Nuestro socio el periodista Horacio Palma en su columna del semanario Gualeguay al Día de la provincia de Entre Ríos, no deja hoy una nota sobre la tragedia nuestra de cada día. Específicamente analiza el accidente ferroviario que enlutó el año, hace referencia a la ausencia de la señora presidente en el manejo de todo este drama… aquel que llevó a hebe pastor a decir: “Me avergüenza que un funcionario sea tan pelotudo”, refiriéndose con su habitual delicadeza al Secretario de Transporte de la Nación , el ineficiente Ing. Juan Pablo Schiavi. "Lo que dijo Schiavi es una vergüenza. Yo no se si podrá dormir tranquilo, si se podrá mirar en el espejo, al haber dicho que si fuera un día de fiesta hubiera habido menos muerte porque viajaba menos gente", sostuvo la inefable hebe pastor.
La tragedia nuestra de cada día
Cuando suceden estas tragedias inmensas, el dolor nos une a todos en ese exacto punto. El dolor tiene ese misterio de juntarnos más allá del pensamiento. Más allá de las mezquindades. Pero un paso más allá del dolor, otra vez las diferencias.
Despertarse en la mañana y desayunarse con tanta muerte nos hermana en el espanto. Curiosamente, el día en que la tragedia de Once enlutó Argentina, todos los medios se habían preparado para cubrir la llegada de un Crucero al puerto de Buenos Aires con varios supuestos afectados por la Gripe B. Todo preparado para la noticia intrascendente frente a un barco de lujo de bandera extranjera, esperando para entrevistar algún turista con tos… hasta que la tragedia nos explota con furia en cara… a 40 cuadras del puerto.
La noticia llega tímida: Un tren que no frenó. Muchos heridos.
Pero con el correr de las horas lo que parecía una crónica simple, se convirtió finalmente en una tragedia que nos enlutó el año.
Lamentablemente, la tragedia de Once con 51 muertos y casi 700 heridos, es la imagen devastadora de una Argentina que se repite. Mil discursos sobre el país de las maravillas se estrellan una mañana contra el muro del final de un andén en el barrio de Once. El relato oficial sobre el primer mundo desmentido por una tragedia del subdesarrollo.
Si no fuera tan trágico el final, y si no hubiese tanta muerte inútil de por medio, la imagen podría ser la metáfora perfecta de un gobierno empeñado en el monólogo y encerrado en su autismo: El tren del relato oficial que corre sin frenos a chocar contra el andén de la realidad.
En ese final de vías del ferrocarril Sarmiento en la estación de Once, los relatos oficiales se estrellaron contra nuestra realidad de país irremediable.
Y no es cuestión de decir yo lo dije, o de gritar ahora que la tragedia estaba cantada. Es cuestión de hacer un gran mea culpa como sociedad para no repetirnos hasta esa muerte inútil con la que coqueteamos en cada esquina. Tanto solemos coquetear con la muerte absurda, que hasta se nos hace costumbre y la costumbre nos roba la reacción de ciudadanos indignados. Y los hombros encogidos. Hasta que la tragedia nos toca.
Cada vez, el período de asombro nos dura menos a los argentinos. La consternación nos dura lo que los medios tardan en sacar una noticia de la tapa de los diarios. Y primero la indignación y luego la queja exigua y luego la resignación y rápidamente el olvido.
No hay peor estado social que el de una sociedad resignada. Ese fatal encogerse de hombros hasta que la ruleta nos señale a nosotros es imposible de entender.
Un tren que no frena se estrella contra el final del andén de la estación a 25 km . por hora. 51 muertos y casi 700 heridos. ¿Accidente?
No señor. Accidente es que un rayo parta un avión en pleno vuelo. Eso es un accidente. Pero que un tren de 1950, donde viajan amasijados como sardinas miles de personas que han pagado ochenta centavos un boleto, digo, que un tren desvencijado de 1950 de una empresa que recibe millones de pesos diarios en subsidios sin control, se quede sin frenos porque los fondos para el contralor el Estado los gasta por ejemplo en promover un relato guionado de la realidad, en programas demagógicos como fútbol para todos, o turismo carretera para todos, eso no es un accidente. Eso es lisa y llanamente un crimen.
Y no digo que el Estado sea un estado criminal. Digo que somos en cierta medida una sociedad criminal a la que nada le importa mientras nuestra quintita esté a buen resguardo.
Después las lágrimas. Y casi siempre, cuando ya es demasiado tarde para el llanto.
Me niego a ser cómplice de la desidia oficial llamando las cosas con eufemismos.
Tampoco me sale hacerme el distraído ante las responsabilidades que me tocan.
El Estado, embarcado en un modelo que necesita mentir y mentirse la realidad, aplica una millonaria política de subsidios con los que logra mantener la mentira de las tarifas a precios irrisorios. Hasta que la olla levanta tal presión que se vuela tapa.
Concesiona un servicio público de transporte. Le fija una tarifa ridícula… y para mantenerla ridícula subsidia con subsidios millonarios. Y los subsidios van, pero nadie controla dónde ni cómo.
Jugar a subsidiar con millones a empresas de empresarios amigos y no llevar un control estricto de las inversiones ni un monitoreo serio del destino de los subsidios, ni controlar seriamente al transporte público de pasajeros, para que después de la tragedia la culpa sea del maquinista es tan fácil en Argenjoda!
Y también estamos nosotros, siempre estamos nosotros, los que nos subimos confiados a un transporte público pagando un boleto irrisorio sin siquiera preguntarnos ¿a qué riesgo?
La tragedia nuestra de cada día. Dolor, pataleo, resignación y olvido. Así nos va.
Familias destrozadas, vidas cortadas de cuajo por traiciones a la República. Traiciones de desidia y corruptas traiciones obcecadas.
Párrafo aparte merece nuestra presidentA. Que es presidenta sí, pero que antes es mujer y es madre. Y sabemos todos de las entrañas sensibles de las mujeres. Por eso llama la atención que Cristina haya cometido ante esta tragedia inmensa, el mismo error de los hombres que la precedieron. El mismo error de Néstor y de Aníbal Ibarra cuando, con la tragedia inmensa de Cromagnón desatada, ambos eligieron refugiarse en la vergonzosa intimidad del silencio.
Es raro esto en una mujer. Es raro que la sensibilidad especial de una mujer no se conmueva ante los ruegos desesperados de una madre buscando a su hijo durante casi dos días. Sinceramente no me entra en la cabeza el silencio de la presidenta en medio de esta tragedia que enluta mucho de nuestra historia. Son muchos muertos como para callar. Y es mucha sangre como para tomarse un avión hacia el sur, sin siquiera intentar el abrazo para con esos jirones de alma que dejó la tragedia. Hubiese sido un gesto importante para las víctimas el abrazo de una mujer que sabe ese dolor de perder un ser querido.
Cristina ha guardado inexplicable silencio ante tanta corrupción que mató y ante tanto dolor de familiares desesperados.
Sinceramente no se entiende tamaña especulación política en una mujer que es madre.
Cristina quedó con su silencio notable, y todos nosotros con nuestro silencio resignado que espanta. Vaya a saber cuál es peor. Son complicidades que matan.
Que nos matan.
Creo que tras esta semana de tanto dolor rondando nuestras calles, se impone una semana de reflexión ante lo que estamos dejando hacer.
Y no es cuestión de salir a romper vidrieras ni cabezas de policías. Es cuestión de salir a las calles a reclamar en paz y a militar con el ejemplo. Y es cuestión de preguntarnos por qué tanta parsimonia social ante tanta tragedia evitable. ¿Nos quebraron la voluntad?
En esta tragedia recordé las palabras de la película Gladiador: “Un Senado corrupto, un gobernante desequilibrado, un pueblo embrutecido, sus guerreros tirados a la arena para ser devorados por las bestias, pan y circo para todos…”
Si a los argentinos nos han quebrado o no la voluntad… lo veremos en la próxima tragedia.
Horacio R. Palma
El Día de Gualeguay
Gualeguay
E. Rios
Seguir detras de la ultima fase para lograr el objetivo de la guerra subversiva desatada por "la juventud maravillosa" de los años 70:la patria socialista,seguida ahora por los actuales "viejos maravillosos"son los que producen desgracias,infelicidad del pueblo y destruccion de la Republica.
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