domingo, 8 de octubre de 2017

“EL MITO DEL REBELDE HEROICO Y LA FALTA DE REALISMO POLÍTICO”

Por Mauricio Ortín, Profesor de Filosofía de la UNSa

A fines del año 1966, un grupo selecto de alrededor de veinte militares cubanos más otros tantos bolivianos que hacían sus primeras armas se instalaron en Ñancahuazú, el Oriente selvático de Bolivia. A las órdenes de uno de los comandantes estrella de la revolución cubana, el argentino Ernesto Guevara de la Serna, no se encontraban precisamente allí en excursión de pesca sino para llevar adelante el plan cuidadosamente preparado para exportar la revolución cubana a Sudamérica toda (especialmente a Argentina). Es que la exitosa experiencia cubana-castrista devino en la convicción teórica de que, dadas las condiciones objetivas para hacer la revolución, las subjetivas se podían establecer por la vía del “foco guerrillero” (“Crear, dos, tres... muchos Viet-Nam es la consigna”, era la predica insistente de Guevara).


Había que instalar un grupo de insurrectos armados y disciplinados que deambularan por la selva presentando combate solo en situaciones ventajosas. El mismo funcionaría como centro de reclutamiento, entrenamiento, bautismo de fuego y escuela de cuadros de un futuro ejército. Dicho “foco”, además, ejercería un efecto que minaría hasta la disolución la autoridad del gobierno.

La toma del poder era cuestión de tiempo. Las condiciones políticas, sociales, económicas, la particular situación geográfica y la debilidad relativa de sus FFAA fueron las razones para concentrar el esfuerzo “foquista” de la dictadura cubana en Bolivia.

La tozuda realidad no tardó en demostrar, en menos de un año, las catastróficas consecuencias de la teoría. También el pésimo estratega militar que resultó el comandante Guevara. Más temprano que tarde, la revolución en ciernes devino en una verdadera cacería humana de famélicos y andrajosos guerrilleros.

Sin norte y denunciados por los campesinos, de los aproximadamente cincuenta guerrilleros solo cinco sobrevivieron; tres cubanos y dos bolivianos. La aventura del Che Guevara en Bolivia resultó un fracaso en toda la línea, salvo en lo publicitario.

Fidel Castro fue un genio de la propaganda y aprovechó la oportunidad como nadie. Así, el mito del rebelde heroico revirtió la evidente falta de realismo político, profesionalismo militar y capacidad de organización del Che.

Su muerte joven, su presencia física, su aspecto descuidado y transgresor y, también, las imágenes tomadas de su cadáver acostado que remitían a Jesús crucificado, dejaron una huella indeleble de santidad.

Pronto se hizo objeto de culto y la imagen con la boina calada, emblema. Su vida fue un ejemplo nefasto para los cientos de miles que lo emularon y murieron y/o mataron en su nombre. Entre otros, los guevaristas argentinos del ERP, que aplicaron sus enseñanzas en el monte tucumano. Así les fue.

Nadie, ni siquiera en Bolivia, recuerda a los Quispe, Arce, Callapa, Patiño, Characayo y demás soldados bolivianos que perdieron sus vidas defendiendo su territorio nacional. Para el fusilador de La Cabaña, el argentino-cubano invasor Guevara, son los homenajes, los monumentos y los nombres de calles. Para los que lo combatieron, el olvido o la repulsa. (El Gobierno argentino, con motivo de los cincuenta años de la muerte del Che Guevara, lo homenajeará con un sello postal que llevará su imagen).


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