación intelectual, le hizo creer en algo cuya existencia no ha sido
probada. El otro punto sobre el que alecciona el episodio comentado es la
absoluta debilidad del Estado para reaccionar ante una operación como ésta. Más
allá de la posición firme de la ministra Patricia Bullrich, que respaldó a la
Gendarmería sin por eso dejar de investigarla, el fracaso es parejo y en toda
la línea, desde la justicia que no dejó error por cometer cuando surgió el
problema, y que cedió a las presiones para caratular como “desaparición forzada” un caso que apenas si admite el trámite
policial de la “averiguación de paradero”,
hasta la ausencia de trabajo de inteligencia, esto es de conocimiento previo de
actividades o movimientos potencialmente lesivos para la sociedad y el Estado,
de manera de poder controlarlos antes de que produzcan efecto, o de responder
de manera adecuada si es que llegan a producirlo.
La capacidad de una
minoría decidida para jugar a su antojo con un Estado débil es enorme, y este
tipo de situaciones van a repetirse con contornos cada vez más violentos
mientras el gobierno no se decida a presentar batalla. El arma principal de la
minoría progresista es su manejo de los medios y de la cátedra, y para privarla
de ella es imprescindible dar la batalla cultural. El gobierno de Cambiemos ha
demostrado ya su falta de voluntad para hacerlo: desde un primer momento, se
embarcó en una actitud amistosa y contemporizadora con la agenda progresista, y
le confió a la izquierda el manejo de buena parte del aparato cultural del
Estado, incluidos sus medios de comunicación, sus institutos de enseñanza, y
sus plataformas artísticas. Los resultados de esa estrategia quedaron a la
vista en la construcción del caso Maldonado y en la violenta manifestación que
la acompañó la semana pasada en la capital. La sociedad, una parte al menos,
mostró que su temperamento es otro, y reaccionó con energía cuando advirtió que
los gremios docentes se proponían manipular las conciencias de sus niños.
Santiago González
[1]
Pude ver la pregunta por Maldonado instalada con su foto en vidrieras de
comercios y ventanillas de automóviles, pude escuchar al público gritarla a voz
en cuello en salas de espectáculos públicos (y ser respondida con aplausos),
pude ver a entrevistados sobre cualquier tema devolvérsela a su entrevistador.
La dinámica de este fenómeno habrá de ser tema de estudio. (Nota agregada el
6-9-17) [↩]
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